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jueves, 14 de enero de 2010

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Primera entrada)


"Esta es nuestra historia, la mía, la de mi hermana y la de la sombra que siempre trajo nuestro declive…"


Muchas historias cuentan sucesos tan extraños que con el paso del tiempo la gente acaba tomándolas por cuentos, éste se sitúa en el noreste de la Península Ibérica, lindando con Francia, el sitio concreto nunca se encontró.

Corría el año 700 después de Cristo, la llamada peste de Justiniano daba sus últimos coletazos. Un invierno frío como pocos se había instalado en toda la región, la nieve decidía por donde se podía pasar y el calor del hogar era el mejor sitio donde estar.

Todo comenzó como un cúmulo de pequeñas dosis de mala suerte. Un cartel en un cruce de caminos que cede ante el viento, dejando de marcar que el viejo sendero está abandonado. Un rayo que cae y derriba un árbol sobre el camino principal. Un grupo de nueve personas en un carromato y ocho caballos que llegan al poco tiempo y toman el camino que queda abierto, un camino que nadie ha pisado en muchos años.

Luego, tras su paso, un leve alud tapa el sendero empujando el tronco fuera del camino. Al poco, un abultado grupo de soldados a caballo pasan de largo el sendero sin siquiera verlo, jamás encontrarán a los hijos del conde.

Tras varias horas de sendero estrecho y sinuoso, salen del bosque a una llanura nevada que asciende hasta un pequeño pueblecito, con siglos de antigüedad, pequeño, de no más de diez casas. Al otro lado del pueblo, el suelo desaparece abriéndose en un gran cortado hasta las encrespadas olas.

-Al fin un tejado donde guarecerse de los dioses- comentó Teodosio, jefe de los asaltantes –un lugar perfecto y retirado donde escondernos y esperar a que el conde reúna nuestro dinero.

-Siempre que el conde acceda a pagar- puntualizó Elvira.

-Pagará, si hace falta le mandaremos a la niña muerta para que valore más el pago por su primogénito- dijo el líder mirando a los dos niños que había en el carro temblando bajo dos gruesas pieles. –Tú sólo preocúpate de que no se escapen y de mantener mi cama caliente-. Los compinches rompieron en carcajadas y todos continuaron la marcha.

Según se aproximaban al pueblo, los caballos comenzaron a reducir el paso y a resoplar, hasta que se detuvieron a unos cincuenta metros de la primera casa. Los bandidos estaban muy ocupados tirando de los caballos y los bueyes, cuando a Sancho, que así se llamaba el niño, le subió un escalofrío por la espalda y tembló al sentir una sensación extraña y familiar, como si alguien lo observara fijamente. Al seguir la sensación, le pareció ver dos pequeños puntos rojos en la oscuridad del campanario de la iglesia. Al segundo desaparecieron como si nunca hubieran estado, como siempre ha pasado.

Desde que alcanza a recordar, ha tenido un sueño, en parte pesadilla, estaba todavía dentro de su madre, era la hora de salir al cruel mundo, frío y desapacible. Pero al acercarse a la luz, el cordón que le alimentaba se cierra sobre su cuello estrangulándole, entonces aparecen esos ojos en la oscuridad del útero de su madre, el cordón se rasga y puede salir a conocer el mundo.

No sabe si fue así realmente, pero no fue la única vez que vio esos ojos, siempre que la muerte rondó su vida, aparecieron presagiando un cambio de la fortuna que evitara los terribles desenlaces.

-¡¡Dolón!!- sonó una vez la campana extendiendo su tañido más allá de la linde del bosque. Todos se pararon en seco y buscaron el campanario, pero nada se movió y no volvió a sonar.

-¿A qué esperáis para continuar?- bramó el líder –sepan o no que llegamos, este pueblo ya es nuestro.

Continuaron luchando contra el temporal y la tozudez de los animales hasta que por fin llegaron a la primera casa- Antes de que golpearan la puerta, ésta se abrió liberando una cálida ráfaga de aire que les rozó levemente. Teodosio comenzó a desenvainar la espada a la par que sus compañeros, Elvira levantó su arco desde lo alto del carromato.

Una robusta mujer de melena larga y negra asomó a la entrada.

