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lunes, 24 de agosto de 2009

NUEVOS INQUILINOS "Pequeños inconvenientes" (Primera entrada)


Todo empezó como uno de los días más felices de mi vida, hoy era uno de esos en los que todo parece salir redondo, los padres de Marta, mi mujer, es decir, mis suegros, que llevaban varios meses apalancados en la habitación de invitados, se volvían a su casa en Madrid. La reforma había terminado por fin y esa misma tarde cogían un avión, bendito día.

Por si eso no fuera suficiente, me habían llamado del trabajo por una emergencia. A ver, era del servicio de rescate de alta montaña, con lo que cualquier llamada es una mala noticia. Pero yo solicité este destino hará cinco años, en mitad de la cordillera cantábrica, sólo por una razón, la reserva de conservación y reproducción del oso pardo.

Supuse que estando cerca y encargándome de la seguridad de esas montañas podría verlos regularmente, pero el acceso estaba altamente restringido. En todo el tiempo que llevaba allí, era la primera vez que iba a visitarlos, estaba pletórico.

Aunque la emoción me inundaba todo el cuerpo, no podía evitar estar preocupado. La llamada de auxilio se había realizado desde el centro de conservación, que por lo que sabía estaba muy bien equipado. Además, la comunicación se cortó antes de especificar el problema y los sucesivos intentos de contactar con ellos fueron inútiles, así que se había llamado a todo el personal.

Yo y mis tres compañeros del helicóptero subiríamos primero, los equipos de los dos todoterreno esperarían noticias del equipo aéreo y servirían de apoyo. Antes de subirme al helicóptero, llamé a mi mujer, que estaba en el aeropuerto dejando a sus padres. Tras un rato de conversación empalagosa, le informé de la situación, esta vez no iríamos juntos en el helicóptero, ya que teníamos que salir lo antes posible, ella estaría en el equipo de apoyo. Por alguna extraña razón, me tranquilizó el hecho de que se quedara en la base.

Me había costado convencerla de que no había otra solución y aún así, sólo lo conseguí tras prometerle siete veces que tendría cuidado. nos conocimos en los cursos de salvamento aéreo, desde entonces no nos habíamos separado más que dos veces, siempre nos fue bien juntos. De esas dos veces, una estuve con pulmonía y no pude acompañarla, la otra vez fue un desastre. Rubén, uno de mis compañeros, llevaba raro varios días, cada vez más, estaba obsesionado con que algo lo seguía, algo que no era capaz de ver.

Ese día temblaba continuamente, no paraba de repetir que lo había visto, que no tardaría en venir por él y le mataría por descubrirlo. Todos los demás se reían, pero yo sabía que no era una alucinación, sus ojos mostraban un miedo que no eran capaces de contener, algo iba a ocurrir y no podía dejar que Marta estuviera cerca, así que convencí a mis compañeros para salir antes de que ella llegara.

En pleno vuelo algo chocó repetidamente con las paredes exteriores del helicóptero, luego colisionó con la hélice y dobló el eje, nos precipitamos a tierra. Rubén salió despedido de la cabina y nunca volvimos a verlo, la nieve amortiguó la caída, pero el resto de compañeros murieron en el accidente. Los que no murieron en el choque sucumbieron al frio extremo, yo, por mi parte, perdí tres dedos del pie derecho por congelación. Los equipos terrestres, al mando de Marta, me salvaron más muerto que vivo. Pero ambos sobrevivimos. Sólo espero que esta vez no se me acabe la suerte.

Revisamos el equipo y el helicóptero se elevó camino de la reserva, hacía un día muy luminoso, sin duda alguna iba a poder disfrutar de unas vistas excepcionales. Por desgracia, así fue.

Al poco de entrar en el perímetro vallado de la reserva, comenzamos a ver animales muertos por todas partes, pájaros, roedores… toda la fauna de la zona parecía haberse puesto de acuerdo para morir el mismo día, cada vez pintaba peor la emergencia. Por razones de precaución, nos pusimos las máscaras antigás que llevábamos en el equipo, todavía no sabíamos que las máscaras no nos servirían para nada.

NUEVOS INQUILINOS "Pequeños inconvenientes" (Segunda entrada)


Después encontramos el primer oso pardo agostado en la nieve, En esta epoca del año deberia estar hibernando, encontrarlo en el exerior no era muy buena señal. Les convencí para perder un poco de tiempo y recoger algunas muestras del animal, no fue una gran idea, como todo en general ese día.

Aterrizamos y fui el primero en salir disparado hacia el oso, pero no pude acercarme a más de tres metros, el animal estaba quieto, con todos los músculos tensos del puro dolor que parecía sentir, pero no se movía ni un ápice. Parecía como encerrado en su propio cuerpo, enterrado en vida, sobrepasado por el dolor y agonía, pero sin poder siquiera gritar, jamás había visto algo así.

Antón me adelantó sin que lo notara, estaba como desconectado. Fui incapaz de oír a mi compañero pidiéndome el maletín de las muestras hasta que Juana, su hermana, que venía detrás, me avasalló quitándome el bulto que sujetaba en la mano.

-Reacciona Carlos, esto fue idea tuya- comentó mientras me espabilaba del shock. –No sabemos qué ocurre, así que tenemos que darnos prisa en llegar a las instalaciones.

