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jueves, 24 de diciembre de 2015

¡Felices Fiestas!

Nada más salir de la desvencijada tartana, la nieve moja tus agrietadas botas y el frío viento invernal muerde de forma inmisericorde tu contrahecho cuerpo. Interiormente das gracias, por primera vez en tu vida, de tener tú joroba, pues al menos esa atípica masa de grasa mantiene tu espalda algo más templada.

Te despides quedamente del conductor –algo putrefacto y callado-, antes de que arranque y de la vuelta al edificio.

Por fin te atreves a coger aire y encaras la mansión. Cualquiera que hubiera leído suficiente literatura gótica la podría visualizar: inmensa, ominosa, con enormes ventanales, paredes de madera oscura pintada de un negro denso como la brea… y, no podría ser de otro modo, una enorme puerta de doble hoja con una aldaba ornamentada con una cara fúnebre.

Todo muy sobrio y tétrico, salvo por la guirnalda de acebo que hay sobre la puerta. Aquello provoca un chispazo en tu imprecisa memoria y recuerdas fugazmente que, en el trayecto desde la estación de Transilvania hasta la mansión, también divisaste una pirámide egipcia con luces de navidad subiendo por sus aristas.

Encojes tus asimétricos hombros, has venido a trabajar, no a juzgar las particularidades locales, con la crisis no te planteas hacer más preguntas de las necesarias.

Subes las escalinatas –porque obviamente las mansiones de este tipo siempre han de tener escalinatas para acceder a las puertas, cosa muy poco práctica a la hora de acarrear bultos- y das un par de aldabonazos.

Pasado el intervalo de dos respiraciones –tres si uno está muy acelerado-, se abren las sólidas tablas de madera con el chirrido necesario para todo caserón tétrico.

Un hombre vestido con unos vaqueros remendados cien veces, un jersey marrón de cuello alto, barba irregular y un diastema por el que cabe un euro de canto, te recibe y observa de los pies a la cima de la chepa.

-Supongo que eso no es una mochila –comenta.

Sonríes y niegas con la cabeza mientras sacas un papel de tu bolsillo, la oferta de empleo.

-Ah, de acuerdo, vienes por el trabajo de Igor, no esperábamos que llegaran aspirantes tan pronto. Soy Oscar, uno de los hermanos fundadores de Buscadores de Hybernia, la empresa contratante. Un placer –dice extendiendo una mano que te apresuras a estrechar.

Te indica con un ademán que pases a un amplio y oscuro vestíbulo con dos escalinatas que ascienden al piso superior y numerosas puertas a los lados.

-Realmente el asunto del empleo lo ha organizado mi hermano Sergio con ayuda de nuestro otro hermano, Nacho, y obviamente el doctor Víctor von Frankenstein –se te acerca y añade en voz baja-, no le digas que he pronunciado así su apellido, lo odia.

Le sigues hasta una enorme puerta entre ambas escaleras, la abre y del interior te abraza un ambiente cálido, luminoso, festivo y con aroma a chocolate caliente, no puedes evitar que una sonrisa asome en tu mellada boca. Te sorprende ver un árbol de navidad en movimiento, pero pronto te percatas de que es la archi famosa cosa del pantano adornada con bolas de colores y espumillón. Por todos lados seres míticos, no muertos, forajidos y lectores hablan, ríen y beben a la luz y calor de una inmensa chimenea. Las luces navideñas, así como las guirnaldas de acebo y cintas de colores de disponen por doquier a lo largo de paredes, vigas y lámparas. En una larga mesa de madera se ofrecen diversos manjares salados y dulces procedentes de distintas culturas –e incluso de distintos mundo, te planteas al ver unas criaturas animadas de chocolate y tres patas con cuerpo de bombón-.

-Como puedes intuir, nos pillas en plena celebración navideña.

Divisas entre el alegre gentío al hombre lobo ataviado con camisón y gorro de dormir, no puedes evitar acordarte de aquellos rumores que leíste en la gaceta transilvana en los que insinuaban que había desarrollado una singular afición a disfrazarse de abuela tras el incidente con la diabólica caperucita.

-Te mandaría a hablar con mis hermanos, pero los dos están muy ocupados –señala hacia una reluciente calva en la que se reflejan las navideñas luces que se encuentra rodeada de zombis agitados-, Sergio se las ha apañado para convertirse en el jefe del sindicato de desguaces el zombi sin siquiera estar muerto y le están dando la plasta ahora mismo. Nacho, por su parte, está en su despacho, en lo más alto de la más alta torre, dibujando horas y horas sin descanso, los rumores dicen que le tenemos atado a la mesa poco menos que esclavizado –tose desviando la mirada-, son solo rumores jocosos, claramente…

Ves aparecer a un Drácula más pálido de lo normal, huyendo de la bruja Yaga que enarbola sin piedad un muérdago atado a su escoba mientras frunce los labios intentando resultar seductora. No se le da muy bien.

-Hemos trasladado la empresa temporalmente a la mansión, a fin de cuentas el encontrar un nuevo Igor es nuestro trabajo estrella del momento. Tranquilo, el anterior Igor sigue vivito y coleando, solamente se ha jubilado. En cuanto a los requisitos, cuando eres un rico y tétrico científico loco puedes permitirte ciertas excéntricas exigencias en lo referente al excelso servicio –estas convencido de que el “excelso lo ha añadido sólo por introducir más equis-, en este caso el rasero es ser un jorobado y renombrarte como Igor. Una vez superadas estas formalidades comenzaría la prueba de admisión, que consiste básicamente en ser el primero en construir un monstruo funcional para el doctor a base de piezas.

Le preguntas con un escalofrío como se supone que has de hacerte con las piezas.

-Haciéndoles favores a los vecinos, y si necesitas una ayuda adicional, los zombis dan servicios variados, por ejemplo hacen de chofer en su vieja tartana.

Le preguntas sobre que otros servicios ofrecen en su peculiar empresa.

-Tenemos otros proyectos entre manos, Nuevos Inquilinos está parado, pero no finado, y yo mismo tengo tres relatos en proceso de publicación. En cuanto a Nacho es mejor que si te pica la curiosidad ojees sus blogs, está en tantos proyectos a la vez que, honestamente, pierdo la cuenta.

>Así que para no enrollarme más: nuestra querida empresa Buscadores de Hybernia ha estado de hiato, pero no permanentemente, está más viva que ese –dice señalando al zombi de Phileas Fogg-, la búsqueda de un nuevo Igor, relatos, ilustraciones, todo sigue y seguirá fluyendo.

>Sólo me queda desearte una feliz Navidad, Saturnalia, Yule o lo que celebres e invitarte a la fiesta, mañana ya pensaremos en trabajos y negocios, pero esta noche toca disfrutar al calor de la chimenea, y si es en compañía de los que aprecias y una buena historia, tanto mejor.

lunes, 7 de marzo de 2011

Nuevo capítulo de "Athnecdotas" & portada de "Nuevos Inquilinos"

Hace un frío gélido en el exterior. Veo, desde el reconfortante calor de mi hogar, como cae la nieve de manera copiosa. La avanzada hora, unida al encapotado cielo, hace que la luz solar apenas roce mi ventana.

Un día de perros. Un excelente día para disfrutar de la literatura, ya sea leer o escribir.

Antes de ponerme con algo de mayor magnitud, he pensado aprovechar este lapso para retomar el blog; pues hay cosas que deben ser dichas, noticias que han de promulgarse.

Comencemos con algo divertido: ya esta colgado en el Athnecdotario el tercer capítulo de Athnecdotas incoherentes. En las dos páginas que lo componen, harán su aparición dos celebres artistas invitados. Espero que lo disfrutéis (aunque estoy seguro de que así será). Para leerlo seguid el link:

Athnecdotas Incoherentes Vol.III



Ahora hablemos de un proyecto que hace tiempo que tenemos olvidado aquí: “Nuevos Inquilinos”.
El recopilatorio sigue en marcha, de hecho esta en los estadios finales de su gestación: los relatos están escritos, gran parte de las ilustraciones concluidas. Tan solo queda dar los últimos retoques y enviarlo a editoriales.
En este mismo blog podéis leer alguno de los relatos que compondrán el volumen, aunque la versión final de algunos dista con mucho de la que aquí se encuentra.

Como muestra de lo avanzado que esta el proyecto -y para que lo degustéis con placer, como si de oporto se tratase-, aquí os dejamos la excelente portada, obra de Nacho de Marcos (Von Heimdrich):

jueves, 22 de julio de 2010

NUEVOS INQUILINOS "El pez más grande" (primera entrada)


El primer día

Silvia se despertó sobresaltada. Durante un largo instante se sintió completamente desorientada, se notaba en tensión, no encontraba ningún punto de anclaje para recordar donde se encontraba, nada familiar. Enseguida se calmó al reconocer un viejo sillón de cuero. Hacía solo dos días que vivía en aquella casa, aún no se había acostumbrado. El timbre sonó, seguramente eso la había despertado. Se puso en pié con cuidado, aún aturdida por la cabezada que había dado en el sofá nuevo. Era realmente cómodo. Se ató la bata que llevaba encima del camisón y se dirigió a la puerta. Al abrirla se encontró con una pareja joven, ella con piel blanca y pelo moreno rizado, el hombre tenía algunos kilos de más y tenía una calva en mitad de la cabeza, le recordó a algún fraile de película. Ambos mostraban unas amplias sonrisas.


-Bienvenida vecina -dijo ella con un tono de voz demasiado jovial para el gusto de Silvia.

-Si… bueno, buenas -comentó, aún algo dormida- ¿queríais algo?

-Solo darte la bienvenida al barrio -comentó el hombre también sonriente, por un momento Silvia tuvo que reprimir una carcajada, le recordaban a un anuncio de dentífrico.

-De acuerdo -comenzó dubitativa, estaba algo cansada, no obstante parecía gente amable y no le vendría mal hacer nuevas amistades-. De acuerdo -repitió sonriendo-, pasad.

-Muchas gracias, vecina -comentó la chica-. Me llamo Isabel y este es mi novio, Diego.

-Un placer, yo me llamo Silvia -abrió la puerta totalmente-. Pasad al salón, perdonad el desorden, pero aún no he terminado de organizarlo todo.

Pasaron y se sentaron: la pareja en el sofá en el que dormitaba Silvia minutos antes, ella en el viejo sillón.

-Bueno… ¿qué te ha traído al barrio, vecina? -comentó Isabel.

-Mi novio, bueno, mi prometido Iván -rectificó ella con un ligero rubor en el rostro-. Se ha dedicado a viajar mucho desde que nos conocemos, por motivos de trabajo, pero ahora que he terminado la carrera va a dejarlo un poco de lado, compró esta casa para los dos.

-Que suertuda -exclamó alegre Isa- ¿De qué trabaja para podérselo permitir?

-Es el encargado jefe de una importante compañía de investigación arqueológica, recibe fondos de varias Universidades -mientras contaba aquello, se notaba en su rostro lo orgullosa que estaba-. Bueno, que contáis de vosotros, vecinos -prefirió reconducir la conversación hacia ellos.

-Bueno -comenzó la joven-, aquí mi marido se dedica al negocio de los seguros -él asintió sonriente-. Yo me dedico a cuidar de nuestros dos hijos: dos diablillos traviesos de cinco y nueve años.

La conversación continuó, intranscendente, la típica amabilidad ante nuevos vecinos: algo de coba y resumen a grandes rasgos de las vidas de cada cual. Poco rato después, se despidieron amablemente.

