IGORs

jueves, 14 de enero de 2010

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Duodécima entrada)


Tres horas después comenzó a nevar con fuerza y Teodosio, Elvira y Marcus, cansados y congelados decidieron emprender el camino de regreso sin hallar ningún rastro de Omar o el cofre.

Poco después de comenzar la vuelta un estruendo ensordecedor les congeló la sangre y el enorme fogonazo de un relámpago sacudió la tierra ante ellos. Los caballos se encabritaron y Elvira, aplastada entre su montura y un tronco cercano, escupió una gran cantidad de sangre por la boca, para luego escurrirse a un lado del caballo camino de la acolchada nieve, pero en su descenso su pierna izquierda quedó atrapada en el arnés de su montura, acabando colgada con el torso apoyado sobre la nieve. El caballo se desbocó y sin un amo que lo tranquilizara comenzó una alocada huida perdiéndose entre los árboles, dejando un reguero de sangre a su paso.

Sus compañeros, incapaces de evitar el desastre siguieron al trote los destellos rojos sobre el blanco suelo, con la esperanza de evitar lo inevitable. Teodosio, al frente, con el corazón encogido, Marcus, detrás, tratando de seguir a su jefe como buenamente podía, confiando en no acabar como su compañera.

Tras unos veinte minutos de persecución, salieron del bosque para encontrarse en la llanura previa al pueblo que abandonaran horas antes, el rastro parecía dirigirse al establo. Ambos azuzaron a los caballos para llegar lo antes posible.

Al llegar desmontaron rápidamente y pasaron extrañados sobre la caída puerta para ver al caballo sin Elvira y atado a un poste. Teodosio se acercó lentamente al caballo mientras desenvainaba la espada y en un sólo movimiento separó la cabeza del cuerpo.

-Deben haberla recogido y llevado a la casa, no perdamos más tiempo- ordenó limpiando su espada con las pieles de su abrigo.

Marcus bajó del caballo y ambos atravesaron el temporal camino de la casa que habían ocupado. Al poco de abandonar el establo dos figuras emergían de entre la paja arrastrando una tercera.

-¿Aún respira?

-Sí, démonos prisa o no nos servirá para nada.

Teodosio preocupado por el estado de su alma gemela se dirigió raudo hacia la entrada de su nueva guarida, para ver como el enorme Diego salía de espaldas de la casa arrastrando algo.

-¿Se puede saber qué haces?- rugió pensando que se trataba de Elvira, pero al girarse el increpado pudo observar que lo que sacaba de la casa era el cofre restante del botín- ¿Cómo?

Algo no iba bien, sus hombres jamás le habrían permitido acercarse si quiera al pesado cofre, cuanto menos llevárselo. El enorme hombre se quedó blanco al ver como una ira incontenible crecía en los oscuros ojos del bandido, sus piernas empezaron a temblar y cayó hacia delante balbuceando entre dientes.

-No he hecho nada… señor no me castiguéis- el campesino se tapó la cabeza temiendo lo peor. -Sus compañeros se marcharon sin decir nada, sólo pretendía guardároslo en lugar seguro.

-¡Bastardo!- rugió Teodosio dándose cuenta de que habían estado jugando con él desde un principio- escupe toda la verdad, ¿dónde están los demás? ¿Qué habéis hecho con ellos?

-Vaya, parece que no sois tan ingenuo como pensábamos- contestó Diego con un tono de voz completamente sereno, a la par que se levantaba completamente recuperado - no tiene sentido seguir con esta farsa.

-Entonces contesta o muere- dijo el líder completamente dominado por la ira. Dio unos pasos hasta el campesino desenvainando la espada.

-No pretendo hacer ninguna de las dos cosas, me limitaré a esperar- respondió el campesino sentándose sobre el baúl.

-¡Muere!- rugió comenzando a descargar la espada, pero antes de que recorriera unos centímetros Marcus le detuvo sujetándole con los dos brazos.

-No sabemos a qué nos enfrentamos, si le matamos no sabremos que trampas nos tienen preparadas sus alegres vecinos- Teodosio le miró henchido de odio. -Se las han apañado para reducir a todos los demás, dejádmelo un rato y nos dirá todo lo que sepa, aunque no se acuerde todavía de ello.

La ira fue cediendo paso al instinto de supervivencia y en lugar de partirle en dos, le propinó tal golpe con la empuñadura de su espada que el campesino cayó inconsciente al suelo.

-Llevémosle dentro- dijo Teodosio algo más tranquilo -pero quiero que sufra hasta que no pueda mas.

-Para cuando muera no sólo le habré despellejado entero, sino que además tendrá todos sus malditos huesos rotos, uno por uno- contestó Marcus esbozando una sádica sonrisa.

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