Los hermanos tomaron las muestras y volvimos al avión, por lo visto Juana le localizó el pulso al oso, aunque débil seguía vivo, pero tenía muy mala pinta. En ese momento, sólo queríamos volver a elevarnos con el helicóptero y alejarnos de la zona. A lo largo del camino todos los animales que divisamos parecían postrados con los mismos síntomas o estaban ya muertos, desde el cielo no se distinguía con claridad.

Al llegar a las instalaciones, las encontramos completamente desiertas, estaba oscureciendo y decidimos descender lo antes posible, ya inspeccionaríamos la zona desde el suelo, sin duda fue otra mala idea.

El aterrizaje no fue ningún problema, se acercaba un temporal de nieve que por lo visto duraría toda la noche, solo quedaban dos horas para que anocheciera, es lo que tiene el invierno, anochece muy pronto. No nos habíamos alejado más que unos pocos pasos del helicóptero, camino del edificio principal, cuando varios disparos nos pusieron en alerta y una gran explosión nos tiró al suelo violentamente.

Nos levantamos como pudimos, Antón cojeaba y todos estábamos medio sordos, mientras nos reagrupábamos pudimos ver que la explosión había sido nuestro helicóptero, nuestra única vía de escape de ese infierno. A cada minuto todo parecía más surrealista, ¿quién nos llamaría para luego volar nuestro transporte?

Un disparo nos sacó de nuestras cabalas y nos hizo mirar a la izquierda del helicóptero, rodeándolo y acercándose hacia nosotros, un hombre con bata blanca nos apuntaba con una pistola.

-No muevan ni un músculo, o no dudaré en usarla-. El supuesto doctor volvió a encaminarse hacía nuestra posición -si siguen mis instrucciones puede que alguno de ustedes salga vivo de aquí.

La amenaza no sentó bien y Klaus, el compañero que sustituyó a mi mujer en el helicóptero avanzó un paso con intención de replicarle, el doctor apretó el gatillo y la bala colisionó con la nieve a los pies de Juana.

-No se confundan, no era mi intención fallar, simplemente no soy soldado y no sé usar un arma, pero dispararé a matar en todo momento-. Quedó bastante claro que estábamos en sus manos, así que seguimos sus indicaciones hasta que nos metió en un almacén de unos cuatro metros cuadrados y cerró la puerta con llave. -Yo que ustedes no tocaría a ningún ser vivo si no quieren acabar como los demás, y si alguien se les acerca, no duden en alejarlo como les sea posible. Sólo evitando el contacto, evitarán que ellas entren en su cuerpo.

NUEVOS INQUILINOS "Pequeños inconvenientes" (Tercera entrada)


Antón saltó sobre la puerta e intentó abrirla con todas sus fuerzas, pero no logró nada.

-¡No nos deje aquí!, por lo menos explíquenos qué es lo que está pasando- suplicó Juana aporreando la pared del edificio.

-No gastaré saliva inútilmente, si siguen vivos y pueden moverse dentro de siete horas, les pondré al corriente de lo ocurrido, o por lo menos les contaré lo que yo sé-. Pudimos oír cómo se alejaba por la nieve mientras maldecía y despotricaba sobre todo lo que le rodeaba.

Seguimos las indicaciones del loco de la bata y nos colocamos cada uno en una esquina del almacén, Antón insistió en esperar abrazado a su hermana, pero ella se negó. Nosotros no nos lo esperábamos, pero ella ya lo sabía, por lo que dijo el doctor supo que era demasiado tarde para ella. Nosotros no lo vimos, pero para tomarle el pulso al oso se quitó el guante, si todo era cierto, no tenía salvación.

A las dos horas empezó a respirar con dificultad, tosía cada dos por tres, pero eso sólo era el primer síntoma que descubrimos nosotros. Llevaba casi hora y media sufriendo un gran dolor que le subía por el brazo, la mano con la que tomó el pulso al oso colgaba inerte sin que pudiera moverla, pero ella aguantó todo lo que pudo.

Fue cuando el dolor terminó de subir el brazo y comenzó a expandirse por el pecho y abdomen cuando no pudo aguantar más, comenzó a gritar como si la desollaran por dentro, a llorar y golpearse el pecho con el brazo izquierdo de impotencia.

Antón salió corriendo hacia su hermana, pero ésta, que le vio aproximarse con el rabillo del ojo cogió un tablón del suelo con el brazo que todavía le respondía y lo interpuso entre ellos.

-O se te ourra aercar a me-. Parecía que la garganta ya estaba afectada, lo que la estaba matando avanzaba muy rápido.

Klaus y yo cogimos un par de tablones y ayudamos a Juana a mantener a su hermano a distancia, era lo único que podíamos hacer por ella. Nos miró con un gesto de inmenso dolor y trató de dedicarnos una sonrisa para agradecernos lo que hacíamos, pero sólo pudo levantar levemente la comisura de los labios.

A las cinco horas yacía en el suelo con algunas convulsiones esporádicas, sin poder mover un solo músculo y con los ojos inundados de dolor e impotencia. Antón se golpeaba la cabeza contra la pared en la esquina opuesta mientras se maldecía por no haber podido hacer nada, aún ahora que yacía casi muerta en el suelo no podía ni acercarse a consolarla, ya que de vez en cuando las convulsiones eran tan violentas que salpicaba sangre por la boca a poco más de dos metros de distancia.