Durante el resto del día la situación se repitió varias veces con distintos vecinos. En todos aquellos encuentros Silvia trató de ser educada y amable, pese a, en las últimas visitas, estar ya algo harta de tanta interrupción.

Al fin la noche llegó provocando que la calma y quietud dominasen aquella urbanización, poblada por gente demasiado benévola, casi tópicos. En semejante lugar nadie rondaría por la noche. Una frase de su padre le vino a la memoria, la repetía en las ocasiones que ella se quedaba hasta tarde despierta “la gente decente ya está durmiendo a estas horas”. Torció la boca en una sonrisa, aquel recuerdo familiar resultaba agradable en contraste con todas las novedades de la mudanza.

Su calle constaba tan solo de catorce casas –realmente trece, pues una de ellas estaba deshabitada y en fase de reformas tras un incendio, según le comentaron sus vecinos-.

Quizás la urbanización fuese un vergel de tranquilidad y quietud, pero para ella, acostumbrada a vivir en la ciudad, tanto silencio en la enorme casa que ahora le servía de hogar, resultaba casi perturbador. Sin poder evitarlo encendió la luz de la cocina antes de observar su interior y, pese a estar sola, cerró la puerta tras de sí antes de comenzar a preparar la cena. Cuando llegase Iván toda esa inquietud desaparecería, su proximidad siempre le había resultado tranquilizadora.

Mientras metía en el microondas unos macarrones que sobraron de su comida del día anterior, recordó fugazmente como se conocieron. Había sido en su primer curso de Universidad, en una charla sobre civilizaciones antiguas, centrada principalmente en Mesopotamia y Egipto. El encargado de dar la charla, de unos treinta años largos, irradiaba un aura de distinción y calma, parecía imperturbable a la par que sabio, fue un flechazo. Poco después coincidieron en la cafetería del campus, sin duda el destino. Aquel día comenzaron a conversar y el resto es historia. Historia, la carrera que ambos compartían, aunque él siempre había demostrado más conocimiento que sus maestros de Universidad.

Se comió los macarrones templados, con un poco de queso a medio derretir por encima, sin apenas saborearlos, parecía una chiquilla, no podía estar tranquila en aquel enorme caserón.

Poco después, en la cama ya, en su habitación del segundo piso, logró, tras un buen rato de intentarlo, quedarse en duermevela. En ese estado recordó comentarios que le habían hecho sobre la única vecina que no la había visitado, la de enfrente, decían que se trataba de una vieja amargada. “Mañana iré a hacerle una visita” pensó mientras su consciencia viajaba, por fin, a los dominios de Morfeo.

NUEVOS INQUILINOS "El pez más grande" (segunda entrada)


El segundo día


El brillo del sol alcanzó su cara, inundándola de un confortable calor. Se despertó algo incómoda por la luz.


Mientras desayunaba canturreaba por lo bajo, su pasión secreta -y seguiría siendo secreta-. Cantaba de ánimo ante un nuevo día, los miedos nocturnos habían dado paso a las energías matutinas de una ex universitaria, que al fin podía despertarse a media mañana sin perder clases durante el proceso.


Se sirvió zumo de un brick mientras la leche se calentaba en el microondas. Al contrario que durante la oscura noche, ahora mantenía las puertas abiertas o entornadas sin ni siquiera percatarse de ello.


Dos cucharadas de azúcar acompañaron el vaso de leche antes de que se lo bebiese a cortos sorbos. Se asomó a la ventana ataviada con su camisón y la bata.


Lo que vio le estropeó la tranquila mañana.


En el jardín de enfrente había una anciana golpeando con un bastón alternativamente a un niño que lloraba y a un perro que apenas sería un cachorro.


Antes de ser consciente de sus actos, ya había salido a la carrera en aquella dirección.
Cuando llegó, la anciana con un rostro tremendamente envejecido, surcado por auténticas telarañas de arrugas, estaba golpeando al perro mientras le impedía levantarse con la otra mano, nudosa y esquelética. Ante los gañidos lastimeros del pobre animal, Silvia no pudo contener su rabia, hizo lo primero que se le ocurrió, arrojó la leche caliente al rostro de la vieja. Acto seguido dejó caer la jarra y ante la mirada perpleja de la anciana le arrebató el bastón y lo arrojó a mitad de la calle.


-¡¿Está usted loca, maldita vieja, o qué diablos le pasa?! -Exclamó a voz en grito la joven.


-¡Maldita niñata! -vociferó la anciana a su vez-. Esta bestia se ha cagado en mi césped, en cuanto coja mi bastón le abriré el cráneo.


Una sonora bofetada fue la respuesta que recibió la vieja por parte de Silvia.


-¿Qué… qué acabas de hacer, criaja desvergonzada? -la anciana parecía más asombrada que dolorida.


-Váyase a un puto psiquiátrico, maldita loca, y deje en paz a la gente normal, no puede golpear a un niño y un cachorro porque hayan dejado una cagadita en su puñetero césped -Silvia estaba enrojecida de furia, no recordaba haber estado tan cabreada, ni haber usado ese lenguaje nunca. La anciana levantó la mano en gesto de reprimenda pero la muchacha se la apartó de un bofetón y retomó la palabra-. No se le ocurra recriminarme nada, como la vuelva a ver golpear a un niño o un perro la denuncio a la policía.


Ayudó a levantarse al asombrado niño y lo acompañó, tirando de la correa del asustado perro, ninguno de los dos parecía estar herido de gravedad.


-Te arrepentirás, maldita- comentó, con voz furiosa, la decrépita anciana-. Créeme que te arrepentirás.


Acompañó al chavalín a su casa, entre sollozos aclaró que se llamaba Arturo. Resultó ser uno de los hijos de Isabel y Diego. Ambos padres estaban ausentes, así que estuvo un rato con Arturo. Una vez se calmó y comprobaron que el perro se encontraba bien, le dejó su número, pidiéndole que la llamase ante cualquier problema y se volvió, aún algo enfadada, a su casa.


Al llegar se maldijo a sí misma por estúpida. ¿Se había dejado la puerta abierta al ir a socorrer al niño? ¿Y no se había dado cuenta hasta ese momento? Resultaba posible, sin duda, había salido corriendo para ayudar al desvalido chavalín, pero era extraño, que no echase la llave puede, pero que dejase abierto no era propio de ella. Comprobó que no parecía forzada, aunque sin garantía alguna, ella no era ninguna profesional. Rezó porque ningún ratero oportunista, ni la lunática, hubiesen entrado en su casa. Entró, algo temerosa, nada en el pasillo, tan solo la penumbra propia de un pasaje interior de la casa. Empujó con cuidado la puerta de la cocina, tampoco, notaba como le temblaba el mentón. Dentro de la cocina sujetó un afilado cuchillo de cortar carne y avanzó por el resto de la casa. Después de una rápida ronda por su nuevo hogar se convenció de que, aparentemente, no faltaba nada, aunque con el caos de cajas de la mudanza tampoco podía asegurarlo se recordó a sí misma. Un poco más tranquila devolvió el cuchillo a su sitio, no obstante la tensión permanecía.


El resto del día transcurrió en la rutina de una mudanza, desembalando cajas y colocando objetos y recuerdos, de la anterior etapa de su vida. Llevaba a cabo su labor con cierto frenesí, para intentar soltar adrenalina y quitarse de la cabeza a la anciana. No podía evitar que el recuerdo de aquella momia en vida la intranquilizase, era la vieja más afectada por la edad que había conocido; esquelética, con millares de arrugas enlazándose las unas con las otras y unos ojos entrecerrados, aviesos, locos.


Cuando la tarde estaba ya bastante avanzada, se dio cuenta de que, sin pretenderlo, miraba de vez en cuando hacia las ventanas. Al caer en aquello fue consciente de lo terrorífico que le resultaría encontrarse a la anciana apoyando su rostro contra la ventana de la casa.
El reloj marcaba las siete y poco de la tarde, cuando abrió una caja de álbumes y fotos sueltas. La primera que cogió le trasmitió una serena calma. En aquella foto aparecía una hermosa joven, de pelo rubio hasta los hombros y ojos avellana, su rostro aparentaba menos edad de la que tenía, a su lado, un hombre algo más mayor, con media melena y una cuidada perilla, moreno, con alguna cana, y una mirada benévola, sabia. Silvia e Iván en su última excursión a la montaña, unos pocos meses atrás. Esa foto la hizo recordar que esa misma noche, de madrugada, llegaría su prometido. Aquel pensamiento borró el temor que la había controlado antes. Se acurrucó en el sofá observando la foto, descansando del trajín y la ira que aquel día la había invadido.
Se despertó sobresaltada, irguiéndose por completo en el sofá, en completa oscuridad. Un terror fundamental, el miedo a lo desconocido la embargó, era de noche y no había ninguna luz encendida, debía ser noche cerrada pues apenas entraban penumbras por la ventana. Empezó a temblar, no conocía aquella casa, y le aterraba encontrar algo en mitad del camino que la separaba del interruptor de la pared, que, en esos instantes, tanto daba que estuviese en la casa de al lado.


Cogió aire, apretó puños y mandíbula con decisión y se puso en pie. A su alrededor solo había negrura. Avanzó a tientas, cada vez que pensaba en la posibilidad de que sus manos chocasen contra algo, como una piel arrugada, su corazón se desbocaba. La tensión que la embargaba era tal, que cuando al fin alcanzó la pared estaba ensordecida por sus propias palpitaciones. Siguió la pared hasta tocar el interruptor y lo encendió. Por unos momentos temió mirar a su alrededor, angustiada por aquello que la nueva luz pudiese revelar. Por fin, se giró. Nada, todo estaba tal y como lo había dejado antes de quedarse traspuesta.


Saltó, apartándose de la pared. Había notado un leve cosquilleo a lo largo de la espalda, como si unos finos palillos la rozasen. Observó el muro, pero no había nada.


“Has de calmarte, no hay nada” comentó en un murmullo para sí misma.


El timbré del teléfono le provocó un nuevo sobresalto.


“Hoy no gano para sustos”


Se sentó en el viejo sillón de su prometido y se llevó el auricular a la oreja.


-¿Diga?

-¿Silvia? -la voz delató a su interlocutora como su vecina Isabel.

-Sí, ¿eres Isa?

-Sí, hija, sí -se la notaba tensa-. Acabo de llegar a casa, Arturo me ha contado el incidente de hoy.

No sé cómo agradecértelo.

-No ha sido nada. Cualquiera hubiese hecho lo mismo, esa vieja está loca.

-Tienes toda la razón, ¿tú como estas?

-Bien, estaba dando una cabezada

-Ay, lo siento si te he despertado chica.

-Nada, no te preocupes, no pretendía dormirme -“Y hablar con alguien me hacía falta para

relajarme” pensó Silvia- ¿Cómo están tu hijo y el perro?

-Arturo ya bien, Roby aún está algo asustado, no se aleja de nosotros, pero también está bien. Durante unos días mi marido se encargará de bajar al perro para evitar problemas.

-Me alegro de que estén bien.

-Oye Silvia, no puedo entretenerme más, tengo cosas que hacer pero… ten cuidado ¿de acuerdo?
-¿Qué? -Silvia notaba como su corazón volvía a acelerarse- ¿Por qué dices eso?

