IGORs

sábado, 9 de enero de 2010

NUEVOS INQUILINOS "El pueblo" (Segunda entrada)


-¿Desea algo?- la voz de la camarera hizo que me girase hacia ella, sin saber que responderla.

-Una caña con limón por favor- Tras decirle aquello la muchacha se fue a servirme la bebida y yo me senté en una banqueta, más me valía relajarme. Saqué mi móvil del bolsillo, sin cobertura. La joven volvió y dejó delante mía la cerveza.

- ¿Tienen teléfono? - Me apresuré a preguntarle, antes de que se fuese a atender a otro cliente.

- No, lo siento, no usamos, no llega ninguna línea- Ante esa respuesta me quedé perplejo.

-Bueno, ¿y gasolinera?- pregunté una vez más.

-Tampoco, lo siento, no usamos de eso- La naturalidad con la que pronunció aquellas palabras me dejó aún más descolocado.

- ¿No usan gasolina?- mi tono iba entre atónito y casi irónico.

-¿Acaso ha visto usted algún coche ahí fuera? - Esto último lo dijo de manera rotunda, como si la hubiese indignado y se alejó molesta.

Por unos instantes no supe como reaccionar. Era verdad, desde que entré en el pueblo solo vi al anciano del bastón y el bombín y al excéntrico que chocó contra mí, ni una sola persona más ni un simple vehículo. Aún perplejo me dirigí a la puerta, no era mi intención irme sin pagar, solo quería volver a ver la calle, atestiguar en tiempo real lo que mi memoria me decía. Salí y observé a ambos lados. Nada. No había coches, ni tampoco estaba el anciano, aunque si su bombín encima del banco, este simple detalle me provocó un ligero malestar. Sin saber que pensar volví al interior. La puerta se abrió, pero lo que ví ante mi no era el lugar de antes. El bar estaba vacío, completamente en penumbras y lleno de polvo, como si nadie hubiese estado allí desde hace meses. Un sudor frío empezó a recorrerme la espalda, por más que miraba de un lado a otro no lograba ver a nadie, ese olor casi imperceptible reinaba ahora, era un olor como a comida podrida y agua estancada. Algo comenzó a sonar, empecé a notar una presencia, algo que se aproximaba desde las escaleras del fondo, el ruido era similar a pasos, pero cada paso arañaba el suelo, un horror indescriptible comenzó a inundarme, no podía gritar, ni huir, solo me quede allí, atónito. Mis ojos se movían frenéticamente intentando encontrar alguna coherencia, cuando se posaron en la cerveza, completamente corrompida, sucia y llena de larvas de insecto, mi asco superó a mi miedo y ante mi horror dejé caer la jarra, en mitad del silencio reinante el ruido que hizo al romperse fue atronador, cerré los ojos aterrado.

-¿Por que ha tirado la cerveza?- la voz de la camarera, abrí los ojos.

Allí estaba otra vez, en el saturado bar, con una jarra rota y una cerveza derramada a mis pies, todos me observaban. Miré a la jarra rota en mitad del charco, me dispuse a explicarme alzando la vista pero mi sangré se heló. Todos me seguían mirando, pero con una tensa sonrisa en sus rostros ligeramente ladeados y los ojos muy abiertos y fijos. Comencé a retroceder sin apartar la mirada de ellos, ninguno se movió. Un horrible temblor empezó a recorrer todo mi cuerpo, empujé con mi espalda la puerta y cerré tras salir. Por un momento mantuve mis manos sobre el tirador del bar, como si quisiese impedir que nadie saliese. Después retrocedí tembloroso.

-Que cojones está pasando...- murmuré en voz alta.