No sabíamos si podía contagiarse también por los fluidos, pero supusimos que sí, así que alejamos a Antón hasta la esquina y le mantuvimos allí. A las seis horas se quedó rígida y no volvió a tener ningún espasmo, aunque parecía muerta sus ojos descubrían lo contrario, ella seguía sufriendo por dentro igual que antes.

NUEVOS INQUILINOS "Pequeños inconvenientes" (Cuarta entrada)


-¡Túuuu!- dijo Antón dejando de golpearse la cabeza y girándose hacia mí- tú la sentenciaste a muerte. Tú eres el que debería estar pudriéndose vivo en una esquina, tú nos hiciste bajar, tú te bloqueaste y ella tomó tu lugar y se infectó. ¡¡Te mataré!!.

Dicho esto, se lanzó a manos descubiertas sobre mí, tuve la bastante agilidad como para reaccionar a tiempo e interponer un tablón entre nosotros y Klaus aprovechó una tela enorme para lanzársela encima y placarle en el suelo antes de que se zafara de la madera que se interponía entre los dos.

Dejé el tablón en el suelo y me acerqué para destaparle la cabeza a Antón para que pudiera respirar y poder pedirle perdón a la cara. Tenía toda la razón, yo tendría que estar en el lugar de su hermana, y si tras calmarse todavía seguía queriendo darme una paliza, le dejaría. Antes de que tocara siquiera la tela el preso volvió a hablar.

-¡¡Suéltame Klaus!!. Tú deberías estar ayudándome en lugar de sujetarme, no deberías estar aquí, deberías estar seguro en la base y Marta aquí, él sabía algo.

Por un momento, pensé que le iba a soltar, pero Klaus me miró fijamente a los ojos y debió ver la gran culpa que me comía por dentro, porque agarró a Antón con más fuerza .

-No busques culpables de lo ocurrido entre nosotros- dijo mientras forcejeaba sobre la tela. -Todos nos pusimos las máscaras por el riesgo a contagiarnos, no debió quitarse los guantes en ningún momento. Sé que es frustrante, pero ni siquiera tú eres culpable de lo que le ha ocurrido.

El bulto bajo la manta paró de revolverse y Klaus se apartó quitándole la tela de encima. Antón estaba completamente hundido, las lágrimas fluían por su cara a raudales.

-Era mi hermana, es mi hermana, la pequeña, mi madre me encargó que cuidara de ella, tenía toda una vida por delante, un novio que jamás aprobé y que ella defendía a ultranza, una casa a medio pagar de la que estaba muy orgullosa. - Se secó las lágrimas como pudo y nos miró a los dos con los ojos completamente llorosos- no tuvo tiempo de tener hijos… era su mayor sueño, tener muchos críos correteando por su maravillosa casa, ¿como podré volver a mirarme a la cara?, la estoy dejando morir en una choza de mala muerte, sin siquiera poder abrazarla, ésta no es manera de morir, ella se merece más-. Klaus sacó un paquete de tabaco del bolsillo de su camisa y le ofreció uno -dejé de fumar hace mucho tiempo, pero creo que es el mejor momento para volver. Como la última cena de un preso del corredor de la muerte, ¿no?

-No vamos a morir- aseguró Klaus- tendrás una larga vida por ella y si tienes una hija la llamarás Juana y te recordará a la gran hermana que tuviste, te protegió para que siguieras viviendo estando ella a las puertas de la muerte. Es para sentirse orgulloso.

Después apenas hablamos, todos estuvimos cabizbajos mirando de refilón a Juana, el sacrificio por nuestra supervivencia. A las siete horas se desato la ventisca y a las ocho horas de estar encerrados en la caseta la puerta se abrió.

NUEVOS INQUILINOS "Pequeños inconvenientes" (Quinta entrada)


-Salir de uno en uno y no hagáis locuras, parece que habéis tenido suerte-. No podía haber elegido peor las palabras.

Antón cogió un tablón y salió por la puerta corriendo hacia el supuesto doctor. Nos pilló tan desprevenidos que ninguno reaccionamos, para cuando quisimos salir a cogerle ya había atravesado el estomago de nuestro captor y le estaba ahogando sobre la nieve teñida de sangre -¡¡¡Muereeeee…..!!

-¡Antón no!- grité mientras salíamos de la caseta tras él, Klaus lo cogió por detrás mientras que yo trataba de aflojarle los dedos, pensé que lo estrangulaba antes de que pudiéramos soltarle. -Sólo él sabe lo que ocurre aquí, le necesitamos para sobrevivir, se lo debemos a tu hermana.

Antón acabó aflojando su presa antes de partirle el cuello, pero aun así se desangraba por el abdomen como si fuera una cascada. No le quedaba mucho tiempo.

-Dinos que ha ocurrido aquí, seguro que podemos parar los síntomas y a lo mejor salvar la vida de los infectados.

-No podéis, no lo entendéis, no es un virus, es el mal en estado puro. Tenéis que congelar a todos los infectados, sólo así morirá lo que llevan dentro, ni el fuego puede con ellos.

-¿Ellos?, está loco, yo no he visto nada, hemos hecho caso a un loco y mi hermana ha muerto, definitivamente te mato-. Klaus le agarró con más fuerza.