-Es… es una tontería -comenzó dubitativa Isa-. Pero… solemos evitar problemas con esa anciana.

-¿Y eso?

-Es una tontería, pero ya sabes, más vale prevenir.

-Tú cuéntamelo -pidió Silvia, tensa.

-Tuvo problemas con tres vecinos en el pasado, desde que vive en esta urbanización -Silencio, parecía costarle continuar-. Probablemente sea una tontería y no tenga nada que ver pero… los

tres desaparecieron.

-¿Cómo que desaparecieron? -Silvia notaba la garganta seca- ¿Les hizo algo?.

-No sé, en realidad no se supo nada, solo no se les volvió a ver.

-¿La policía lo investigó?

-Sí, durante meses, pero nada. Ya te digo que es una tontería, es solo una anciana, apenas puede mantenerse sola, no pudo hacer nada. Solo te pido que te cuides… y gracias, tengo que colgar, nos vemos.

-Adiós -se limitó a contestar Silvia.

Colgó el teléfono casi sin darse cuenta. Se levantó y observó la habitación en toda su amplitud, nada destacaba. Se sentó de nuevo en el sillón. Le gustaba donde estaba emplazado el sillón, apoyado contra la pared, encarado a los ventanales de la sala y la puerta que daba al pasillo. Se acercó a la estantería de la pared para coger un libro, su paso era más rápido y furtivo que el que usaba normalmente. Volvió rápidamente al sillón. Un rato de lectura la relajaría. Casi ni se había dado cuenta del libro que había cogido, “La llamada de lo salvaje”.

“Al menos, no he sido tan tonta de coger uno de terror” se mofó de sí misma. Abrió el libro y comenzó la lectura. Ese libro le había pertenecido desde pequeña, fue de sus primeras lecturas. Poco a poco, sin poder evitar miradas sutiles a la habitación, la lectura cumplió su objetivo y empezó a relajarse de nuevo.

Levantó la mirada del libro al poco de comenzar el cuarto capítulo, sin saber muy bien porqué. Retomó la lectura algo más inquieta. Volvió a interrumpirla, esta vez lo había notado, un ruido, como un leve rascar, vio como el libro vibraba levemente en sus manos debido a su alterado pulso, así que lo dejó sobre la mesa. Se levantó, y se acercó con cautela a la pared de la estantería; de nuevo se oyó el leve ruido. Parecía provenir del espacio entre el interruptor y la estantería. Se quedó quieta, hierática, ¿y si había algo en el pasillo?, rascando la pared, haciéndola ir, ¿y si estaba la anciana armada?. Le costó, pero tragó saliva y se forzó a regular la respiración. Con la mano derecha sujetó con fuerza una estatuilla de piedra que reposaba encima de un estante. La figura medía sus buenos veinte centímetros, la había traído su marido de África. Con la mano izquierda abrió de par en par la puerta. Nadie esperaba allí.

Otra vez aquel ruido. Era obvio que provenía de aquel trozo de pared, pero no había nada en ninguno de los dos lados.

“¿Carcoma?” pensó “¿La carcoma se come el ladrillo y el yeso?”

Posó una mano a cada lado de la pared y notó un cosquilleo en las palmas.

“Joder, como sean ratas el de la inmobiliaria se va a enterar”

Dio un par de golpes con los nudillos, pero no oyó que sonase a hueco. Pese a lo extraño de la situación se sentía un poco mejor. Serían insectos o alimañas, algo asqueroso seguro, pero un exterminador podría dar buena cuenta de lo que fuese. Además su cuarto estaba en el piso de arriba, lejos de ese ruido.

Se estiró sintiéndose tonta por los temores nocturnos que la atenazaban continuamente. Se dispuso a cenar viendo la tele de la cocina, distanciándose así de lo que hubiese en la pared.
Media pizza casera al microondas le sirvió de cena, mientras veía Los Simpson, eran repetidos, como de costumbre, pero no había ningún otro programa de interés a esa hora.

Cuando fregaba los cacharros de la cena notó algo. Se giró en redondo. Nada. Volvió su atención de nuevo a los cacharros, más atenta. Otra vez, aquel mismo ruido de antes, pero más fuerte. Dejó el fregadero a su espalda dirigiéndose al pasillo. El ruido había aumentado, sonaba mucho más fuerte. En el momento que apoyó la mano sobre el picaporte de la cocina advirtió otro detalle nuevo, el ruido venía de la pared de la cocina. Abrió con decisión y salió al pasillo, sin pensarlo. Tal y como suponía no había nada, tan solo aquel constante ruido de rascado.

“Vaya” pensó algo intranquila “esto no es normal, debemos tener un nido de algo en las paredes”

Bastante inquieta apagó el televisor, sin el sonido del aparato aquel ruido resultaba muy molesto.

Preocupada, se dirigió hacia arriba por las escaleras, manteniendo constante su rutina de encender todas las luces a su paso. Una vez en su habitación, se tumbó en la cama, dejó la lamparilla de noche encendida y se dispuso a intentar dormir.

Una hora. Nada.

Dos horas. Imposible dormir. Oyó un leve rascar en la puerta, la cual comenzó a entornarse. Notaba como el pulso se le aceleraba, era incapaz de reaccionar. La puerta terminó de abrirse, había una figura agachada a cuatro patas en el suelo. Empezó a avanzar lentamente rumbo a la cama. Silvia intentó gritar, huir, pero se sentía incapaz, no podía moverse, estaba congelada de puro terror. Una mano raquítica se apoyó sobre la cama, a continuación otra, la arrugada cara de la decrépita anciana asomó por encima del borde del colchón, estaba desfigurada en una mueca de furia.

Se despertó. Un sudor frío le recorría todo el cuerpo y temblaba sin poder controlarse. Una pesadilla, todo había sido una pesadilla. Sonrió, estaba en la habitación, pero era incapaz de relajarse, algo no cuadraba, el ruido estaba allí. Un escalofrío la recorrió todo el cuerpo. No lo había notado antes porque aparecía en su sueño, no varió lo más mínimo.

Se levantó de la cama mostrando más valor del que creía poseer y se aproximó a la pared que daba al patio trasero. Era ahí donde se oía aquel desesperante sonido. Era mucho más fuerte que en el piso inferior.

“No puede haber nada, estoy en un segundo piso” Pese a no dejar de repetir en su interior ese pensamiento, era incapaz de calmar su desbocado corazón.

Al fin llegó a la ventana, la abrió con cuidado y miró al exterior. Una vez más, nada la aguardaba. Pese a ello, aquel ruido se mantenía constante y e in crescendo.

Ese rascar le resultaba insoportable, se iba a volver loca. Miró el reloj de la mesilla, las tres y media de la madrugada, faltaba poco para que llegase su prometido.

Fue al baño con el fin de enjuagarse el rostro y así, tal vez, calmarse un poco. Surtió efecto a medias, se sentía un tanto más relajada, pero aún estaba intranquila. Al salir del baño se encontró encarando la puerta de su habitación, entornada. Tan solo había dado un paso cuando se detuvo en seco ¿Había visto movimiento, o eran imaginaciones suyas?

“A este paso acabo loca, debo habérmelo imaginado”

Tras un segundo paso se detuvo de nuevo. Estaba segura, algo se había movido en su habitación. También notó que el incesante ruido se había parado.

“Deben ser ratas, alguna estará pasando por la mesilla, lanzando sombras a la habitación”
Caminó despacio, ni siquiera ella era capaz de creerse su propio razonamiento, pero era la única respuesta lógica. Necesitaba entrar en aquella habitación y encontrar una o varias ratas correteando. Necesitaba que todo tuviese lógica, abriría la puerta y vería un montón de asquerosas y repugnantes ratas correteando por su habitación.

Abrió la puerta.

No pudo gritar. Lo que vio ante ella le quitó el aliento. Comenzó a dolerle el pecho y los ojos se le nublaron. Lloraba de puro terror.

Frente a ella había una figura simiesca, pero esquelética, balanceándose como en estado de ebriedad; la piel, correosa y lacia, parecía colgar lánguida de sus huesos; su rostro era una caricatura grotesca, a medio camino entre humano e insecto indefinible, sus ojos resultaban inexpresivos y su boca parecía más una cicatriz; sus largos brazos acababan en unas afiladas garras.

Silvia no podía gritar ni moverse, sentía como sus músculos se contraían sin efecto alguno. Entonces, la obscena figura se giró, encarándola. El cuerpo de aquel ser se detuvo y tensó como un felino al acecho e instantes después saltó en su dirección.

Apenas logró reaccionar a tiempo, cerró la puerta de golpe. Un segundo después un tremendo impacto contra la puerta la hizo caer de espaldas. Gritó, un alarido de puro terror. Logró entre lágrimas gatear hasta la escalera y ponerse en pie ayudándose de las manos cuando oyó como la puerta de su cuarto se hacía pedazos. Descendió a la carrera, escuchando los pasos del imposible depredador a sus espaldas. Alcanzó el pasillo inferior. Oía como el ser recortaba distancia.

Apenas quedaban unos metros para la puerta de la casa. Miró hacía atrás y se arrepintió. Aquel ser avanzaba con el mismo correr mecánico de un insecto, rápido y terriblemente irreal.
Chocó contra algo y se hizo la oscuridad. Los pasos seguían avanzando pero se detuvieron en seco.

“Ya está, estoy muerta” el pensamiento resultaba extrañamente relajante, ya no podía hacer nada, no podía huir. Se acabó. Entonces recordó a Iván y rompió a llorar.

-¿Por qué lloras? -era la voz de Iván.

La luz reapareció. Estaba tumbada sobre Iván, el largo abrigo de su prometido le había tapado durante la caída, por eso no veía nada. Entonces el terror volvió a su mente.

-¡Tenemos que irnos, hay un monstruo en la casa! -le gritó.

-¿Un monstruo? -Iván lucía aquella sonrisa condescendiente, que a ella agradaba y enfurecía a partes iguales.

-Es verdad, tenemos que irnos.

-Relájate, no sé qué diablos ha pasado, pero ya está.

Iván se levantó y accedió al interior de la casa mientras Silvia le miraba impotente. Desapareció entre la penumbra del hogar. La luz del pasillo se encendió, no había nada.

-Vamos, entra. Me encanta ese camisón, pero si lo usas en la calle a estas horas vas a pillar un resfriado -seguía mostrando aquella sonrisa.

Iván subió las escaleras. Silvia le siguió unos segundos más tardes, aún temerosa de lo que pudiese acechar en las sombras. Al alcanzar el segundo piso respiró aliviada, Iván tenía la mano apoyada sobre la puerta del dormitorio, no estaba rota ni dañada en lo más mínimo.

-Debió de ser una pesadilla… pero… era tan real.

Su prometido la abrazó y besó con ternura.

-No pasa nada, ya estoy aquí, ahora vamos a la cama y cuéntame que tal estos días.

Así lo hizo Silvia, le contó al siempre atento Iván sus conversaciones con los vecinos y el incidente con la anciana; el extraño ruido de las paredes y las dos horribles pesadillas.

-Vaya -se limitó a comentar-. Bueno, ahora durmamos.

Ambos se acurrucaron, el uno contra el otro y no tardaron en quedarse dormidos.

