IGORs

jueves, 14 de enero de 2010

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Decimocuarta entrada)


El iracundo líder apenas pudo escuchar los primeros alaridos de Diego, amortiguados por el rugido de la de la nevada que envolvía al pueblo, siguió el rastro hasta la entrada de la iglesia. Al entrar, un escalofrío recorrió toda su espalda. En el suelo varios rastros de sangre se dirigían hacia el altar, aferró fuertemente la espada y se acercó hasta la trampilla abierta.

Se asomó a la oscura profundidad y apenas pudo ver los primeros escalones, se giró, cogió un cirio encendido y comenzó a bajar. Casi había descendido una decena de escalones cuando un grito desgarrador y familiar llegó desde abajo.

-Elvira- comenzó a bajar rápidamente las escaleras dispuesto a destruir cualquier horda que encontrase en las profundidades, pero las prisas nunca fueron buenas, dejó de prestar atención a los escalones y el primer charco de sangre que pisó provocó un funesto resbalón.

La bajada fue rápida, chocando contra las paredes y los escalones, rompiéndose un brazo aquí y la rodilla allí. Al llegar al suelo estaba tan apaleado que apenas pudo ponerse de rodillas y sólo le sirvió para contemplar una oscura y ensangrentada sala en la que unas amorfas sombras desmembraban a la que otrora fue su gran amor. Abandonó toda esperanza y se desplomó en el suelo.

Llevaba más de media hora tendido en el frío suelo, volviéndose loco mientras escuchaba a unas bestias devorar los restos de sus compañeros, incapaz de moverse, cuando comenzó a oír unos pasos descendiendo la escalera, abrió los ojos y pudo ver una luz acercándose hacia él.

-Marcus huye- consiguió decir antes de que un ataque de tos lo obligara a vomitar parte de la sangre que se acumulaba en su estómago.

-Creo que ninguno de ustedes irá ya a ningún sitio- sentenció Adela, que bajaba sujetando un cirio en la mano. -Tranquilo, ahora mismo nos ocupamos de ti- dijo la mujer echándose a un lado y dejando paso a su gran marido que llevaba un bulto colgado de los hombros -deja al delgaducho dentro y vuelve a por éste.

Así lo hizo y una vez dentro, la mujer se dirigió al ser de los cuatro brazos.

-Ya están todos.

-“Gracias, podéis iros.”

-Señor, algo no va bien, a mi marido lo golpearon, eso nunca había pasado- reprochó la mujer preocupada.

-“Era la única manera de que no escapara ninguno, no hubo elección, a veces no la hay.”

-Pero eso no es todo, algunos vecinos están postrados en la cama presa de altos calores y desvaríos.

-“No te preocupes, vuelve a tu casa y descansa, han sido unos días difíciles, mañana todo será distinto.”

La mujer y su esposo subieron las escaleras y abandonaron el edificio.

-“Espero que esta vez no tarden tantos siglos en encontrarnos.”

Al salir Diego varios relámpagos brotaron de los cielos, colisionando todos contra el sagrado recinto que habían abandonado, derrumbándolo completamente. Días después toda la población de la zona había sido arrasada por la peste.

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