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Segunda entrada)


-Saludos nobles señores, somos humildes campesinos a su servicio- dijo sin levantar la mirada del suelo –mi nombre es Adela. Entren a calentarse al fuego, mi marido Diego se encargará de llevar al establo los caballos y el carro.

Un cuarentón de dos metros y espaldas anchas asomó tras la campesina, Teodosio pasó la brida del caballo a Nuño, la última incorporación de la banda, era el chico para todo, siempre andaba ocupado haciéndole la vida más cómoda a sus compañeros.

-Mi amigo- dijo poniendo la mano sobre el hombro del novato –acompañará a tu esposo y traerá los bultos del carro, ¡Elvira!

-¿Sí?- contestó bajando el arco.

-Trae aquí dentro nuestro botín más valioso y procura que no se escapen por el camino, que te ayude Omar- dijo adelantándose hacia la puerta.

Adela se apartó a un lado para dejarle pasar y fue cogiendo la empapadas pieles de los invitados, cuando terminaron de entrar las puso todas frente al fuego en nueve sillas, que ya estaban preparadas de antemano, para que se secaran.

Al entrar pusieron a Sancho y a su hermana Amelia a un lado de la chimenea, el chaval no paraba de mirar a Omar, un mercenario de las tierras de Oriente, canijo y con grandes brazos. Sus manos sujetaban el otro extremo de la cuerda que aprisionaba sus manos y las de su hermana, en cuanto aflojara cogería a Amelia y saldrían corriendo por la puerta, sólo si llegaban al bosque tendrían alguna oportunidad, pero esa noche no tuvo suerte.

Pasados unos minutos, cuando el grueso del grupo estaba acomodado en el salón con un caldo caliente en las manos, entraron por la puerta Nuño y Diego cargando con dos voluminosos baúles cerrados con grandes candados. Amelia, que no perdía de vista a la campesina esperando que se apiadaran de unos niños y les ayudaran a escapar, pudo ver como se le iluminaba la cara de alegría al ver los pesados bienes de sus captores.

La niña recordó el miedo y la tensión del asalto al castillo de sus padres, los temblores, el pánico a la muerte. Estos campesinos no temían por sus vidas, no veían el peligro que suponía la calaña que había entrado en sus casas.

Fuera, las grises nubes luchaban entre ellas, comenzando a derramarse sobre el campo. Dentro, el tañido de los truenos sonaba todavía lejano.

-Señor- dijo Adela acercándose a Teodosio.

-¿Sí?- contestó sin retirar la vista del fuego.

-Debería ir a explicar la situación a los vecinos y buscarles un alojamiento adecuado, creo que estarían cómodos en la casa grande que hay junto a la iglesia, no vive nadie allí, pero mañana estará preparada.

-Creo que no entiendes la situación, éste es ahora nuestro pueblo, viviréis o moriréis según nos plazca, así que ahora mismo irás a por todos tus vecinos y los traerás aquí- sentenció extendiendo las manos hacia el fuego. –Gilberto, Juan, acompañadla y que no se olvide de nadie, registrad las casas. Quiero tenerlos a todos aquí antes de que escape alguno a pedir ayuda.

-Os aseguro que no es necesario, no deseamos morir, pueden coger lo que quieran y quedarse el tiempo que les plazca, no es necesario traer aquí a todo el pueblo.

-Creo que no he pedido vuestra opinión- contestó llevándose las manos a las orejas para calentarlas.

Adela se giró resignada y salió por la puerta seguida de Gilberto, un buen espadachín carente de mano izquierda por cometer el peor error para un ladrón, dejarse coger, y Juan, un viejo soldado que mató a su capitán por un puñado de monedas, no sin perder un ojo en el proceso. Ambos se unieron a Teodosio en el motín que los salvó del garrote.

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Tercera entrada)


Pasó algo más de una hora en lo que despertaron a todos los pueblerinos y comprobaron que no quedaba ninguno escondido.- Los destrozos fueron considerables, pero nadie se quejó o se negó a seguir todas sus instrucciones, nadie excepto un anciano arisco que presentó poca resistencia debido a la edad.