NUEVOS INQUILINOS "El pez más grande" (tercera entrada)


El tercer día


Lavinia se levantó con pereza, sus viejas articulaciones se quejaron por el esfuerzo. A sus noventa y dos años se conservaba, según su propia opinión, bastante bien. Se detuvo ante el espejo y dejó caer el ligero blusón que la cubría a la hora de dormir. Se vio hermosa. Hacía tiempo que era incapaz de ver lo raquítico y escuálido de su figura; las mil y una arrugas que la hacían parecer una muñeca de cuero maltratada por el tiempo. Una juventud de excesos y coqueteo con lo oculto y extraño la habían hecho parecer una década más anciana. No obstante, debía al ocultismo el que su cuerpo aún funcionase en condiciones, a pesar de su frágil apariencia.


Su olvidadiza mente le recordó, en susurros, lo acaecido el día anterior y sonrió. Esa criaja ya debía haber desaparecido. La muchacha se lo había buscado, pegarla, a ella.


Cumplir su venganza fue tan sencillo como entrar en la casa de la niña, mientras esta se llevaba al maligno duende y su bestia, coger un pelo de la almohada y volver a su hogar; una vez allí no tuvo más que recurrir al “Liver Ivonis”. Un calambrazo de placer recorrió su antiguo cuerpo, “El libro de Eibon”.Siempre que recordaba aquella joya, un frío placer la inundaba.
Aquel libro era uno de los compendios más poderosos de saberes ocultos. Ella misma, poderosa bruja, solo había podido comprender una pequeña parte de los misterios y hechizos que el libro poseía. El ejemplar que ella tenía en su haber era una traducción, cosa obvia, si hacía caso a las leyendas, Eibon era un hiperbóreo, más viejo que la Atlántida.


Algo llamó su atención. Observó, con la frialdad y quietud de una víbora. Enseguida descartó que nada la acechase, pero algo en su interior se removió. Aguzó su fino oído y lo percibió. Un susurro, en la esquina superior derecha de la pared que estaba mirando. Su gesto se torció y miró allí, con tranquilidad. Entonces unas pocas volutas de humo empezaron a emerger de la esquina, un humo oscuro, extraño.


Lavinia se cayó de espaldas, era imposible.


Del humo comenzó a salir una pata, extraña, llena de llagas, un líquido azulado oscuro supuraba de esas heridas; una cabeza, con una mueca de ira y hambre infinitas salió a continuación, sus ojos completamente en blanco, parecía un perro infernal. Entonces comprendió que era aquello, entendió que iba a morir.


Se levantó a toda prisa del suelo corriendo hacia el piso bajo, sabía que no podía huir de aquello, pero no se iba a dejar matar. Usaría el libro, quizá aun pudiese salvarse.


Cuando tenía el primer pie en la escalera sintió un desgarrador latigazo en la corva, le falló la pierna herida y se desplomó por las escaleras.


Apenas era capaz de mover su vapuleado cuerpo, la pierna le dolía horriblemente y el pecho le ardía al respirar. Se arrastró hacia el salón, la caída le debió provocar una brecha en la cabeza porque la sangre comenzaba a cegarla. Consiguió sobrepasar el marco de la puerta.

Un hombre, moreno, algo cano, con una perilla cuidada y bien vestido estaba sentado en la mecedora de Lavinia. En sus manos tenía el libro.




-¡Maldito necio! -bramó la bruja- ¡Has sido tú, joven advenedizo, nos has condenado a los dos, no sabes lo que has traído!


-Un sabueso de Tíndalos -la naturalidad con la que dijo aquellas palabras heló la sangre de Lavinia-. Tú trajiste aquí a un adimensional, un vagabundo, para matar a mi prometida, pensé que sería buena retribución emplear a un sabueso.


Unos jadeos ansiosos sonaron a espaldas de la anciana, el sabueso estaba allí.



-Pero lo he pensado mejor -dijo Iván mientras se levantaba de la mecedora-. Fuera.



Los jadeos desaparecieron.



-¿Quién… quién diablos eres tú? -Lavinia sentía autentico pavor por primera vez en varias décadas, sus ojos desorbitados así lo atestiguaban.



-Yo le enseñé algunos de sus trucos a Houdini -comenzó con aire teatral el hombre-, yo fui consejero de Carlomagno, yo aprendí a jugar al ajedrez con… -estalló en carcajadas-. ¿Sabes?, tengo todo un discurso preparado para estas ocasiones, pero en vista de tus conocimientos me lo voy a saltar. Vayamos al grano -se agachó al lado de la anciana, poniendo ante ella el libro-. Yo escribí este libro.


-Eibon -la voz de la maltrecha mujer fue un susurro al pronunciar aquel nombre, casi sagrado entre los brujos.



-Sí, niñata, sí -se levantó nuevamente-. Tú, una recién nacida para mí, una novata en el mundo de lo oculto…


-Soy una poderosa bruja -la interrupción de Lavinia era fruto de su ego herido, de la frustración, del miedo, casi una rabieta infantil-. Llevo décadas usando poderes oscuros.


-¿Décadas? -Eibon volvió a reírse ante la airada bruja-. Yo llevo casi un millón de años esgrimiendo poderes que no te atreverías a imaginar, bufona. Pensaba ser benévolo, que el sabueso te devorase. No obstante he cambiado de idea. Una recién llegada decide, así por las buenas, intentar acabar con algo que he decidido que ha de pertenecerme, al menos durante unas décadas. Estoy furioso Lavinia, he expulsado al habitante de Tindalos, pero ahora tiene tu olor, volverá. Antes de que eso suceda quiero que sufras, que sufras de verdad, que te arrepientas del día en que pusiste un dedo encima de mi prometida -volvió a agacharse al lado de la anciana.



-¿Qué… Qué haces?


-Tan solo mostrarte los poderes que has intentado controlar, aquellos a los que llamas con tus hechizos -le posó suavemente la mano sobre los ojos.




Silvia canturreaba alegre cuando Iván entró por la puerta.



-¿A dónde has ido, amor? -le preguntó dejando de cantar al instante.


-A comprar el periódico -respondió.



Después de un agradable desayuno de pareja, él abrió el periódico y ella se puso a fregar. En ese momento Silvia vio como un coche de policía paraba frente a la casa de la anciana. La vecina de la casa de al lado estaba allí de pie, lívida, con un teléfono en la mano.



-¿Qué demonios? -murmuró.



-¿Pasa algo? -preguntó Iván.



-No, nada, ahora vengo.


Salió a la calle al tiempo de ver como dos policías sacaban a rastras a la anciana. Una oleada de miedo y repulsión asaltó a Silvia. La vieja se había arrancado los ojos y no dejaba de gritar. Le costó hacer de tripas corazón para quedarse allí y poder entender que gritaba. Al fin entendió sus alaridos “¡Aún los veo, aún los veo!”.



Cuando el coche se marchó, se acercó con paso titubeante a la vecina. Era una de las que la visitaron el primer día, no recordaba su nombre.



-Perdón, ¿Qué ha pasado?


-No lo sé. La oí dar alaridos, vi por fuera de la ventana que no dejaba de gritar y dar vueltas, así que llamé a la policía.



Después de una corta conversación con la vecina, Silvia entró a su casa de nuevo, con el estómago revuelto.



-Tenías razón.



-¿A qué te refieres, Silvia?


-Tan solo era una lunática… si la hubieses visto ahora… bueno, al menos no volverá a molestar a nadie y recibirá la atención que necesita.


Detrás del periódico, Eibon sonrió.



Siempre hay un pez más grande

jueves, 28 de enero de 2010

NUEVOS INQUILINOS "El Caballero Teutón" (Primera entrada)


Aquí esta mi segundo aporte a la saga Nuevos inquilínos, espero que lo disfruteis:
Nuevos inquilinos: El caballero Teutón

La sala se encontraba en penumbras, presidida por una suerte de trono pétreo, poco ornamentado. Allí una enorme figura con gruesos bigotes y larga melena gris descansaba indolente, su cuerpo se encontraba cubierto por una cota de malla deslustrada por mil usos y encima, un tabardo blanco con una cruz negra completaba la estampa, delatándole como caballero teutón. A la izquierda del trono, se encontraba de pie una figura envuelta en una túnica marrón, sus atavíos denotaban una ocupación eclesiástica, sus manos se encontraban entrecruzadas en las anchas mangas, mientras su rostro se mantenía oculto bajo las sombras de la capucha.

-Aproxímate Elrick- al pronunciar estas palabras, el rostro del caballero que descansaba sobre el trono remarcó unas visibles cicatrices.

Tras esa voz de mando, otra figura emergió de la oscuridad, en completo silencio pese a su robusto aspecto y se detuvo en las penumbras que rodeaban el trono,

-Preséntate- dijo el monje, su voz era rasposa y desagradable.

-Soy Elrick Von Staffen, caballero Halbruder de la orden Teutónica. Me presento humildemente ante usted, Gran Maestre Ludolf Köning- la voz del caballero era grave y dejaba entrever que aquel hombre estaba más acostumbrado a dar órdenes que a recibirlas.

El monje mostró un leve aspaviento bajo su túnica, no haber sido incluido en el saludo no debió agradarle.

-Has servido bien a esta orden durante años- comenzó el gran maestre- no obstante en los últimos meses tú y tu regimiento desaparecisteis- al escuchar estas palabras, Elrick bajó la mirada- comprendo que luchaste hasta el final, pero es de necesidad que nos cuentes el suceso-.

El caballero pareció dudar un momento ante la orden de su superior, se resistía a recordar aquellos aciagos días, pero finalmente comenzó su narración.

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Todo comenzó el día diecisiete de octubre del año de nuestro señor mil trescientos cuarenta y cuatro del calendario gregoriano. Un nutrido grupo de paganos lituanos habían conseguido acceder de algún modo a los bosques occidentales de las tierras teutonas, ignoro cómo lograron esquivar a nuestros ejércitos y guardianes pero así era. Ante la posibilidad de tener que luchar en dos frentes si aquello se consentía, y teniendo al resto de la orden ocupada en la frontera de oriente, eligieron a mi batallón para eliminar la amenaza. El día mentado yo, junto con otros cuarenta Halbruders bien armados y entrenados, partí hacia aquellos oscuros bosques, con Cristo en mi corazón, mi espada en la mano y mis hermanos a mis espaldas sería una empresa sencilla. Libraría los bosques occidentales de aquella corrupta gangrena que amenazaba con carcomer nuestra hegemonía en aquellas tierras paganas.

Durante días cabalgamos, cogíamos provisiones de las aldeas por las que pasábamos, de ese modo podíamos avanzar más rápido portando menos peso, la gran mayoría de los campesinos nos ofrecían de buen grado lo poco que tenían y los pocos que fueron tan poco píos de negar su ayuda a la orden fueron castigados, y obtuvimos igualmente las provisiones por la fuerza. En varias ocasiones nos cruzamos con algunos de nuestros hermanos que marchaban en dirección contraria, unos pocos saludos era todo el reconocimiento que necesitábamos. Sin ningún otro contratiempo destacable el día veintitrés llegamos al linde del extenso bosque donde aquellos herejes se habían asentado. Era una visión grandiosa e intimidante a la vez, se trataba de un bosque inmenso, cuyos límites se perdían en la distancia. Accedimos por uno de sus senderos, conscientes de que nuestras monturas no podrían maniobrar bien en zonas de vegetación más densa, y desde luego aquel bosque era denso, como una de las selvas de las historias del sur.

Las horas transcurrieron, nos manteníamos alerta, sabiendo que pese a ser la flor y nata de la ilustre orden, aquellos salvajes podían con facilidad superarnos en número. Ordené a Olaf, mi segundo al mando, un contundente guerrero proveniente de las tierras escandinavas, que cerrase la comitiva para mayor precaución.