Mi mente aún trataba de encontrar alguna lógica a la situación y pugnaba por tomar el control de mi cuerpo y dejar de temblar de terror cuando volví a verla, aquella silueta, doblando una esquina de nuevo. Mi mente bullía, todavía seguía completamente aterrorizado, todo mi ser me pedía que corriese hasta el coche y huyese de aquel extraño lugar, pero no podía, ella desapareció, no tenía porque estar muerta, tenía que comprobarlo. Sin mirar hacía atrás, ni a las calles que dejaba a los lados por temor a lo que pudiese haber comencé a correr en dirección a la silueta. Cada vez que giraba una esquina la silueta doblaba por otra calle. Los minutos transcurrieron hasta que al fin salí a una calle exterior del pueblo, a un lado casas, al otro descampado y enfrente una casucha, la silueta entró allí. Dudé, mucho, Todo el pueblo resultaba tétrico, pero aquella casucha se llevaba la palma, estaba maltrecha y apartada del resto. Hecha de piedra gris y tejas negras medio rotas, cristaleras agrietadas hacían las veces de dos pequeñas ventanas, sin porche, tan solo tres escalones de madera combada y humedecida daban acceso a la desconchada puerta.

Encogido por el miedo y el frío me calé el abrigo y comencé a andar el corto trecho que me separaba de la casa, me sentía observado nuevamente. Recorrí el resto del camino obviando aquella sensación, deseoso de dar con la silueta y poder irme de aquel lugar. Cuando estaba a escasos metros se encendió una luz proyectando sombras a través de la ventana, allí dentro estaba la joven, su silueta era al igual que su cabello idéntica a la de mi Alicia. Empujé la maltrecha puerta que se abrió con un sonoro chirrido, me aventuré en la penumbra que reinaba en la casa, no había ninguna luz. Comencé a notar ese repugnante hedor y a oír algo otra vez, ahora no se trataba de pasos, era algo que se arrastraba, no, eran muchas cosas que se arrastraban, forcé la vista sin poderme mover de puro miedo pero la oscuridad no me dejaba ver que se aproximaba hacía mí a ras de suelo, aún estaba reuniendo el valor para echar a correr cuando parpadeé y la oscuridad desapareció. Las sombras habían desaparecido y el extraño ruido también. Ante mí había un corto pasillo con un par de puertas, terminando al fondo en una mal conservada escalera. Entraba luz por una puerta, la primera lateral, en la izquierda. Aturdido y colapsado me tambaleé en dirección a la puerta, al fin, podría comprobar que era aquella silueta e irme, me coloqué en el marco, deseando y a la vez temiendo que fuese ella. En la sala solo me esperaba una anciana en una mecedora, bajita y flacucha, de rostro aguileño.

-Disculpe- La llamé la atención con voz temblorosa- ¿Ha visto a una muchacha?-.

-Ya se fue- respondió con apenas un susurro, por un momento me pareció ver algo moviéndose por debajo de su falda, entre sus pies. Cuando alcé la mirada allí estaba otra vez, aquella horrible expresión, aquella macabra sonrisa sin gracia y esa horrible mirada fija. Sin despedirme, sin pensar ni decir nada salí a la carrera de la casa, sin mirar atrás. Corrí unos metros más y me desplomé sobre la hierba, lancé un grito tras otro hasta que me dolió la garganta y comencé a llorar. La frustración y el miedo a lo que hubiese podido llamar con mis gritos hicieron que tardase en levantar mi rostro de la fría y gris hierba, pero cuando al fin lo hice otra vez vi la silueta, esta vez quieta, como si me esperase, cuando al fin centré mi vista se fue por una calle hacia dentro del pueblo. Me levanté, casi sin ganas y comencé a avanzar hacía allí, cuando al fin llegué y giré la esquina allí estaba, esta vez no huyó, era ella, mi Alicia, mi amada Alicia. Empecé a caminar hacía ella, toda aquella delirante pesadilla había merecido la pena. Comencé a decir su nombre entre murmullos y me miró... fijamente, en su rostro comenzó a esbozarse una sonrisa tensa, y a abrir los ojos.

-No... tú no- Apenas logré decir aquello antes de comenzar a retroceder de terror- ¡Tú no! - grité y cerré los ojos, no quería ver aquello.

Pasó el tiempo, puede que minutos o puede que segundos cuando al fin abrí los ojos. No estaba ella sino aquel monstruoso hombre conejo, con su horrorosa sonrisa.

