IGORs

jueves, 14 de enero de 2010

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Tercera entrada)


Pasó algo más de una hora en lo que despertaron a todos los pueblerinos y comprobaron que no quedaba ninguno escondido.- Los destrozos fueron considerables, pero nadie se quejó o se negó a seguir todas sus instrucciones, nadie excepto un anciano arisco que presentó poca resistencia debido a la edad.

Cuando por fin los recogieron a todos volvieron a la casa de Adela. En su ausencia, los proscritos habían comido y se habían distribuido por las tres habitaciones, una para Teodosio, Elvira, los niños y los cofres, quedando dos para el resto del grupo. Sólo el líder y otro bandido bastante flacucho los esperaban frente a la chimenea. Una vez entraron todos en la casa, Teodosio se acercó a Juan y Gilberto.

-¿Todo tranquilo?- preguntó a sus hombres.

-Sí- respondió Juan.

-Todos se han portado como borreguitos, bueno todos menos ese viejo cascarrabias- concretó Gilberto señalando a un anciano que tenía la cara amoratada y parecía quejarse de un costado.

-Bien, comed algo en la despensa y volved después, vosotros haréis la primera guardia, a media noche dadle el relevo a Nuño y Omar. Vosotros- dijo señalando a los campesinos- escuchadme atentamente porque sólo lo diré una vez. Este pueblo ahora nos pertenece, haced lo que digamos y nadie tendrá que morir.

-Ya le dije que no causaríamos ningún problema- dijo Adela en nombre de todos.

-Sí, pero ya soy perro viejo en todo esto, ¿falta alguien?- preguntó directamente a la dueña de la casa.

-No, estamos todos y no hacía falta destrozar las casas para comprobarlo- contestó Magdalena, una anciana rechoncheta que estaba al lado de Adela.

-Lo que es necesario o no lo decidiremos mis hombres y yo, le sorprendería donde es capaz de esconderse la gente- dijo volviendo a la silla que tenía frente al fuego. –Este es Marcus- continuó señalando al delgado compañero que se sentaba a su lado –tiene una gran memoria para las caras y los nombres, presentaos uno por uno, en el momento que falte alguien, el resto seréis destripados y el pueblo arderá. ¿Lo he dejado claro?- dijo volviendo la cabeza hacia sus nuevos vecinos.

Todos afirmaron cabizbajos y comenzaron a presentarse.

-Cuando terminen, pueden volver a sus casas y busquen un lugar para que duerman sus vecinos. Por ahora, nos quedaremos aquí- sentenció mirando a Adela y Diego. –Por cierto, recuerden que desde esta casa controlamos la explanada que da al bosque, si alguien intenta huir, sufrirá mucho antes de morir.

-Como desee- contestó Diego.

Poco a poco fueron saliendo hasta que no quedó nadie, Marcus y Teodosio se fueron a dormir, dejando a sus dos compañeros junto al fuego.

El jefe tardó en conciliar el sueño, tenía una sensación extraña, normalmente era necesario que matara a más de un hombre cuando ocupaban alguna aldea, luego mataba a los demás al irse, pero para imponerse sobre los autóctonos, siempre había algún derramamiento de sangre. En esta aldea todos eran demasiado sumisos y a pesar de hacerle el trabajo más fácil, estaba más preocupado que nunca.

Esa noche Sancho ardió de fiebre, sufriendo terribles pesadillas que se tornaban en alucinaciones cuando abría los ojos, pero no sólo fue una mala noche para el niño.

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