Aquel bosque, más sombrío y ominoso que el vientre de una oscura bestia resultaba perturbador. Pese a ser buena mañana, la luz no penetraba en aquel lugar. No obstante, llevaba la luz del único dios en mi alma, así pues no temí. Para acallar los temblores de mi cuerpo comencé a emitir rezos en silencio al que es uno y trino.

Perdido estaba en mi muda plegaría, cuando oí a uno de mis hombres gritar y caer. Me giré raudo sólo para ver cómo una andada de saetas, flechas y hachas asediaban a mis hombres. Ante una orden mía todos rompieron filas en grupos y cargaron contra nuestros asaltantes. Habían caído sobre nosotros sin previo aviso, eran sigilosos como una vil serpiente. Yo mismo cargué contra aquellos paganos hijos del oscuro, con mi espada en mi diestra y mi martillo en mi zurda di buena cuenta de esos malditos, pero nuestra mayor habilidad y las numerosas bajas que sufrían no parecía intimidarles lo más mínimo. Se lanzaban con furia salvaje, sin temer, poco a poco habían comenzado a emitir extraños cánticos que parecían arengarles, mientras que a mí me perturbaban en lo más hondo de mi ser. Lentamente, persiguiéndoles como pude, me fui alejando del sendero hasta acabar en un amplio claro, cuando emergía a él una jabalina acertó a mi montura en el cuello. Caí aparatosamente al morir mi fiel caballo. Durante un instante, aturdido, fui consciente de que más herejes llegaban al lugar, trayendo consigo a sus perseguidores, mis hermanos de armas, para acabar allí con sus monturas, salvó las de aquellos que ya llegaban desmontados. Algo no marchaba bien, pero en aquel momento lo fundamental era ganar la batalla. Un lituano rubicundo, ataviado únicamente con pieles, un yelmo de cara descubierta y armado con una tosca lanza se aproximaba hacía mí mientras cavilaba. Cuando se disponía a enviarme con mi hacedor actué, veloz y sin aviso previo, aparté con un golpe del martillo la lanza hacía mi izquierda y hundí el filo de mi espada hasta la empuñadura entre las costillas del salvaje. Se quedó laxo, apoyándose contra mí y comenzó a emerger sangre de su boca, había atravesado un pulmón, probablemente también el corazón. Me alcé y de un empellón destrabé mi espada del cuerpo inerte. Envalentonado corrí con mis armas dispuestas para ayudar a mis guerreros. La batalla en el claro fue un asedio constante, aquellos salvajes vestidos con pieles y marcados con tatuajes primitivos no cejaban en su empeño, pero mis hombres y yo éramos superiores en armamento y entrenamiento a nuestros oponentes. Finalmente, tras una larga lucha, el último de aquellos paganos huyó hacía la espesura, siguiendo a varios de sus compañeros.

Por un instante nos mantuvimos en guardia, expectantes, preparados ante otros ataques, pero nada sucedió. Miré a mí alrededor, junto a mí estaban Olaf y otros trece guerreros. A nuestros pies se encontraban los cadáveres de poco más de una decena de mis hombres, en contraste con la ingente cantidad de lituanos difuntos, con un rápido vistazo calculé que debían ser un centenar. Del resto de nuestros hermanos no había rastro alguno.

-Gran batalla- aventuró Olaf.

-Desde luego es una victoria para la fe verdadera, pero no una victoria completa, aún quedan paganos en estos bosques, hemos de encontrarlos- Nadie discutió mis órdenes, todos eran profesionales.- Pero antes debemos dar sepultura a nuestros hermanos y pensar un curso de acción acertado-.

NUEVOS INQUILINOS "El Caballero Teutón" (Segunda entrada)


Durante el entierro de nuestros hermanos no pude evitar sentirme culpable. Mi confianza en nuestra fuerza superior causó nuestra caída, nos rodearon y asaltaron por todos los flancos. Apartado del resto, observándoles, viendo nuestros yelmos ornados con astamentas y motivos salvajes, juré que si debía convertirme en demonio para vengar a mis hombres y acabar con la herejía, así sería.

Cuando todos los cuerpos estuvieron enterrados, la noche comenzaba a caer sobre nosotros. Algunos de mis hermanos murmuraron acerca de la posibilidad de hacer noche pero obvié sus comentarios.

-Señor- se atrevió a hablar finalmente Olaf, en representación del resto de guerreros,- Quizás deberíamos hacer noche, no sabemos hacia dónde dirigirnos y alguno de nuestros hermanos perdidos podrían seguir vivos-.

-No haremos noche- Le observé, con una mirada de desaprobación- los lituanos saben que estamos aquí y nuestros hermanos extraviados, de seguir vivos, ya habrían llegado, a no ser que estuviesen presos- alcé mi rostro al cielo- Y el camino nos lo marcará nuestro señor- me arrodillé y comencé a rezar. Me percaté de una mirada de incredulidad por parte de Olaf, pese a ser un magnífico guerrero a la hora de usar su gran hacha era el menos pío de mis soldados.

Mientras rezaba la noche terminó de gobernar el paisaje. Cuando incluso yo me disponía a abandonar mi continuada plegaría, oí a uno de mis soldados dar una voz de aviso. Mis ojos se abrieron con calma, a sabiendas de que mi petición al altísimo había sido escuchada, miré hacia donde señalaba mi hermano y vi el inequívoco fulgor de fuegos en mitad de la espesura, a una larga distancia hacia el interior del bosque.

-Han de ser ellos- dije más para mí que para mis subalternos.

-Eso no tiene por qué ser así- respondió Olaf.

-Hermano, tu falta de fe me llena el corazón de desazón, he rogado por una señal y los fuegos se han encendido-respondí.

-Se han encendido porque ha caído la noche- apenas terminó esta frase Olaf, me adelanté y levanté mi mano dispuesto a castigarle por su falta de fe. Él me observo sin inmutarse, finalmente decidí contenerme.

-Iremos, no se hable más- sentencié.- Preparad cuatro antorchas con las maderas que haya próximas, en breve seremos incapaces de ver nuestras propias manos-.

Nos pusimos en camino, adentrándonos en la espesura, siguiendo la dirección de los fuegos. Durante el trayecto Olaf no dijo nada más y no tardo en quedarse en retaguardia para cerrar la marcha. El resto de mis hermanos también mantuvieron silencio, expectantes, habíamos caído en una emboscada, no volvería a suceder. Los dos Halbruders más jóvenes comenzaron a recitar plegarias a Dios para ahuyentar el temor, práctica que varios comenzaron a imitar poco después. Más de una vez pensé en exigirles silencio, pese a ser un murmullo casi inaudible podía delatarnos, pero fui consciente de que nuestras propias armaduras provocaban un ruido mayor y aquellos rezos al menos templaban los nervios de mis hombres, cosa necesaria.

El tiempo pasaba y la situación era cada vez más desalentadora, la oscuridad era casi total, las cuatro antorchas que portábamos tan solo aportaban la luz suficiente para evitar tropezar, pero era preferible aquella penumbra a encender más fuegos que pudiesen llamar la atención. Después de una caminata sorprendentemente larga en mitad de aquel enorme bosque oscuro, llegamos a un sendero apenas visible por un pequeño trazo sin vegetación.

-Señor- dijo el guerrero de mi derecha,- este camino se ha marcado hace pocos días, y no hace mucho que ha pasado gente por aquí-. Le miré, estaba agachado observando vegetación, su nombre era Conrad, hacía casi tanto tiempo que me acompañaba como Olaf, había aprendido a escuchar sus consejos, antes de caballero, había sobrevivido como cazador furtivo, se libró de la horca al jurar lealtad a la orden.

-De acuerdo- dije. Se puso en pie y apoye mi mano diestra sobre su hombro para mostrarle mi agradecimiento- En ese caso sigamos esta senda-.

Avanzamos por el camino, más atentos, asumiendo que nuestros enemigos probablemente hubiesen pasado recientemente por aquel sendero. Tiempo después llegamos a una encrucijada. El camino seguía, pero una senda partía por el lateral izquierdo del mismo. Paramos nuestra marcha y pedí a Conrad que usase sus dotes de rastreador para decirme por donde había ido el grupo que seguíamos, no tardó en dar respuesta.

-Creo que la mayoría siguieron hacía el frente- se giró para mirarme,- pero unos pocos tomaron el otro sendero.

Deliberé en mi fuero interno sobre cuál sería la estrategia más adecuada. Al fin me decanté por enviar a cinco hombres por aquella vereda, para realizar una rápida inspección, mientras el resto del grupo seguiría avanzando. Así se lo comunique a mis hombres y no fueron pocos los gestos de disgusto, nuevamente fue Olaf el único que se atrevió a plantarme cara.

-Señor- me dijo con un tonó que mostraba respeto pero también condescendencia,- eso sería poco inteligente, yendo el batallón al completo nos redujeron a menos de la mitad, si nos dividimos, quién sabe si volverán, o si cuando den con nosotros seguiremos vivos-.

-Olaf, viejo amigo- Le respondí tratando de ocultar el enfado que comenzaban a provocarme sus constantes críticas,- yo soy el que dirige el batallón y mis órdenes han de ser obedecidas-. Miré al resto de mis hombres- además, hemos de purgar todo este bosque de herejía, no podemos dejar a ninguno de esos paganos vivos, ni tampoco podemos perder más tiempo del imprescindible-. Volví a mirar a Olaf- ¿algo que añadir?-. Por un momento, los ojos de Olaf mostraron desafío, pero finalmente apartó la mirada- de acuerdo pues-. Señalé a cinco de mis hombres, incluyendo a August, un robusto veterano y a los dos jóvenes- vosotros investigaréis este sendero, los demás vendréis conmigo-. Mis órdenes se cumplieron sin más quejas.

Avanzamos en la negrura que nos rodeaba, diez guerreros fieles a la fe auténtica. No había manera de comprobar el tiempo transcurrido, pero el sendero parecía extenderse sin fin. Largo tiempo después comencé a echar en falta noticias de los otros cinco soldados, pero supuse que estarían siguiéndonos a cierta distancia. Al fin, entre las ramas, comenzaron a asomar los titilantes destellos de los aun lejanos fuegos.

-Señor- llamó Olaf desde la retaguardia,- alguien nos sigue-.

-Serán August y los demás- respondí.