-No te mientas Mateo- me dijo.

Huí, comencé a desandar a la carrera el camino hasta el coche, varias veces temí perderme y varias veces vi siluetas entre la niebla, pero continué a toda velocidad, no las mire y corrí. Finalmente logré llegar a mi coche, enfrente había un niño, con un antifaz negro y picudo, debajo del antifaz estaba aquella sonrisa. Le ignore y entré al coche, lo encendí mientras veía que aquellas siluetas se movían entre la niebla, logré arrancar, di la vuelta en la misma calle y salí del pueblo.

-Joder joder joder- no dejaba de repetirme aquellas palabras, como si de un rezo se tratasen, mientras dejaba atrás el cartel y los árboles comenzaban a fundirse en un borrón gris parduzco.
Me llevó un largo trecho darme cuenta de que temblaba de pies a cabeza y de que no paraba de llorar, no dejaban de brotar lagrimas de mis ojos.

Lo peor era que aquel engendro tenía razón. Me mentía.

No se fue a la mierda cuando ella desapareció. Fue antes. No dejaba de viajar y ella me dio el aplomo y la confianza que necesitaba, me animó a salir de fiesta y a ser más sociable. Pero fue un arma de doble filo. Una noche, en una fiesta lejos de casa, borracho, la traicioné, con mi secretaria, la joven era atractiva y había soñado despierto con ella antes. Me arrepentí y no tardé en decírselo. Nada fue igual desde entonces, mis viajes eran motivo de duda y tensión. Con los meses comencé a temer que ella me estuviese traicionando igual que yo hice con ella, así que un día, furioso por mis propias dudas y sus celos la dije que si quería arreglar nuestra relación viniese a mi hotel y hablásemos, no la dejé explicarse, no la dejé contarme que aquel día el aeropuerto tenía problemas, hasta el día después no supe que tuvo que usar el coche. Jamás llegó a mi hotel.

No dejaba de llorar. Todo fue por mi culpa. El psiquiatra me dijo que no era bueno reprimirlo. Pero, ¿tan extraño era?, no podía vivir con aquello así que lo olvide.

Los árboles seguían pasando pero cada vez estaba más nervioso, siempre que miraba por el retrovisor me parecía ver una silueta con largas orejas entre la niebla. Me percaté de que llevaba rato en la reserva. El coche duró mucho rato en la reserva, pero ningún camino transversal ni señal aparecieron ante mí, al fin comenzó a detenerse. Emocionalmente destrozado y aterrado dejé que el coche siguiese unos metros por inercia. Abrí la puerta cuando se detuvo del todo, cogí mi maletín y comencé a caminar. Al menos me había alejado de aquel lugar. Algo entre la niebla llamó mi atención, me acerqué, una señal, al fin una señal, aceleré el paso y la leí "El pueblo 10.512 habitantes". Me derrumbé, sin aliento, temblando de pies a cabeza, delirando, tras unos interminables momentos abrí mi maletín, y busqué, los temblores comenzaron a parar, el sudor frío comenzó a disminuir, me llevó unos instantes pero al fin encontré lo que buscaba. Saqué el cuter, no había duda, ni miedo, simplemente había llegado al límite, extendí la hoja y apunté justo debajo de la nuez con ambas manos, sin titubear hundí el metal en mi propio cuello.

Un parpadeo. Imposible.

Dos parpadeos. Parece que aún respiro.

Tres parpadeos. Hay un conejo gris mirándome fijamente yacer en el suelo.

Cuatro parpadeos, ahora solo veo unos mocasines.

Me yergo con cuidado, al alzar la vista le encuentro, el horrible hombre conejo. Comienzo a reír, sin humor, una sonrisa forzada, mis ojos se abren exageradamente, mirándole fijamente. El también me mira y toca el cartel, este cambia y el conejo habla mientras mira un reloj de bolsillo.

-Al fin, llegas tarde Mateo-


"El pueblo 10.513 habitantes"

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