-Sólo sé que esto no debía haber ocurrido, fueran lo que fueran la raza que encontramos bajo estas montañas, se habían encargado de encerrarlas con ellos bajo toneladas de piedras-. Tosió expulsando algo de sangre, se humedeció los labios, paladeó el sabor metálico de la sangre y prosiguió -pero no contaban con el ser humano y su costumbre de amoldar todo a su alrededor, los dos primeros casos fueron trabajadores de un proyecto que había para hacer un túnel que atravesara las montañas. Cuando encontraron los primeros rastros de una civilización desconocida, el gobierno entró en juego, ese mismo día varios helicópteros del ejército aterrizaron en la explanada de las obras y descendimos a las cuevas, varios doctores, entre los que estaba yo, una veintena de soldados y un alto cargo con ganas de ascender más todavía.

NUEVOS INQUILINOS "Pequeños inconvenientes" (Sexta entrada)


No paraba de sangrar, así que me acerqué hacia el tablón con intención de quitarlo y aplicar un torniquete, pero él me indicó que me parara.

-Sabes de sobra que no tengo solución, en cuanto que me saques la tabla mis intestinos se desparramarán por la nieve, déjame que termine de poneros al día, sois la última solución al problema.

-Como quieras- dije mientras ponía mi mochila bajo su cabeza para que estuviera lo más cómodo posible.

-El alto cargo al mando clasificó la operación como de alto secreto, clausuró la zona con la excusa de la reserva y durante años estuvimos investigando los restos. Llegamos a la conclusión de que eran una especie alienígena, ya que no se parecían ni de lejos a ningún ser terrestre. Aunque se barajaron muchas hipótesis, la de los seres de otro mundo era la más plausible.

-Así que fueron los malditos bichos grises de enormes ojos negros…- espetó Antón empezando a desbocarse otra vez.

-No eran grises ni de grandes ojos negros, pero ése no es el problema, ya que ellos fueron los que contuvieron hace eones el mal que nos acecha ahora-. Volvió a toser con insistencia y esta vez vomitó una gran cantidad de sangre. -Me queda poco, así que tendré que dejar que los detalles se pierdan en el olvido, ya que soy el único superviviente.

-¿No queda nadie más?- pregunté extrañado, estaban muy bien equipados, el ejército siempre tiene los mejores recursos, y aún así no queda nadie.

-Sí, todos resultaron infectados, tuve que aislar los cuerpos, altamente contagiosos, y buscar una manera de acabar con ellos. Me serví de animales para intentar acabar con el contagio. Pero todo lo que probaba era inútil, no conseguía acabar con la plaga y se me amontonaban los animales contagiados por la plaga.

-¿Plaga?, querrá decir virus- anotó Klaus bastante asustado. –Además, ¿cómo sabemos que no se transmite por el aire también?

-Ya os he dicho que no es un virus, cuando analicé las primeras muestras al microscopio las vi-. Un escalofrío convulsionó al doctor provocando que la sangre de su boca se derramara por la mandíbula. Se la limpió como pudo y continuó -la parte inferior constaba de entre diez y quince tentáculos con los que se movían o se sujetaban a lo que las rodeaba, la parte superior estaba coronada por una boca redonda con diversas capas de dientes altamente afilados y rodeada de entre ocho y doce tentáculos, armados con una hilera de cuchillas con las que desollar y trocear su alimento, nosotros. Rodeando la boca tienen lo que parecen unos ojos negros como la noche, uno por cada tentáculo. Y eso no es lo peor, parece ser que mientras comen, en sus desechos liberan embriones que maduran en menos de tres horas. No paran de reproducirse hasta que carecen de células que comer, y aún en ese momento no se mueren, emigran a la parte exterior del organismo infectado donde hibernan esperando a la siguiente víctima.

NUEVOS INQUILINOS "Pequeños inconvenientes" (Séptima entrada)


-Pero habrá alguna manera de acabar con ellos- suplicó Klaus al borde del pánico.

-Lo descubrí cuando los animales del laboratorio se escaparon, el frío altera sus hábitos, las vuelve más voraces, la infección acaba con la víctima en una quinta parte de lo normal, y no sólo eso, una vez que terminan con todo el alimento se matan entre ellas, cuando ya no tienen ni compañeras que devorar comienzan consigo mismas.

-Entonces estamos salvados, esta nevando y es de noche, en estas condiciones de frío tan extremo ellas morirán.

-Por suerte estás casi en lo cierto.

-¿Casi?- pregunté esperando el pero.

-Todas las que están en los cuerpos infectados en el exterior morirán esta noche, Pero tenemos un problema en el interior de la base. Allí el calor esta a tope para ralentizar los efectos de la plaga, intentan encontrar una cura, pero sólo prolongan lo inevitable.

-¿Intentan encontrar una cura?, ¿no eras el último superviviente?

-Los de ahí dentro están ya muertos, sólo que no lo aceptan, ponen en peligro a toda la población con tal de salvarse. Tenemos que volar las instalaciones, es la única forma de detenerlas.

-O sea, sólo tenemos que entrar, saludar a los de dentro y poner en marcha la autodestrucción de la base- ironizó Antón.

-Algo así, aunque los de dentro tienen las órdenes de infectar y neutralizar a todos los que entren. El capitán está horrorizado con la idea de la muerte y se agarrará a un clavo ardiendo con tal de salvarse, lo que se niega a asumir es que un vez entran en tu cuerpo, ya no tienes futuro.

-¿Cuánto tiempo les queda de vida?- pregunté.

-Tienen el cerebro medio comido, sólo recuerdan que tienen que mantenerse vivos y neutralizar a todo el que esté sano. El problema es que están a más de cuarenta grados, con lo que podrían sobrevivir otro día entero antes de caer en estado vegetativo.