NUEVOS INQUILINOS "El Caballero Teutón" (Tercera entrada)


En ese momento, un rugido rompió el silencio de la noche. Fuese lo que fuese no solo venía por detrás, también por los flancos, de un modo similar a la primera emboscada, pero era imposible, esta vez íbamos alerta y en el silencio de la noche, no podían ser tan sigilosos. Oí a Olaf emitir un rugido de batalla a la par que un gruñido llamaba mi atención desde el frente. Al ver aquello mi fe se fortaleció, era la prueba de que el maligno existía. Corriendo encorvada una figura de piel oscura y malsana avanzó hacía mí, su rostro mostraba rasgos perrunos, sus manos terminaban en garras afiladas, su piel carente de pelo y correosa desprendía un olor asquerosamente amargo. Por un instante, el miedo me petrificó, pero cuando saltó sobre mí, nombré al hijo de Dios y golpeé con mi martillo la cabeza de la impía criatura. Cayó a un lado, rodando, su cráneo se había doblado hacia dentro al recibir el impacto, pero ante mi horrorizada mirada la oquedad recuperó su forma original y la criatura se alzó lanzando un rugido de furia. A mis espaldas oía a mis hermanos luchar contra aquellos seres, entre gritos de terror e ira. No me distraje, centré mi atención en mi enemigo. Volvió a cargar contra mí, otra vez mis años de entrenamiento y mi cuerpo templado en mil batallas hicieron que me adelantase, y volví a hendir su cráneo con mi martillo de combate, pero una vez más, aquel horroroso rostro recupero su forma original y la criatura apenas parecía aturdida. Detrás de mí oí un alarido acuoso de uno de mis hombres. La bestia pareció captar mi distracción y se abalanzó con furia renovada, sus zarpas me alcanzaron en el antebrazo izquierdo y en el pecho, haciéndome retroceder y soltar el martillo. En respuesta, ignorando el dolor, lancé un golpe de mi espada que hirió con sorprendente facilidad la cabeza del perruno ser, partiéndola por la mitad, la criatura trastabilló aparatosamente y se derrumbó en el suelo.

-¡LAS ESPADAS!- grité al instante- ¡USAD LAS ESPADAS!-.

Ante mi grito una nueva criatura me atacó apareciendo desde la espesura, la recibí blandiendo mi espada con las dos manos, trazando un amplio arco que provocó que cayese al suelo partida a la altura del estómago. Otras dos criaturas emergieron, una se abalanzó sobre mi cuando aún me recuperaba de mi anterior ataque, derribándome en el suelo, la segunda saltó sobre mi cuerpo caído, sus garras y dientes se clavaron en mi cuerpo. Pensé que mi fin había llegado cuando dos de mis hermanos apartaron a aquellos seres a espadazo. Me levanté exhausto, los pulmones me ardían y todo el torso me dolía de una manera horrible. Ignorando las penalidades sujeté de nuevo mi espada, pero la mayoría de las criaturas estaban ya muertas y el resto se retiraban. Me di la vuelta para observar al batallón, la escena era descorazonadora, cuatro de mis hermanos yacían muertos, uno de ellos tenía la garganta arrancada de un mordisco, el resto estaban cubiertos de diversas heridas, otro de mis guerreros había desaparecido y el resto de mis hombres estaba heridos y agotados sin excepción. A nuestro alrededor yacían una docena de cadáveres contrahechos y diabólicos, cuatro de ellos a los pies de Olaf. En los pocos instantes que nos tomamos para recuperar el aliento sucedió algo horrendo. Las criaturas comenzaron a exudar un oscuro líquido y después su propia carne empezó a burbujear y a deshacerse con un asqueroso olor a podrido y a corrupción. Sin poder contenerse más, uno de mis guerreros se quitó el casco y devolvió, poco tiempo después aquellos seres no eran más que oscuros y malolientes charcos en el follaje del bosque. Finalmente uno de mis hombres rompió el silencio reinante.

-¿Qué demonios era eso?- dijo en voz baja, casi inaudible, como si temiese llamar la atención de aquellas criaturas de nuevo.

-No lo sé- dijo Olaf con su potente torrente de voz, provocando que los demás mirasen temerosos a la vegetación que nos rodeaba,- pero por dios que estos bichos eran fuertes-. Sujetó su cota de mallas enseñando un agujero- desgarraron mi armadura de un solo zarpazo.

-Tú bien lo has dicho Sven- respondí dirigiéndome al primero que había hablado,- son demonios, pero con la ayuda de Dios hemos acabado con ellos-.

- Señor- dijo Conrad a mi zurda,- Lo que sucede en este bosque no es natural, esas criaturas realmente eran monstruos-. Desvió temeroso la vista a los alrededores- prefiero enfrentarme a humanos, esos seres no eran obra de Dios-.

Durante unos instantes pensé en las palabras de mi hermano de armas, era verdad que aquellas bestias eran mucho más terribles que los salvajes Lituanos, y los fuegos aún estaban a una distancia considerable y más en aquel difícil terreno, después de reflexionar me pronuncié.

-Estoy de acuerdo- Todos me observaron a la espera de ver como terminaba aquella frase- Parece que la noche es más amiga de los lituanos que nuestra, conocen mejor el terreno y esas bestias no nos asaltaron durante el día-. Me giré hacia Conrad- ¿serías capaz de encontrar un sitio apartado y seguro en el que descansar en este bosque?-.

- No estoy seguro- se le notaba dubitativo,- ellos conocen mejor este terreno que yo-.

-Cierto, pero confiarán en que sigamos avanzando hasta dar con ellos- interrumpió Olaf, dirigió la vista al cielo y continuó- Además queda poco para que amanezca, con que encuentres un lugar defendible bastaría-.

-Supongo que algo podría encontrar- afirmó con algo más de confianza Conrad- pero ¿qué haremos con nuestros hermanos desaparecidos?-.

Nuevamente tardé unos momentos en tomar una decisión, mi cabezonería había costado la vida a muchos de mis guerreros, como buenos soldados de Cristo teníamos que socorrer al necesitado y más si eran nuestros propios hermanos de armas.

-Desandaré el camino- Olaf dijo aquellas palabras sacándome de mis cavilaciones.

-¿Cómo?- pregunte desconcertado.

-Quedamos pocos, tú mismo estás exhausto, y necesitáis a Conrad, estos bosques se parecen a los de mi tierra natal y mi hacha ha mostrado su valía contra esas criaturas, mis dotes de rastreador son menores que la de Conrad pero podré encontraros cuando regrese a este punto del sendero- Olaf recitó aquel discurso sin el más mínimo rastro de temor en su rostro.

-No me agrada arriesgarme a perder a mi mejor soldado- me apresuré a comentar- pero si queda alguno vivo, podríamos necesitarle, confío en ti hermano, da con ellos, pero no vallas más allá de la encrucijada-. Tras yo decir aquello, Olaf realizó un saludo marcial y se marchó desandando la senda.

Con una orden corta, Conrad se puso a buscar en la espesura un sitio seguro donde pasar las últimas horas de oscuridad. No tardó en dar con una hondonada que nos mantendría ocultos de ojos curiosos, dispusimos dos turnos de guardia, primero Conrad y Rickard, después Sven y yo. Una vez organizadas de ese modo las guardias y habiendo extendido las mantas para descansar me arrodille y recé. Era una rutina, todas las noches rezaba al dios único y verdadero, mi fe y mi fuerza, el alfa y el omega, pero en esta ocasión no fue simple rutina, recé con un fervor como no había sentido desde mis tiempos de novicio en el monasterio, antes de unirme a la orden. Recé para que nuestro valor y fuerza bastasen para acabar con la corrupción de aquellas tierras, recé para que las almas de mis hombres encontrasen el descanso que merecían, recé para que el dios padre, hijo y espíritu santo guiase mi espada y pudiese vengar la muerte de mis hermanos. Finalmente limpié las lágrimas que habían aflorado en mi rostro y me dispuse a descansar.

Mis sueños estuvieron plagados de criaturas horrendas, monstruos perro que mataban y devoraban a mis hermanos, lituanos salvajes con rostros retorcidos de maneras demoníacas despedazando a mis guerreros, incluso los arboles nos enfrentaban.

NUEVOS INQUILINOS "El Caballero Teutón" (Cuarta entrada)


Me desperté sobresaltado, desorientado, debido a mi entrenamiento me puse en pie con mi arma en ristre antes de ser siquiera capaz de recordar donde estaba. Un vistazo alrededor me hizo rememorar lo acaecido el día anterior, aún aturdido me percaté de que el sol comenzaba a despuntar. Vi a Rickard y Conrad a un lado de la hondonada, inclinados sobre algo, y en ese momento ese "algo" gimió de dolor. Me dirigí hacía ellos y lo que vi me provocó una profunda tristeza, allí yacía August, la imagen era horrible, le faltaba un brazo del cual apenas manaba un hilillo de sangre, gracias a un cinturón fuertemente apretado, estaba cubierto de otras heridas menores y su rostro mostraba un estado casi febril de terror.

-Hermano August- todas las miradas se giraron hacía mí, antes de que pudiese preguntarle por lo sucedido comenzó a balbucear.

-Los árboles señor... los árboles nos atacaron-. Se debió percatar de mi mirada incrédula pues intentó alzarse para darle mayor fuerza a su relato, pero fue incapaz- los árboles nos atacaron, tenían tentáculos, como si fuesen una impía mezcla de un árbol y un kraken, nos pillaron de improvisó, nos destrozaron señor, sólo yo sobreviví-. Después de terminar esas palabras miró al cielo- perdónanos Señor, protégenos de todo mal...- y continúo con más rezos y palabras a Dios.

-Lo encontré poco antes de la encrucijada- la voz de Olaf resonó a mi espalda, me giré y allí estaba tal y como le vi la noche anterior, al fin algo bueno.- Estaba maltrecho, se había sujetado él mismo el torniquete pero aún sangraba bastante, tuve que rehacerlo, ha perdido mucha sangre y parece enloquecido de terror, pero después de lo que vimos anoche... creo sus palabras-.

-Yo también- asentí- hemos de acabar con el mal que mora en este paraje-. Miré a August- cauterizadle la herida y dejadle lo más oculto que podáis-. Nadie rebatió las órdenes- hemos de terminar nuestra empresa cueste lo que cueste, después vendremos a recogerle, preparad vuestras cosas, partiremos cuando estéis todos listos-.

Era consciente de que Conrad y Rickard no habían tenido oportunidad de dormir, pero era necesario partir ya, no podíamos aguardar más, cada momento que pasaba nos arriesgábamos más a una nueva emboscada, con ese pensamiento en mente volví a hablar.

-Esta vez no seguiremos el camino, Conrad- dije.

-¿Sí, señor?-

-¿Recuerdas la posición aproximada de los fuegos que vimos anoche?-

-Sí, señor-

-Nos guiarás hasta aquel lugar, caminando entre los árboles, alejados del sendero- le ordené.

-Lo que mandé, señor-.

Apenas había alzado su lento camino por el cielo el astro solar y la escarcha aún coloreaba de tonos blanquecinos la hierba del bosque, cuando nos pusimos en marcha. El miedo nocturno había dejado paso a la determinación y furia de la venganza y el castigo divino, así lo sentía en lo más hondo de mi ser y la convicción que veía en los rostros de mis hermanos delataba que ellos sentían algo similar. Caminamos encorvados entre los árboles, como la bestia acechante, alejándonos del sendero. Paulatinamente, según nos acercábamos a la fuente de los fuegos de la noche anterior, los ruidos del bosque comenzaron a escasear y una quietud ultraterrena se apoderó del paisaje de un modo terrorífico. Durante un largo trecho oteé atento, pero ningún animal, ninguna criatura viva apareció, parecía que nada quería vivir en aquellas tierras, incluso la vegetación estaba cada vez más desmejorada. Seguimos avanzando entre los árboles, siempre adelante, a paso ligero, haciendo el menor ruido posible. Una alta loma en mitad del bosque se cruzó en nuestro camino, no fue ningún impedimento pero cuando la coronamos, no pude evitar un temblor.

-Esto no es natural- dijo Olaf a mi espalda.

