
Durante el entierro de nuestros hermanos no pude evitar sentirme culpable. Mi confianza en nuestra fuerza superior causó nuestra caída, nos rodearon y asaltaron por todos los flancos. Apartado del resto, observándoles, viendo nuestros yelmos ornados con astamentas y motivos salvajes, juré que si debía convertirme en demonio para vengar a mis hombres y acabar con la herejía, así sería.
Cuando todos los cuerpos estuvieron enterrados, la noche comenzaba a caer sobre nosotros. Algunos de mis hermanos murmuraron acerca de la posibilidad de hacer noche pero obvié sus comentarios.
-Señor- se atrevió a hablar finalmente Olaf, en representación del resto de guerreros,- Quizás deberíamos hacer noche, no sabemos hacia dónde dirigirnos y alguno de nuestros hermanos perdidos podrían seguir vivos-.
-No haremos noche- Le observé, con una mirada de desaprobación- los lituanos saben que estamos aquí y nuestros hermanos extraviados, de seguir vivos, ya habrían llegado, a no ser que estuviesen presos- alcé mi rostro al cielo- Y el camino nos lo marcará nuestro señor- me arrodillé y comencé a rezar. Me percaté de una mirada de incredulidad por parte de Olaf, pese a ser un magnífico guerrero a la hora de usar su gran hacha era el menos pío de mis soldados.
Mientras rezaba la noche terminó de gobernar el paisaje. Cuando incluso yo me disponía a abandonar mi continuada plegaría, oí a uno de mis soldados dar una voz de aviso. Mis ojos se abrieron con calma, a sabiendas de que mi petición al altísimo había sido escuchada, miré hacia donde señalaba mi hermano y vi el inequívoco fulgor de fuegos en mitad de la espesura, a una larga distancia hacia el interior del bosque.
-Han de ser ellos- dije más para mí que para mis subalternos.
-Eso no tiene por qué ser así- respondió Olaf.
-Hermano, tu falta de fe me llena el corazón de desazón, he rogado por una señal y los fuegos se han encendido-respondí.
-Se han encendido porque ha caído la noche- apenas terminó esta frase Olaf, me adelanté y levanté mi mano dispuesto a castigarle por su falta de fe. Él me observo sin inmutarse, finalmente decidí contenerme.
-Iremos, no se hable más- sentencié.- Preparad cuatro antorchas con las maderas que haya próximas, en breve seremos incapaces de ver nuestras propias manos-.
Nos pusimos en camino, adentrándonos en la espesura, siguiendo la dirección de los fuegos. Durante el trayecto Olaf no dijo nada más y no tardo en quedarse en retaguardia para cerrar la marcha. El resto de mis hermanos también mantuvieron silencio, expectantes, habíamos caído en una emboscada, no volvería a suceder. Los dos Halbruders más jóvenes comenzaron a recitar plegarias a Dios para ahuyentar el temor, práctica que varios comenzaron a imitar poco después. Más de una vez pensé en exigirles silencio, pese a ser un murmullo casi inaudible podía delatarnos, pero fui consciente de que nuestras propias armaduras provocaban un ruido mayor y aquellos rezos al menos templaban los nervios de mis hombres, cosa necesaria.
El tiempo pasaba y la situación era cada vez más desalentadora, la oscuridad era casi total, las cuatro antorchas que portábamos tan solo aportaban la luz suficiente para evitar tropezar, pero era preferible aquella penumbra a encender más fuegos que pudiesen llamar la atención. Después de una caminata sorprendentemente larga en mitad de aquel enorme bosque oscuro, llegamos a un sendero apenas visible por un pequeño trazo sin vegetación.
-Señor- dijo el guerrero de mi derecha,- este camino se ha marcado hace pocos días, y no hace mucho que ha pasado gente por aquí-. Le miré, estaba agachado observando vegetación, su nombre era Conrad, hacía casi tanto tiempo que me acompañaba como Olaf, había aprendido a escuchar sus consejos, antes de caballero, había sobrevivido como cazador furtivo, se libró de la horca al jurar lealtad a la orden.
-De acuerdo- dije. Se puso en pie y apoye mi mano diestra sobre su hombro para mostrarle mi agradecimiento- En ese caso sigamos esta senda-.
Avanzamos por el camino, más atentos, asumiendo que nuestros enemigos probablemente hubiesen pasado recientemente por aquel sendero. Tiempo después llegamos a una encrucijada. El camino seguía, pero una senda partía por el lateral izquierdo del mismo. Paramos nuestra marcha y pedí a Conrad que usase sus dotes de rastreador para decirme por donde había ido el grupo que seguíamos, no tardó en dar respuesta.
-Creo que la mayoría siguieron hacía el frente- se giró para mirarme,- pero unos pocos tomaron el otro sendero.
Deliberé en mi fuero interno sobre cuál sería la estrategia más adecuada. Al fin me decanté por enviar a cinco hombres por aquella vereda, para realizar una rápida inspección, mientras el resto del grupo seguiría avanzando. Así se lo comunique a mis hombres y no fueron pocos los gestos de disgusto, nuevamente fue Olaf el único que se atrevió a plantarme cara.
-Señor- me dijo con un tonó que mostraba respeto pero también condescendencia,- eso sería poco inteligente, yendo el batallón al completo nos redujeron a menos de la mitad, si nos dividimos, quién sabe si volverán, o si cuando den con nosotros seguiremos vivos-.
-Olaf, viejo amigo- Le respondí tratando de ocultar el enfado que comenzaban a provocarme sus constantes críticas,- yo soy el que dirige el batallón y mis órdenes han de ser obedecidas-. Miré al resto de mis hombres- además, hemos de purgar todo este bosque de herejía, no podemos dejar a ninguno de esos paganos vivos, ni tampoco podemos perder más tiempo del imprescindible-. Volví a mirar a Olaf- ¿algo que añadir?-. Por un momento, los ojos de Olaf mostraron desafío, pero finalmente apartó la mirada- de acuerdo pues-. Señalé a cinco de mis hombres, incluyendo a August, un robusto veterano y a los dos jóvenes- vosotros investigaréis este sendero, los demás vendréis conmigo-. Mis órdenes se cumplieron sin más quejas.
Avanzamos en la negrura que nos rodeaba, diez guerreros fieles a la fe auténtica. No había manera de comprobar el tiempo transcurrido, pero el sendero parecía extenderse sin fin. Largo tiempo después comencé a echar en falta noticias de los otros cinco soldados, pero supuse que estarían siguiéndonos a cierta distancia. Al fin, entre las ramas, comenzaron a asomar los titilantes destellos de los aun lejanos fuegos.
-Señor- llamó Olaf desde la retaguardia,- alguien nos sigue-.
-Serán August y los demás- respondí.
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