IGORs

jueves, 14 de enero de 2010

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Undécima entrada)


La partida de David y los niños pasó completamente desapercibida para todos, menos para Diego, que desde lo alto del tejado, se despidió en silencio de su hermano, esperando que fuera feliz allí donde fuera.

El fornido aldeano siguió arreglando el tejado, frente al tejadillo, Gilberto y Juan habían decidido cortar algo de leña para poder entrar en calor cuando los del tejado terminaran. Gilberto colocaba con su única mano los fríos troncos, mientras el viejo soldado descargaba el hacha con todas sus fuerzas contra la congelada madera.

-Bueno, ya hemos terminado, espero que no se vuelva a caer- comentó Diego mientras clavaba la última pieza del improvisado tejadillo -puedes ir bajando, yo recogeré y ahora te sigo.

Nuño se acercó despacio a la escalera, pero con sus amoratados ojos no pudo ver la placa de hielo que se había formado al borde del tejado. Su pie derecho fue el primero en resbalar, trató de mantener el equilibrio sobre la pierna izquierda, pero su otro pie también cedió, y cayó del tejado.

Gilberto, que se hallaba justo bajo él, recibió el golpe cayendo hacia delante, sustituyendo el madero que había sobre el tocón por su mano. Juan, incapaz de ver lo sucedido por la ausencia de su ojo izquierdo lanzó el hacha con todas sus fuerzas contra el helado tronco, el filo seccionó la mano a la altura de la muñeca, rodando ésta hasta los pies del veterano. Gilberto cayó entre alaridos de dolor y furia sobre la nieve, tiñéndola de sangre, mientras el novato rodaba unos metros más lejos.

Antes de que él tuerto pudiera asimilar lo que había ocurrido, el joven y magullado Nuño salió corriendo en dirección a los establos, temiendo por su vida si sus compañeros le ponían la mano encima.

El soldado, con experiencia en estos casos reaccionó con rapidez. Saltó sobre la nieve y tras quitarle rápidamente el cinturón a su compañero, se lo ató en el brazo derecho, cerca del muñón sangrante.

-Así no te desangrarás- dijo más para sí que para su compañero, que debido al shock se había desmayado. -Aguanta, no tardaré en traer a esa comadreja de vuelta.

Dicho esto salió a toda velocidad furioso como un toro desbocado, antes de que el debilucho novato hubiera podido desatar un caballo para huir, Juan entró tirando la puerta del establo al suelo.

-Ven aquí rata podrida.

Gritó saltando sobre él y derribándolo al suelo, una vez allí se ensañó como nunca, lo molió a patadas y no satisfecho con esto agarró un tronco cercano y apaleó al muchacho hasta que lo redujo a un saco sanguinolento de músculos y huesos rotos. Cuando por fin se cansó de aporrearlo comprobó que el desdichado aún respiraba, así que decidió mantenerlo con vida para que Gilberto pudiera rematarlo.

Cogió los restos vivos de Nuño y los arrastró todo el camino hasta la casa, haría un fuego para cicatrizar el muñón de su compañero y con suerte sobreviviría para vengarse. Pero no pudo ser así, al llegar comprobó que en la nieve frente al tejadillo sólo estaba la mano de su compañero.

Soltó el bulto y se acercó al lugar donde debería estar Gilberto, pero sólo pudo ver un surco manchado de sangre en la nieve, alguien se lo había llevado en dirección al barranco. Cogió el hacha y a Nuño y siguió los rastros que lo llevaron hasta la puerta de la iglesia, fuera quien fuera el que se llevó a su compañero debía estar dentro todavía. Así que agarró firmemente al novato y se lo colgó del hombro por si tenía que usarlo de escudo, luego caminó hasta el altar y bajó las escaleras a oscuras, guiado por una débil luz que venía de abajo.

Tras llegar al final de las escaleras pudo ver una vela en el suelo y una puerta abierta en el lado derecho. Una extraña corriente surgida de la nada apagó la llama que los mantenía en la luz, el soldado se quedó callado y quieto, tratando de sentir los movimientos del bastardo o bastardos que se habían llevado el cuerpo. Durante unos segundos no notó nada, pero cuando oyó varias pisadas fuertes desde el interior de la sala, atravesó el umbral y se adentró blandiendo el hacha de un lado a otro. Antes de que pudiera sentir el acero golpeando contra algo, su brazo quedó atrapado por algo que lo envolvió desde la muñeca hasta el hombro, para luego arrancarle la extremidad de cuajo.

Los gritos de Juan le impidieron oír unos pasos escabulléndose tras él y el chirriar de la puerta cerrando su única salida.

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