Frente a nosotros había una hondonada tremendamente amplia, con un gran claro en medio, presidido en el centro por un pequeño dolmen cuya visión me provocó un escalofrío. Pero no era eso lo más extraño, cuanto más próxima estaba la tierra a ese lugar, más maltrechos se encontraban los árboles y las plantas. Tal era así, que el claro era tan sólo tierra gris rodeada de unos pocos troncos muertos. En torno a aquella tierra malsana se levantaban unas tiendas primitivas y restos de hogueras, sin duda el campamento lituano, aparentemente desierto.

-Esto sólo puede ser obra del maligno- sentencié- ha llegado el momento de castigar la herejía y vengar a nuestros hermanos-.

Continuamos nuestro avance por aquellas tierras malditas. Todo el vello de mi cuerpo se erizaba según nos aproximábamos a nuestro destino, pero había otra sensación, la excitación de la proximidad del combate, pronto podría ver el rostro del artífice de aquella corrupción y mandarle de vuelta con el Demonio.

Nada nos impidió el paso y el sol había alcanzado su cenit cuando dejamos atrás los últimos arboles vivos. Caminamos en el paraje desolado levantando pequeñas nubes de arena gris con nuestro avancé y finalmente alcanzamos el campamento. Lo que se intuía en la distancia era cierto, allí no había ni un alma, debían haberse marchado en nuestra busca. Algo llamaba mi atención poderosamente mientras revisábamos las tiendas, el dolmen, me inquietaba y atraía a partes iguales. Al fin dejé de resistirme y me aproximé, con cada paso la sensación crecía, mis hombre me siguieron. Al llegar vi algo que o esperaba, la tierra entre las rocas estaba removida y había una abertura lo bastante grande como para descender por ella.

-Sabía que antes de acabar el día descenderíamos a los infiernos- dijo Sven con una sonrisa en los labios.

-Me temo hermano que eso que dices puede ser verdad- respondí- coged las maderas más próximas que encontréis y envolvedlas en trozos de tela, usad las tiendas, necesitaremos antorchas de nuevo-.

Mis órdenes fueron cumplidas con celeridad y empezamos nuestro descenso. Fui el primero en entrar, el agujero descendía lentamente en cuesta hacía el interior de la tierra. Al poco de entrar un extraño olor a podredumbre y corrupción me asaltó, dejándome sin aliento, costaba respirar en aquel ambiente tan sumamente viciado, detrás de mí oí varias toses.

-Es repugnante- Rickard apenas pudo pronunciar estas palabras.

La rampa seguía descendiendo, siempre hacía abajo, casi sin darme cuenta el suelo de tierra había desaparecido y avanzábamos por una rampa compuesta de losas de piedra negra. En la lejanía comencé a ver un punto de luz y el horrible olor fue dando paso a un aroma dulzón, parecido al incienso traído del sur. Cuando nos aproximamos a aquel fulgor y vi que era una abertura, preparé mi espada y mi martillo, mis hombres me imitaron y finalmente llegamos a la base de aquel interminable corredor.

NUEVOS INQUILINOS "El Caballero Teutón" (Quinta entrada)


Lo que vimos ante nosotros nos dejó sin aliento. El túnel desembocaba en una enorme bóveda de dimensiones ciclópeas, las paredes estaban talladas con mil ojos de distintos tamaños y formas. En mitad de aquella titánica sala se abría un pozo que ocupaba casi todo el lugar, frente a éste había una hoguera y ante ésta, una figura, una doncella de larga melena azabache, con una túnica ligera, un cuerpo de formas suaves, hermosas y proporcionadas, un cuerpo tentador, el cuerpo del Diablo sin duda. Detrás de ella había dos figuras arrodilladas que apenas podía distinguir. La mujer llevaba un tocado con un ojo dorado y en su diestra portaba un largo bastón de madera oscura coronado por un pomo de metal. Se giró hacía nosotros, su rostro era hermoso y joven, pero sus ojos eran grises y profundos, los de una anciana. Se rió con una carcajada hermosa, hipnótica. Empezó a mover sus labios pero nada se oyó, un leve movimiento hizo que volviese mi mirada para ver como Rickard asentía en silencio, una sonrisa de calma afloró en su rostro.

-Lo que mandes, amada mía- dijo.

Sin casi darme tiempo a reaccionar se abalanzó sobre mí blandiendo su martillo, su golpe me alcanzó en el yelmo con una fuerza tremenda, derrumbándome. Saltó hacía mí, poniendo un pie a cada lado de mi pecho y alzó su arma con ambas manos, dispuesto a acabar con mi vida sin duda cuando el enorme cuerpo de Olaf chocó contra él, arrojándole contra el suelo de manera brutal. Me levanté, débil, me quite el yelmo abollado y lo dejé caer al suelo, noté como un hilillo de sangre manaba de mi sien izquierda, no lograba centrarme, oía ruido de lucha pero parecía lejana. Al fin la refriega se detuvo y fui poco a poco capaz de focalizar, miré a mis hermanos, sólo para ser testigo de una visión dolorosamente terrible, a los pies de Olaf yacía el cuerpo decapitado de Rickard. La bruja rió nuevamente.

-Los teutones sois divertidos- su voz era hermosa- lucháis con fervor por vuestro dios ficticio, pero yo sé la verdad, yo he mirado a los ojos de los dioses verdaderos-. Pronunció unas palabras que no pude distinguir en la distancia y las dos figuras que había tras ella se alzaron.

Eran los lituanos más inmensos que había visto en mi larga vida, sacaban una cabeza a Olaf y sus espaldas eran anchas como las de un oso, únicamente vestían unos pantalones de pieles, sus cuerpos estaba completamente tatuados con pinturas y cicatrices y su boca estaba sellada, cosida. Ambos comenzaron a correr hacía nosotros a la vez, con largas zancadas, afiancé los pies al suelo, recuperado ya del golpe de Rickard cuando uno de aquellos monstruos saltó sobre mí, adelanté la punta de mi espada con una estocada fuerte y certera, años de entrenamiento me permitieron alcanzar el corazón del primer golpe y la hoja se hundió hasta la mitad del largo filo. Mientras mi rival caía de rodillas volví mi mirada hacía el otro gigante que había saltado sobre Sven, haciéndole caer al suelo y con sus inmensos puños había empezado a golpear la cabeza de mi soldado. Cuando me disponía a sacar mi espada para ir en ayuda de mi hermano algo lo impidió, me giré y para mi horror vi la enorme manaza del salvaje sujetando mi brazo, la otra mano se lanzó contra mi cuello a la velocidad de un relámpago sin que yo pudiese hacer nada y comenzó a apretar. Enseguida noté la falta de aire, sujeté con fuerza el martillo y golpeé su codo que se quebró con un ruido seco, liberando mi garganta, alcé de nuevo el martillo, cuando el lituano repentinamente estiró su brazo izquierdo, alejándome de él y sacando mi espada, aun sujeta por mi diestra, de su pecho. Con un rápido movimiento describió un círculo sobre sí mismo sin soltarme, la inercia me hizo tropezar y en ese momento abrió su mano haciéndome caer de manera aparatosa de cara al suelo. Antes de que mi cuerpo respondiese, noté un tremendo peso en mi espalda, una mano enorme me sujeto de la cabeza y empezó a golpearla contra el suelo. Intente levantarme o apartar a aquel bárbaro de encima pero pesaba más que un caballo y poseía una fuerza inhumana, todo empezó a volverse borroso. Noté que la bruja había comenzado a entonar un cántico, parecido a lo que gritaban los lituanos que nos emboscaron. Percibí como mi consciencia empezaba a abandonar mi cuerpo y la enorme mole que me aprisionaba se levantó, pero aun así era incapaz de controlar mi cuerpo y oí aquel cántico como si todo lo demás careciese de importancia.

<<...iä iä shub-niggurath la cabra negra del millar de retoños tikliak nhahali phungial, dame poder, oh madre, a mí, tu hija amante, para despertar al ojo que mora en la oscuridad iä iä y destruir a los creyentes del falso dios, iä iä madre, amante y soberana...>>

Un horror indescriptible empezó a adueñarse de mi cuerpo, algo dentro de mí sabía que si la permitía continuar, algo terrible sucedería, tanteé con mi mano hasta alcanzar la empuñadura de mi espada la sujeté con fuerza y me levanté a duras penas. Uno de aquellos gigantes estaba estrangulando a Olaf, Conrad yacía en el suelo, intentaba incorporarse pero parecía incapaz de hacerlo, el cuerpo de Sven estaba sobre las negras losas de piedra que cubrían toda la sala, con la cabeza convertida en un amasijo sanguinolento de hueso, sangre y carne. El otro gigante estaba inerte en el suelo con la cabeza cercenada. Sujeté mi espada con ambas manos, me aproximé y lancé un tajo al cuello de aquel monstruo con las pocas fuerzas que me quedaban separándole la cabeza del resto del cuerpo, la figura decapitada se giró hacia mí dándome un manotazo que me hizo volver al suelo, pero, para mi alivio, inmediatamente después trastabilló y se derrumbó inmóvil. Olaf tosió sonoramente y se levantó, se aproximó y me ayudó a incorporarme, después hizo lo mismo con Conrad. La impía sacerdotisa parecía ignorarnos.

Sin mediar palabra nos aproximamos con nuestras armas prestas, y cargamos contra ella. Conrad fue el primero en atacar pero la bruja nos estaba esperando, se giró sobre sí misma y, trazando un amplio arco, golpeó con el pomo del cayado en el yelmo de Conrad que dio con su cuerpo en el suelo de nuevo. Olaf y yo atacamos a la mujer a la par, pensé que la abatiríamos sin problemas pero aquella sacerdotisa de Satán era rápida y fuerte, detenía nuestros golpes con la madera de su bastón con una velocidad y precisión incomprensibles, sus movimientos asemejaban algún tipo de frenética danza, resultaba narcótico, sus sinuosos movimientos nos desconcentraban volviéndonos lentos, torpes… Verla en movimiento había comenzado a abstraerme, cuando la base del bastón me golpeó en el estómago haciéndome caer de espaldas y rompiendo el encantamiento. Consciente nuevamente oí con claridad un fuerte alarido, miré en dirección a Conrad y vi horrorizado como su yelmo, al rojo, se derretía sobre su rostro desollándole la piel y la carne del cráneo, sus ojos explotaron ante mí, era una visión digna del más diabólico de los avernos, su alarido cesó. Me levanté furioso y cargué contra la diabólica mujer de nuevo, cuando está intentaba acorralar a Olaf contra el pozo. Sus movimientos seguían aturdiéndome pero en menor medida que antes, el recuerdo del rostro destrozado de Conrad lo impedía, entre Olaf y yo comenzamos a ponerla a la defensiva, pequeños cortes comenzaron a aparecer en su piel, la batalla parecía ganada cuando Olaf lanzó un grito, entretenido en la lucha solo llegue a ver como caía al pozo, arrastrado por algo. La desaparición de Olaf me sorprendió, la bruja aprovechó el hueco que dejé, atacó intentando golpearme en el pecho con el pomo del callado pero logré interponer mi martillo. Inmediatamente la madera del martillo comenzó a ennegrecerse y la cabeza a derretirse, lo deje caer, en ese momento un fuerte golpe del bastón en la pierna me hincó de rodillas. La bruja alzó su arma apuntando el pomo hacia mi rostro con una amplia sonrisa de satisfacción. El pomo bajó, pero me anticipé, mi espada golpeó el pomo desviándolo, haciéndole chocar contra las losas de piedra azabache y de un rápido movimiento di un tajo con la hoja al rojo de abajo a arriba, abriendo las entrañas de la sacerdotisa pagana. Su rostro se puso lívido y cayó de rodillas poniéndose a mi altura, de su interior no surgieron tripas sino extraños órganos oscuros, su piel dejo de ser tan hermosa y se volvió negra y corrupta, enfermiza.