-¿Y por qué no esperamos o les quitamos la energía?- sugirió Klaus.

-Lo de esperar queda descartado, eso pensé yo y al poco llegasteis vosotros. Cuanto más tiempo pase, mayor riesgo de que lleguen refuerzos a la base y se nos vaya de las manos. Hay que contenerlo ahora que podemos. Respecto a lo de dejar la base sin energía, es imposible desde fuera, es autónoma, los generadores de energía están en el penúltimo piso y es lo que utilizaremos para volarla por los aires.

-¿Volarla será una buena idea?, acaso no parece venirles bien el calor, puede que el fuego las vuelva peores- había que evitar empeorar más aún la situación.

-Hay varios sistemas de autodestrucción, dependiendo de las resistencias de la entidad investigada. Aseguraos de introducir las claves para “visita de papa Noel”, eso estallará una bomba de nitrógeno, bajarán las temperaturas a menos cien grados en pocos segundos, provocando una gran explosión interna y congelándolo todo a su paso.

NUEVOS INQUILINOS "Pequeños inconvenientes" (Octava entrada)


-¿Con nosotros dentro?- preguntó Antón adelantándose a los demás.

-Ustedes saldrán antes de que vuele, todas las instalaciones de este tipo tienen un sistema de destrucción por si caen en malas manos. Han demostrado que no están infectados, no existe ninguna razón para que mueran, siempre y cuando se mantengan limpios.

El plan parecía estar muy bien atado, altamente peligroso, pero muy claro. Sólo me quedaban un par de dudas que esperaba resolver antes de que el doctor muriera. Primero le dejé que nos explicara como activar el detonador, por lo visto necesitábamos una libreta de códigos que llevaba el capitán siempre encima, y la llave de activación del investigador jefe, nos pidió que la cogiéramos de su cuello.

-Bueno, ya sabemos lo que tenemos que hacer, ahora me gustaría preguntarte un par de cosas- le informé mientras me guardaba la llave.

-Todo lo que quieras.

-Bien, en primer lugar, ¿quién fue el que realizó la llamada?, fuiste tú, ¿verdad?

-No, yo fui el que cortó la transmisión.

-¿Por qué hiciste algo así si necesitabais ayuda?

-Muy sencillo, no buscaban ayuda, buscaban conejillos de indias-. El doctor se cogió la tripa a la par que le daba una gran sacudida de dolor. -Seré breve- esputó algo de sangre y se limpió con la manga de la camisa. -El capitán sabía que si salía de la base, el proceso se aceleraría, así que la única manera que le quedaba de conseguir especímenes para probar las vacunas era que vinieran por sí mismos.

-Ese capitán se ha vuelto un poco loco- afirmó Antón y nadie le contradijo.

-O sea, para que me aclare, lo que tenemos que hacer es entrar en una base infectada de zombis y explotar la sala de energía, saliendo del recinto antes de que estalle. ¿Me he dejado algo?

-Sí, lo mas importante, no se trata de zombis, se trata de seres humanos infectados y altamente contagiosos. La parte buena de esto es que no tendréis que preocuparos con que os coman el cerebro, pero con un solo roce acabaran con vuestras esperanzas de vida. Si queréis que la raza humana sobreviva alguien tiene que llegar hasta el reactor y detonarlo.

-Nosotros lo haremos, los de hay abajo no deberían moverse con mucha agilidad, así que iremos rápido y saldremos lo antes posible.

-Id con cuidado- dijo el jefe de investigación entregándonos una mochila -las armas las guardó todas el capitán, pero conseguí una pistola de clavos y una motosierra de mano, la sierra armará mucho ruido, intentad no utilizarla. ¿Os queda alguna duda?, sed breves

NUEVOS INQUILINOS "Pequeños inconvenientes" (Novena entrada)


-Es usted un profesional en evitar a la gente, ¿no?-. El doctor tenía algún secreto escondido y tenía que sacárselo. -Una base del ejército con el capitán y todos los demás soldados y trabajadores infectados y el único que se salva es el investigador jefe. ¿No le parece un poco raro?

-Esa explicación es muy sencilla, sufro una fobia que me ha facilitado centrarme en mis investigaciones y ser de los mejores en mi campo, soy incapaz de soportar el contacto físico. Los reflejos instintivos que he desarrollado me han mantenido vivo ahí dentro, ahora sólo me arrepiento de no haber tenido algo de vida social que echar de menos.

-Lo siento por usted, le llevaremos a algún sitio resguardado para que no sufra las inclemencias del tiempo.

-No- me interrumpió el doctor -dejadme aquí, sólo sacadme este madero antes de iros.

-Pero te desangrarás- dije más por el reparo de quitar una vida que por remarcar lo obvio.

-Yo lo haré- dijo Antón adelantándose y cogiendo el madero con los dos brazos.

-Marchaos, sin duda oirán el grito y vendrán, cualquier ser humano que no esté muerto les viene de perlas para sus pruebas.

-¿Qué le harán?- pregunté.

-No les dará tiempo, moriré desangrado en unos instantes, marchaos.




Cabizbajos nos alejamos hasta un coche volcado y lo usamos de parapeto para observar la situación, con suerte no saldría nadie de la base y podríamos enterrarle en la nieve. Pero no nos dieron esa opción, en pocos minutos se abrió la puerta y un palo con un gancho salió del interior, ensartó al doctor y lo arrastró a dentro. El que manejaba ese gancho no parecía muy afectado por los pequeños alienígenas del doctor, eso no nos venía nada bien.