Cuando por fin los recogieron a todos volvieron a la casa de Adela. En su ausencia, los proscritos habían comido y se habían distribuido por las tres habitaciones, una para Teodosio, Elvira, los niños y los cofres, quedando dos para el resto del grupo. Sólo el líder y otro bandido bastante flacucho los esperaban frente a la chimenea. Una vez entraron todos en la casa, Teodosio se acercó a Juan y Gilberto.

-¿Todo tranquilo?- preguntó a sus hombres.

-Sí- respondió Juan.

-Todos se han portado como borreguitos, bueno todos menos ese viejo cascarrabias- concretó Gilberto señalando a un anciano que tenía la cara amoratada y parecía quejarse de un costado.

-Bien, comed algo en la despensa y volved después, vosotros haréis la primera guardia, a media noche dadle el relevo a Nuño y Omar. Vosotros- dijo señalando a los campesinos- escuchadme atentamente porque sólo lo diré una vez. Este pueblo ahora nos pertenece, haced lo que digamos y nadie tendrá que morir.

-Ya le dije que no causaríamos ningún problema- dijo Adela en nombre de todos.

-Sí, pero ya soy perro viejo en todo esto, ¿falta alguien?- preguntó directamente a la dueña de la casa.

-No, estamos todos y no hacía falta destrozar las casas para comprobarlo- contestó Magdalena, una anciana rechoncheta que estaba al lado de Adela.

-Lo que es necesario o no lo decidiremos mis hombres y yo, le sorprendería donde es capaz de esconderse la gente- dijo volviendo a la silla que tenía frente al fuego. –Este es Marcus- continuó señalando al delgado compañero que se sentaba a su lado –tiene una gran memoria para las caras y los nombres, presentaos uno por uno, en el momento que falte alguien, el resto seréis destripados y el pueblo arderá. ¿Lo he dejado claro?- dijo volviendo la cabeza hacia sus nuevos vecinos.

Todos afirmaron cabizbajos y comenzaron a presentarse.

-Cuando terminen, pueden volver a sus casas y busquen un lugar para que duerman sus vecinos. Por ahora, nos quedaremos aquí- sentenció mirando a Adela y Diego. –Por cierto, recuerden que desde esta casa controlamos la explanada que da al bosque, si alguien intenta huir, sufrirá mucho antes de morir.

-Como desee- contestó Diego.

Poco a poco fueron saliendo hasta que no quedó nadie, Marcus y Teodosio se fueron a dormir, dejando a sus dos compañeros junto al fuego.

El jefe tardó en conciliar el sueño, tenía una sensación extraña, normalmente era necesario que matara a más de un hombre cuando ocupaban alguna aldea, luego mataba a los demás al irse, pero para imponerse sobre los autóctonos, siempre había algún derramamiento de sangre. En esta aldea todos eran demasiado sumisos y a pesar de hacerle el trabajo más fácil, estaba más preocupado que nunca.

Esa noche Sancho ardió de fiebre, sufriendo terribles pesadillas que se tornaban en alucinaciones cuando abría los ojos, pero no sólo fue una mala noche para el niño.

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Cuarta entrada)


Apenas pasaban dos horas de la media noche cuando comenzó a nevar, Juan y Gilberto yacían plácidamente dormidos mientras Nuño y Omar se morían de aburrimiento y sueño, el novato hacía guardia frente a la ventana, su compañero, por su parte, se preparaba un bocado nocturno en la despensa.

En ese preciso momento un rayo cayó a escasos diez metros de la casa, Nuño, quedó tan impactado como un murciélago que volaba cerca, el cual fue a chocarse contra la ventana de la despensa, haciendo que el oriental se sobresaltara y mirara por la ventana, a tiempo de ver una figura encapuchada saliendo de la casa de enfrente. Por un momento y como si fuera una señal, un mechón largo y pelirrojo se escapó de la capucha.

El novato salió al exterior a comprobar de cerca el suelo churruscado, así que no pudo oír a Omar avisarle desde la despensa que se iba tras una campesina. Cuando Nuño entró empapado su compañero ya no estaba.

La nieve y los truenos amortiguaban completamente cualquier ruido en el exterior, así que el corpulento hombre fue corriendo de esquina en esquina asomando la cabeza para comprobar que se dirigía al establo, una vez dentro ya no tendría escapatoria, nadie les oiría en su nidito de amor. Corrió hasta la puerta y miró tras de sí, no parecía que los siguiera nadie, así que entró rápidamente y cerró con cuidado, no quería sobresaltar al conejito.

