IGORs

jueves, 28 de enero de 2010

NUEVOS INQUILINOS "El Caballero Teutón" (Segunda entrada)


Durante el entierro de nuestros hermanos no pude evitar sentirme culpable. Mi confianza en nuestra fuerza superior causó nuestra caída, nos rodearon y asaltaron por todos los flancos. Apartado del resto, observándoles, viendo nuestros yelmos ornados con astamentas y motivos salvajes, juré que si debía convertirme en demonio para vengar a mis hombres y acabar con la herejía, así sería.

Cuando todos los cuerpos estuvieron enterrados, la noche comenzaba a caer sobre nosotros. Algunos de mis hermanos murmuraron acerca de la posibilidad de hacer noche pero obvié sus comentarios.

-Señor- se atrevió a hablar finalmente Olaf, en representación del resto de guerreros,- Quizás deberíamos hacer noche, no sabemos hacia dónde dirigirnos y alguno de nuestros hermanos perdidos podrían seguir vivos-.

-No haremos noche- Le observé, con una mirada de desaprobación- los lituanos saben que estamos aquí y nuestros hermanos extraviados, de seguir vivos, ya habrían llegado, a no ser que estuviesen presos- alcé mi rostro al cielo- Y el camino nos lo marcará nuestro señor- me arrodillé y comencé a rezar. Me percaté de una mirada de incredulidad por parte de Olaf, pese a ser un magnífico guerrero a la hora de usar su gran hacha era el menos pío de mis soldados.

Mientras rezaba la noche terminó de gobernar el paisaje. Cuando incluso yo me disponía a abandonar mi continuada plegaría, oí a uno de mis soldados dar una voz de aviso. Mis ojos se abrieron con calma, a sabiendas de que mi petición al altísimo había sido escuchada, miré hacia donde señalaba mi hermano y vi el inequívoco fulgor de fuegos en mitad de la espesura, a una larga distancia hacia el interior del bosque.

-Han de ser ellos- dije más para mí que para mis subalternos.

-Eso no tiene por qué ser así- respondió Olaf.

-Hermano, tu falta de fe me llena el corazón de desazón, he rogado por una señal y los fuegos se han encendido-respondí.

-Se han encendido porque ha caído la noche- apenas terminó esta frase Olaf, me adelanté y levanté mi mano dispuesto a castigarle por su falta de fe. Él me observo sin inmutarse, finalmente decidí contenerme.

-Iremos, no se hable más- sentencié.- Preparad cuatro antorchas con las maderas que haya próximas, en breve seremos incapaces de ver nuestras propias manos-.

Nos pusimos en camino, adentrándonos en la espesura, siguiendo la dirección de los fuegos. Durante el trayecto Olaf no dijo nada más y no tardo en quedarse en retaguardia para cerrar la marcha. El resto de mis hermanos también mantuvieron silencio, expectantes, habíamos caído en una emboscada, no volvería a suceder. Los dos Halbruders más jóvenes comenzaron a recitar plegarias a Dios para ahuyentar el temor, práctica que varios comenzaron a imitar poco después. Más de una vez pensé en exigirles silencio, pese a ser un murmullo casi inaudible podía delatarnos, pero fui consciente de que nuestras propias armaduras provocaban un ruido mayor y aquellos rezos al menos templaban los nervios de mis hombres, cosa necesaria.

El tiempo pasaba y la situación era cada vez más desalentadora, la oscuridad era casi total, las cuatro antorchas que portábamos tan solo aportaban la luz suficiente para evitar tropezar, pero era preferible aquella penumbra a encender más fuegos que pudiesen llamar la atención. Después de una caminata sorprendentemente larga en mitad de aquel enorme bosque oscuro, llegamos a un sendero apenas visible por un pequeño trazo sin vegetación.

-Señor- dijo el guerrero de mi derecha,- este camino se ha marcado hace pocos días, y no hace mucho que ha pasado gente por aquí-. Le miré, estaba agachado observando vegetación, su nombre era Conrad, hacía casi tanto tiempo que me acompañaba como Olaf, había aprendido a escuchar sus consejos, antes de caballero, había sobrevivido como cazador furtivo, se libró de la horca al jurar lealtad a la orden.

-De acuerdo- dije. Se puso en pie y apoye mi mano diestra sobre su hombro para mostrarle mi agradecimiento- En ese caso sigamos esta senda-.

Avanzamos por el camino, más atentos, asumiendo que nuestros enemigos probablemente hubiesen pasado recientemente por aquel sendero. Tiempo después llegamos a una encrucijada. El camino seguía, pero una senda partía por el lateral izquierdo del mismo. Paramos nuestra marcha y pedí a Conrad que usase sus dotes de rastreador para decirme por donde había ido el grupo que seguíamos, no tardó en dar respuesta.

-Creo que la mayoría siguieron hacía el frente- se giró para mirarme,- pero unos pocos tomaron el otro sendero.

Deliberé en mi fuero interno sobre cuál sería la estrategia más adecuada. Al fin me decanté por enviar a cinco hombres por aquella vereda, para realizar una rápida inspección, mientras el resto del grupo seguiría avanzando. Así se lo comunique a mis hombres y no fueron pocos los gestos de disgusto, nuevamente fue Olaf el único que se atrevió a plantarme cara.

-Señor- me dijo con un tonó que mostraba respeto pero también condescendencia,- eso sería poco inteligente, yendo el batallón al completo nos redujeron a menos de la mitad, si nos dividimos, quién sabe si volverán, o si cuando den con nosotros seguiremos vivos-.

-Olaf, viejo amigo- Le respondí tratando de ocultar el enfado que comenzaban a provocarme sus constantes críticas,- yo soy el que dirige el batallón y mis órdenes han de ser obedecidas-. Miré al resto de mis hombres- además, hemos de purgar todo este bosque de herejía, no podemos dejar a ninguno de esos paganos vivos, ni tampoco podemos perder más tiempo del imprescindible-. Volví a mirar a Olaf- ¿algo que añadir?-. Por un momento, los ojos de Olaf mostraron desafío, pero finalmente apartó la mirada- de acuerdo pues-. Señalé a cinco de mis hombres, incluyendo a August, un robusto veterano y a los dos jóvenes- vosotros investigaréis este sendero, los demás vendréis conmigo-. Mis órdenes se cumplieron sin más quejas.

Avanzamos en la negrura que nos rodeaba, diez guerreros fieles a la fe auténtica. No había manera de comprobar el tiempo transcurrido, pero el sendero parecía extenderse sin fin. Largo tiempo después comencé a echar en falta noticias de los otros cinco soldados, pero supuse que estarían siguiéndonos a cierta distancia. Al fin, entre las ramas, comenzaron a asomar los titilantes destellos de los aun lejanos fuegos.

-Señor- llamó Olaf desde la retaguardia,- alguien nos sigue-.

-Serán August y los demás- respondí.

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