Aguardamos media hora, no fuera que nos estuvieran esperando, y nos acercamos a la puerta. Según el doctor, el camino a los ascensores era fácil, sólo teníamos que seguir el pasillo principal hasta topar con ellos, una vez allí coger el elevador del centro y bajar diez plantas. Los otros dos ascensores sólo bajaban hasta la séptima planta. Una vez allí, seguiríamos el pasillo y al final estaba la sala de control de energía, donde encontraríamos el panel que buscábamos.

Esa parte estaba clara, lo que no sabíamos tan seguro es dónde estaría el capitán y con él, los códigos de seguridad. Había un par de opciones, la más lógica era la sala de control, en la última planta, es decir, bajo la central energética. La otra opción era la sala de oficiales al lado del arsenal, aunque menos probable, no podíamos dejarla sin revisar, estaba en el quinto piso, a mitad de camino. Debíamos ir rápido, ya que el equipo terrestre de rescate saldría a mas tardar al alba, la base debía saltar por los aires antes de que Marta llegara. Sólo quedaba una opción, separarnos.

Abrimos la puerta y para nuestra sorpresa nadie nos esperaba al otro lado, las luces funcionaban perfectamente y comenzamos a sudar en cuanto entramos, sin duda la temperatura superaba los cuarenta grados.

La iluminación era óptima y todo parecía funcionar perfectamente, espero que lo solucionemos pronto. La pistola de clavos se la quedó Klaus, la motosierra Antón y yo me guardé la pistola de bengalas con los cuatro cartuchos que llevábamos en el poco equipo que cogimos al bajar del helicóptero.

NUEVOS INQUILINOS "Pequeños inconvenientes" (Décima entrada)


Avanzamos por el pasillo hasta llegar a las puertas de los ascensores, Antón llamo al de la izquierda y yo al de en medio. Llegó primero el suyo, montó y nos dijo que nos vería en la sala de máquinas, no se le veía muy convencido, al rato llegó el nuestro. “Ding, primera planta, vestíbulo”.

La puerta se abrió y casi no me da tiempo a echarme a un lado antes de que un soldado me noqueara de un golpe, por suerte, más que apartarme, me resbalé y caí al suelo antes de que me tocara. Sus movimientos eran bastante rápidos, algo ralentizados por la infección, pero apenas se notaba. Klaus lo golpeó con un tablón y lo derribó a un lado del ascensor, descargó seis clavos en la cabeza del soldado y luego lo clavó al suelo con dos clavos en cada muñeca y tobillo.

Del cuerpo no salió ni una gota de sangre, la infección estaba siendo muy diferente, tanto calor había alterado en exceso a esos hijos de puta. Inspeccionamos el interior del ascensor y tras comprobar que estaba vacío, entramos y marcamos la décima planta.

Durante todo el descenso no parábamos de mirar los números encenderse, apagarse y luego el siguiente, dentro de esa caja estábamos a su merced.

El ascensor nos advirtió de la llegada, “Ding, décima planta, generador y red de suministros”, la puerta se abrió y dos soldados entraron avasallándose el uno al otro, para acabar chocando contra el fondo del ascensor. Estuvieron un rato revisando el interior, sabían que había alguien, pero no les quedaban neuronas suficientes como para mirar en el techo, lo que nos permitió seguir limpios.

Nos sirvió para comprobar la vigilancia que tenían en la planta a la que íbamos, una vez salieron y se cerró la puerta, descendimos dentro del ascensor y subimos. Cuando llegamos a la novena planta, ambos nos escondimos a los lados de la puerta del ascensor, al abrirse un hombre con una bata ensangrentada entró tambaleándose, parecía bastante afectado por la plaga.

Aproveché su propio impulso para empotrarle contra el fondo del ascensor con el tablón, grito y se giró violentamente hacia mí con los ojos perdidos. Antes de que se me echara encima Klaus le atravesó la garganta con un par de clavos, lo que lo ancló al fondo del ascensor. Luego le descargó no menos de cuatro clavos en la cabeza y dejó de moverse.

Salimos del ascensor y tuve una intuición, el frío acababa con ellos, miré a ambos lados y lo encontré, un extintor, dejé la pesada madera y me lo agencié, lo probé y… ¡¡bingo!!, extintores de hielo líquido. Después de años experimentando con estos bichos era lógico que reforzaran las medidas de seguridad con equipos que congelaran a estos pequeños cabroncetes. Como era de esperar, había escaleras a ambos lados del ascensor, bajamos el primer tramo de escaleras escuchando atentamente los ruidos que nos llegaban de abajo, no parecía que hubiera nadie en el rellano, así que bajamos y abrimos ligeramente la puerta de la décima planta.

Antes de que pudiera ver nada me incrustaron la puerta en la cara y salí volando contra la pared. El soldado que me esperaba tras la puerta intentó entrar, de hecho su brazo izquierdo entró, pero Klaus cerró la puerta antes de que entrara del todo partiéndole el brazo por el codo al cerrar la puerta, esta vez tampoco salió sangre.