Me levanté, decapité a la hereje y dejé caer mi espada mientras se derretía. Con movimientos lentos, casi automáticos, me encamine hacía Conrad e ignorando el horror desfigurado que antes había sido su cara cogí su espada, recorrí los pocos metros que me separaban del pozo preparado para afrontar la última parte de nuestra misión y observe hacía su interior. Oscuridad, una oscuridad más densa y profunda que el mismo tiempo, una oscuridad que bullía y se movía. Empecé a entonar una plegaría a Dios cuando en mitad de aquella negrura se abrió un ojo, un oscuro ojo de verde iris que abarcaba prácticamente la totalidad de la fosa, apenas se entornó, pero fue suficiente para ser consciente de su magnitud, era inmenso.

-Cristo dame fuerza-

Tras decir aquello levanté la espada de Conrad, dispuesto a arrojarme contra aquella monstruosidad, cuando un dolor atroz recorrió todo mi cuerpo. Bajé la mirada y vi como un tentáculo más negro que la noche me había atravesado el estómago, lo golpeé con la espada pero no sirvió de nada, acto seguido un segundo tentáculo me atravesó al lado del anterior. Notaba como las fuerzas me abandonaban.

-Cristo dame fuerza- repetí mientras escupía sangre.

Volví a alzar mi espada cuando ambos tentáculos de estiraron en direcciones contrarias, no hubo dolor, solo un crujido y un desgarro, caí hacia el pozo viendo cómo, unos metros por encima de mí, caía la mitad inferior de mi cuerpo... y en ese momento morí.


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La sala se quedó en silencio. El sacerdote saco las manos de sus mangas y dejó caer una estatuilla de cerámica que sujetaba, al caer se hizo añicos y Elrick desapareció del mismo modo que un montón de arena desaparece esparcida por el viento.

-¿Nos ha dicho la verdad?- preguntó la potente voz de Ludolf.

-Así es, el conjuro así lo decretaba, nos ha dicho lo que sucedió tal y como él lo recuerda- respondió el monje con su voz rasposa.

-¿Crees que Cyaegha habrá despertado?-. Mientras hacía esa pregunta Ludolf se levantó y comenzó a caminar hacia la puerta acompañado del monje.

-Lo dudo, de haber despertado a estas alturas tendríamos alguna noticia de ello, no obstante deberíamos enviar a algunos hombres a que terminen de limpiar esos bosques, sin la guía de la sacerdotisa no deberían ser un peligro, pero no hay que dejar nada al azar-.

-Responde a una cosa viejo amigo- Köning se encaró al monje y continuó- si ambos son hermanos ¿por qué nuestro Señor y la Cabra Negra del Millar de Retoños se enfrentan?, ¿por qué no aúnan fuerzas?, es un desperdicio de aliados-.

-¿Aliados?- el monje soltó una risotada insana- para los dioses no somos más que meros juguetes, simplemente recuerda viejo amigo, que uno de tus cometidos en estas tierras es que el ojo que mora en la oscuridad no despierte hasta que nuestro señor así lo requiera, no conviene desobedecer al Caos Reptante del Millar de Máscaras-.

-Sigo sin comprenderlo del todo, ¿para él esta guerra sólo es un juego, o realmente le importa lo que aquí se decida?- el Gran Maestre parecía dolido.

-Quién sabe, los caminos de Nyarlathotep son inescrutables- sentenció el sacerdote.

jueves, 14 de enero de 2010

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Primera entrada)


"Esta es nuestra historia, la mía, la de mi hermana y la de la sombra que siempre trajo nuestro declive…"


Muchas historias cuentan sucesos tan extraños que con el paso del tiempo la gente acaba tomándolas por cuentos, éste se sitúa en el noreste de la Península Ibérica, lindando con Francia, el sitio concreto nunca se encontró.

Corría el año 700 después de Cristo, la llamada peste de Justiniano daba sus últimos coletazos. Un invierno frío como pocos se había instalado en toda la región, la nieve decidía por donde se podía pasar y el calor del hogar era el mejor sitio donde estar.

Todo comenzó como un cúmulo de pequeñas dosis de mala suerte. Un cartel en un cruce de caminos que cede ante el viento, dejando de marcar que el viejo sendero está abandonado. Un rayo que cae y derriba un árbol sobre el camino principal. Un grupo de nueve personas en un carromato y ocho caballos que llegan al poco tiempo y toman el camino que queda abierto, un camino que nadie ha pisado en muchos años.

Luego, tras su paso, un leve alud tapa el sendero empujando el tronco fuera del camino. Al poco, un abultado grupo de soldados a caballo pasan de largo el sendero sin siquiera verlo, jamás encontrarán a los hijos del conde.

Tras varias horas de sendero estrecho y sinuoso, salen del bosque a una llanura nevada que asciende hasta un pequeño pueblecito, con siglos de antigüedad, pequeño, de no más de diez casas. Al otro lado del pueblo, el suelo desaparece abriéndose en un gran cortado hasta las encrespadas olas.

-Al fin un tejado donde guarecerse de los dioses- comentó Teodosio, jefe de los asaltantes –un lugar perfecto y retirado donde escondernos y esperar a que el conde reúna nuestro dinero.

-Siempre que el conde acceda a pagar- puntualizó Elvira.

-Pagará, si hace falta le mandaremos a la niña muerta para que valore más el pago por su primogénito- dijo el líder mirando a los dos niños que había en el carro temblando bajo dos gruesas pieles. –Tú sólo preocúpate de que no se escapen y de mantener mi cama caliente-. Los compinches rompieron en carcajadas y todos continuaron la marcha.

Según se aproximaban al pueblo, los caballos comenzaron a reducir el paso y a resoplar, hasta que se detuvieron a unos cincuenta metros de la primera casa. Los bandidos estaban muy ocupados tirando de los caballos y los bueyes, cuando a Sancho, que así se llamaba el niño, le subió un escalofrío por la espalda y tembló al sentir una sensación extraña y familiar, como si alguien lo observara fijamente. Al seguir la sensación, le pareció ver dos pequeños puntos rojos en la oscuridad del campanario de la iglesia. Al segundo desaparecieron como si nunca hubieran estado, como siempre ha pasado.

Desde que alcanza a recordar, ha tenido un sueño, en parte pesadilla, estaba todavía dentro de su madre, era la hora de salir al cruel mundo, frío y desapacible. Pero al acercarse a la luz, el cordón que le alimentaba se cierra sobre su cuello estrangulándole, entonces aparecen esos ojos en la oscuridad del útero de su madre, el cordón se rasga y puede salir a conocer el mundo.

No sabe si fue así realmente, pero no fue la única vez que vio esos ojos, siempre que la muerte rondó su vida, aparecieron presagiando un cambio de la fortuna que evitara los terribles desenlaces.

-¡¡Dolón!!- sonó una vez la campana extendiendo su tañido más allá de la linde del bosque. Todos se pararon en seco y buscaron el campanario, pero nada se movió y no volvió a sonar.

-¿A qué esperáis para continuar?- bramó el líder –sepan o no que llegamos, este pueblo ya es nuestro.

Continuaron luchando contra el temporal y la tozudez de los animales hasta que por fin llegaron a la primera casa- Antes de que golpearan la puerta, ésta se abrió liberando una cálida ráfaga de aire que les rozó levemente. Teodosio comenzó a desenvainar la espada a la par que sus compañeros, Elvira levantó su arco desde lo alto del carromato.

Una robusta mujer de melena larga y negra asomó a la entrada.

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Segunda entrada)


-Saludos nobles señores, somos humildes campesinos a su servicio- dijo sin levantar la mirada del suelo –mi nombre es Adela. Entren a calentarse al fuego, mi marido Diego se encargará de llevar al establo los caballos y el carro.

Un cuarentón de dos metros y espaldas anchas asomó tras la campesina, Teodosio pasó la brida del caballo a Nuño, la última incorporación de la banda, era el chico para todo, siempre andaba ocupado haciéndole la vida más cómoda a sus compañeros.

-Mi amigo- dijo poniendo la mano sobre el hombro del novato –acompañará a tu esposo y traerá los bultos del carro, ¡Elvira!

-¿Sí?- contestó bajando el arco.

-Trae aquí dentro nuestro botín más valioso y procura que no se escapen por el camino, que te ayude Omar- dijo adelantándose hacia la puerta.

Adela se apartó a un lado para dejarle pasar y fue cogiendo la empapadas pieles de los invitados, cuando terminaron de entrar las puso todas frente al fuego en nueve sillas, que ya estaban preparadas de antemano, para que se secaran.

Al entrar pusieron a Sancho y a su hermana Amelia a un lado de la chimenea, el chaval no paraba de mirar a Omar, un mercenario de las tierras de Oriente, canijo y con grandes brazos. Sus manos sujetaban el otro extremo de la cuerda que aprisionaba sus manos y las de su hermana, en cuanto aflojara cogería a Amelia y saldrían corriendo por la puerta, sólo si llegaban al bosque tendrían alguna oportunidad, pero esa noche no tuvo suerte.

Pasados unos minutos, cuando el grueso del grupo estaba acomodado en el salón con un caldo caliente en las manos, entraron por la puerta Nuño y Diego cargando con dos voluminosos baúles cerrados con grandes candados. Amelia, que no perdía de vista a la campesina esperando que se apiadaran de unos niños y les ayudaran a escapar, pudo ver como se le iluminaba la cara de alegría al ver los pesados bienes de sus captores.

La niña recordó el miedo y la tensión del asalto al castillo de sus padres, los temblores, el pánico a la muerte. Estos campesinos no temían por sus vidas, no veían el peligro que suponía la calaña que había entrado en sus casas.

Fuera, las grises nubes luchaban entre ellas, comenzando a derramarse sobre el campo. Dentro, el tañido de los truenos sonaba todavía lejano.

-Señor- dijo Adela acercándose a Teodosio.

-¿Sí?- contestó sin retirar la vista del fuego.

-Debería ir a explicar la situación a los vecinos y buscarles un alojamiento adecuado, creo que estarían cómodos en la casa grande que hay junto a la iglesia, no vive nadie allí, pero mañana estará preparada.

-Creo que no entiendes la situación, éste es ahora nuestro pueblo, viviréis o moriréis según nos plazca, así que ahora mismo irás a por todos tus vecinos y los traerás aquí- sentenció extendiendo las manos hacia el fuego. –Gilberto, Juan, acompañadla y que no se olvide de nadie, registrad las casas. Quiero tenerlos a todos aquí antes de que escape alguno a pedir ayuda.

-Os aseguro que no es necesario, no deseamos morir, pueden coger lo que quieran y quedarse el tiempo que les plazca, no es necesario traer aquí a todo el pueblo.

-Creo que no he pedido vuestra opinión- contestó llevándose las manos a las orejas para calentarlas.

Adela se giró resignada y salió por la puerta seguida de Gilberto, un buen espadachín carente de mano izquierda por cometer el peor error para un ladrón, dejarse coger, y Juan, un viejo soldado que mató a su capitán por un puñado de monedas, no sin perder un ojo en el proceso. Ambos se unieron a Teodosio en el motín que los salvó del garrote.