Me preparé tras la puerta y mientras mi compañero la abría yo rocié parte del extintor sobre el soldado. Gritó, saltó atrás y cayó al suelo comatoso. Antes de que pudiéramos reaccionar el otro soldado que custodiaba el ascensor intentó entrar por la puerta, Klaus, que parecía más despierto que yo le clavo el tablón en el pecho y lo placó contra una esquina del descansillo, chillaba y se retorcía como si en ello le fuera la vida, y así era. Le rocié hasta que el extintor se quedó vacío, luego Klaus se apartó y el soldado cayó al suelo haciéndose añicos.

NUEVOS INQUILINOS "Pequeños inconvenientes" (Undécima entrada)


Entre y cogí un extintor junto al ascensor, le indiqué a Klaus que bajara a por los códigos, yo limpiaría esta planta y le esperaría junto al generador. Él se dió media vuelta y me indicó que volvería lo antes posible.

Pude ver por el rabillo del ojo que un investigador con bata venía arrastrando la pierna derecha por el pasillo a la izquierda del ascensor. El extintor no me duraría mucho, así que miré a mí alrededor y vi un carrito del reparto de correo, deje mi arma sobre él y empecé a correr por el pasillo, el infectado de la bata se incrustó en el carrito y los choqué a ambos contra la pared final del pasillo.

Miré a mi alrededor, por el momento no parecía que viniera ninguno más, cuando me quise girar hacia el infectado ya se había recuperado y trataba de alcanzarme con los brazos, cogí un perchero de pie y comencé a aplastarle como si fuera un bate de beisbol. Lo que quedó de él fue un amasijo de carne con infinidad de agujeros, paré porque un ruido a mi espalda me alertó de la llegada de otro infectado.

Me giré y vi llegar corriendo a otro de esos bastardos con bata. Di la vuelta a la mesita con ruedas, cogí el extintor y de una patada la empujé contra él, la paró y la apartó al interior de una habitación. Un enfrentamiento tan directo era peligroso, más con tanto espacio para que esquivara la barra, así que localicé la habitación más cercana y me colé dentro cerrando tras de mí.

Por suerte la sala de reuniones estaba vacía, coloqué la sólida mesa frente a la puerta, preparándome con la barra para ensartarlo en cuanto abriera. De repente, algo se movió a mi izquierda, antes de que pudiera girarme y ver lo que se me venía encima, la cristalera que separaba los despachos cedió, apareciendo el infectado. Por suerte para mí, reaccioné a tiempo, la barra del perchero lo atravesó y lo detuvo a un metro de mí. Entonces el “cacho carne” se miro el abdomen ensartado, cogió la barra con ambas manos y empezó a hundirla en su tripa, acercarse rápidamente a mi.

Lo lancé al suelo de una patada y cogí el extintor, le rocié por lo menos medio contenido antes de que parara a comprobar si seguía moviéndose. Al verle en estado catatónico, me derrumbé en el suelo y me abracé a mi salvador. No parecía venir nadie más, pero no podía bajar la guardia. Algunos estaban tan perjudicados que parecían zombis de la vieja escuela, fáciles de esquivar , mientras que otros parecían pensar todavía con bastante claridad, además de moverse más rápido y tener más fuerza que un humano normal.

Recobré el aliento y volví lentamente, en silencio y con el extintor en la mano hasta el ascensor, siempre buscando sustituir el que llevaba a medias. Parecía que las cosas no iban tan mal cuando de repente sonó detrás de mí.

NUEVOS INQUILINOS "Pequeños inconvenientes" (Duodécima entrada)


“Ding, décima planta, generador y red de suministros”, dí un salto alejándome del ascensor completamente acojonado, preparé el extintor con su última carga, cuando se abrió una voz me tranquilizó.

-¿Chicos?- era Antón, que por lo visto había acabado de revisar la planta del arsenal.

-Menos mal que eres tú- le contesté.

Sin venir a cuento, levantó una pistola y disparó rozándome el hombro derecho y obligándome a soltar el extintor del dolor. Salté a un lado antes de que volviera a dispararme y me colé dentro de la que resultó ser la sala de herramientas.

-No huyas, sólo pospondrás lo inevitable, te acabarás contagiando igualmente, sólo necesitamos tiempo para investigarlos y podremos curarnos.

No había duda, estaba contagiado, debía acabar con él antes de que Klaus volviera o sería un problema.

-Dame la mano y seamos amigos, no tiene por qué dolerte más.

Miré a mí alrededor, algo me tenía que valer para acabar con él.

-Los doctores ya lo tienen casi controlado, en unos días estaremos curados y podrás volver con tu mujer. Yo saldré a recoger a Juana y podremos seguir ayudando a la gente.

Marta, no me había acordado de ella en todo este tiempo, el equipo terrestre podía aparecer en cualquier momento y mi sol con ellos. Salí despacio de mi escondite y de camino a Antón tiré un martillo que llevaba en la mano derecha. Éste se confió, bajó la pistola y me extendió la mano.

Le agarré la mano y él la miró con cara de satisfacción, hasta que se dio cuenta de que llevaba un guante aislante, acto seguido me miró y cayó fulminado con siete clavos en la cabeza. Solté la mano y dejé caer la pistola de clavos al suelo, me acerqué a Antón y cuando iba a recoger la pistola que llevaba oí un ruido a mi espalda.

NUEVOS INQUILINOS "Pequeños inconvenientes" (Decimotercera entrada)


Me giré a tiempo para ver como un infectado se abalanzaba sobre mí, era rápido y parecía sediento de sangre. Pude oler su pútrido aliento mientras pensaba que me había llegado el final, pero en ese mismo momento apareció Klaus placándole en el suelo.

-Rápido, acaba con el- gritó Klaus forcejeando con ellos en el suelo.

Cogí la pistola y le volé la cabeza, sólo que esa vez unas gotas salpicaron a mi compañero.

-¡Dios, no!, te has infectado, no tenías que haberle placado.

-No pasa nada, ya me infecté abajo- di un salto atrás en cuanto le oí. -Tranquilo, he visto lo suficiente como para no querer una plaga a nivel mundial, más rapido o más despacio, me están devorando por dentro, lo noto, sólo quiero acabar con esto y morir.

Me informo de que había limpiado el piso inferior, le infectaron casi nada más llegar, así que cogió un fusil y acabó hasta con el capitán. Me dio los códigos y se plantó frente al ascensor.

-Termina lo antes posible, luego me quedaré para que nadie cancele la autodestrucción.

-¿No estaban todos muertos?

-El capitán era un saco babeante, su tronco doblaba el ancho normal de un hombre y la cabeza, que se unía con los hombros como si no hubiera cuello, parecía un saco que contuviera una decena de serpientes en su interior, aún muerto su cuerpo no paraba de retorcerse bajo la piel. Por lo visto, de los que quedaban era el que más tiempo llevaba infectado. Además, se rodeó de calor extremo desde que se contagió. No sé cómo puede haber afectado eso a los jodidos monstruitos, pero preferiría morir antes de descubrirlo.

-Eso está hecho- dije marchándome hacia el generador.

Encontrarlo fue fácil, en lo que tardé un poco más fue en encontrar el panel adecuado y la clave en la libreta del capitán. Cuando introduje los dígitos y lo activé, sonó como en todas las películas de espías y similares, una alarma y una voz iniciando una cuenta atrás de cinco minutos.

-¿cinco?, yo le puse media hora- dije en alto completamente sorprendido, ese jodido doctor no esperaba que saliera nadie de la base, tocaba correr cuando un brazo pasó casi rozándome la cara. Me giré para contemplar a Klaus, sin un brazo, acribillando una infinidad de tentáculos que salían del ascensor y parecían bloquear las balas sin sangrar lo más mínimo. Estaba tan liado con las claves que no oí el jodido ascensor llegar, tenía que salir lo mas rápido posible.

Aligeré lo más que pude y me planté tras mi compañero, tardé un poco porque me entretuve en recoger el extintor.

-Sube por las escaleras, en el séptimo piso podrás coger un ascensor para salir.

-¿Y cómo llego a las escaleras?

-Eso déjamelo a mí, ¿listo?

-Listo.

De repente, un fuerte ronroneo nos rodeó y Klaus levantó la motosierra que se había llevado Antón. Tras esto, se lanzó hacia el ascensor cortando todos los tentáculos que encontraba en su camino, una vez dentro debió de dar al cierre de puertas, ya que se cerraron y me dejó el camino libre, los chillidos de mi compañero me acompañaron hasta el séptimo piso.

NUEVOS INQUILINOS "Pequeños inconvenientes" (Decimocuarta entrada)


Al llegar, un infectado con bata custodiaba el ascensor, le vacié el extintor entero mientras chillaba de dolor y luego cayó al suelo con convulsiones sin volver a emitir un solo ruido. Llamé al ascensor y cogí el extintor de esa planta mientras esperaba.

“Ding, séptima planta, Comedor y alojamiento de personal”, no pude evitar saltar a un lado, pero por suerte, el ascensor llegó vacío, entré, subí al piso cero y cuando llego, según se abrían las puertas solté una rociada para evitar sustos. Esta vez nadie me esperaba, así que corrí a lo largo del pasillo soltando rociadas a todas las puertas con las que me cruzaba.

Cuando llegué a la salida, cerré la puerta tras de mí y me alejé una veintena de metros por lo menos, me parapeté detrás del tronco de un árbol y me volví justo para ver como la base implosionaba y la puerta desaparecía succionada por la base. En ese mismo momento, comencé a notar un gran dolor en toda la cara, me ardía por dentro.

-¡¡Noo!!

Salí corriendo hacia un vehículo medio destrozado cerca de la entrada y cogí los restos del retrovisor, sólo corroboré lo que ya suponía, unas gotas de sangre salpicaban mi cara.

Cogí el extintor y lo enchufe a mi cara, más valía morir a infectar a toda la población, pero ni eso pude, el extintor estaba vacío. El dolor se intensificaba muy rápido, eso era bueno. Posiblemente debido a las fuertes temperaturas el proceso se había acelerado, moriría en pocas horas y la plaga acabaría conmigo.

Busqué una pala y comencé a cavar mi propia fosa, pero antes de que pudiera terminarla me caí desplomado. El dolor era extremo, notaba cien mil diminutas bocas comiéndome por dentro. Mi cerebro no era capaz de mandar las órdenes al resto del cuerpo, no podía moverme, hablar… sólo quedábamos el dolor y yo. Lo único que podía hacer era esperar a que el dolor y mi existencia terminasen pronto.

-¿Carlos?, despierta cariño, no me dejes, soy yo Marta, no puedes estar muerto.¡Aquí, corred, Carlos sigue vivo!,¡ el pulso es muy débil, pero sigue vivo!.

-Tranquila, ponle esta manta térmica para la hipotermia y llevémoslo al hospital, el otro equipo entrará a buscar supervivientes.