Al observar dentro del edificio pudo ver a la jovenzuela, ya con la capucha quitada y la melena rizada colgando hasta el final de la espalda, estaba desatando uno de los caballos.

-¿Se puede saber dónde pretendes ir?- la muchacha dio un salto a un lado y se giró temblando.

-No es lo que pensáis- argumentó con un inaudible tono de voz- sólo iba a cambiarlo de sitio, el techo es viejo y tiene muchas goteras.

-No tienes por qué mentirme, ninguno de los dos dirá nada de lo que ocurrió aquí esta noche.

-Pero le repito que no hacía nada- contestó la doncella dando un paso atrás.

-¿Cuál es tu nombre gorrioncito?- preguntó el bandido mientras colocaba el tablón que cerraba la puerta del establo.

-Rosa, señor- dijo con voz temblorosa dando otro paso atrás- hija de Fernando y Marta.

-Bien Rosa, yo soy Omar y creo que esta noche nos vamos a conocer muy a fondo- dijo adelantándose y dejando caer el abrigo de pieles al suelo.

-No, por favor, dejadme volver a casa- balbuceó la joven.

Omar saltó sobre ella tumbándola sobre el heno boca arriba, ella gritó y le arañó el cuello tratando de apartarlo, él la agarró el brazo por la muñeca y sin ninguna dificultad le arrancó la manga del vestido y el abrigo, dejando la suave piel al descubierto.

La chica quedó petrificada de miedo, momento que aprovechó el oriental para arrancar los botones de un tirón y dejar el pecho de la joven al aire, los pechos y un collar de enormes perlas, dignas de una reina.

Esta vez, fue Omar el que quedó congelado ante tal incongruencia, Rosa reunió todo el valor que pudo y le asestó tal puntapié en su orgullo, que el corpulento hombre cayó de culo sumido en un inmenso dolor.

La joven se echó a un lado e intentó salir corriendo, pero Omar no iba a dejar escapar una joya como esa, la agarró por el tobillo y tiró de ella. Rosa cayó y antes de que pudiera reaccionar, tenía al corpulento hombre sobre ella con sus manos rodeándole el cuello.

-¿Dónde crees que vas con mi collar?- dijo quitándoselo con una mano mientras le estrujaba el cuello con la otra. -Me gusta tu regalo, pero seguro que tenéis más, ¿dónde?- la miró fijamente a los ojos, aflojando la mano.

-Es una herencia familiar, no tenemos nada más- contestó, tras coger algo de aire.

-Mientes- sentenció mientras guardaba el collar y sujetaba la garganta de la joven con ambas manos, - apenas me costaría romperte el cuello, pero sería un desperdicio, una niña tan guapa, con tanta vida por delante. Haznos un favor a los dos y no me vuelvas a mentir, ¿dónde?- dijo comenzando a cerrar las manos.

-En la cripta- contestó la joven con un hilo de voz, casi inaudible. Omar aflojó la presa.

-¿Dónde?

-En la cripta- contestó como pudo recobrando el aliento.

-Eso está mejor, guíame y no intentes ninguna artimaña o tendré que matarte y preguntárselo a tu padre mientras violo a tu madre.

Omar recogió las pieles y empujó a la joven en dirección a la puerta. Rosa se recolocó la ropa lo mejor que pudo, al tiempo que el bandido retiraba el tablón. Luego, los dos se internaron en la lluvia camino de la iglesia.

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Quinta entrada)


Nuño, por su parte, había estado revisando la casa en busca de su compañero. Al no encontrarlo, había ido a la despensa a comer algo, mientras pensaba dónde podía estar. Probablemente se habría escondido en alguna parte a echar una cabezada, así eran todos, siempre le tocaba hacerlo todo a él. Al menos, eso pensaba hasta que vio la comida a medio preparar de Omar. Si algo era su compañero, aparte de mujeriego, era glotón, jamás dejaba que sobrara nada, si alguien no quería más, ahí estaba él para ayudarlo.

Se acercó a la puerta de la despensa y comprobó que el suelo estaba mojado, alguien la había abierto recientemente. Al salir al exterior, pudo corroborar lo que ya imaginaba, las huellas de su compañero se alejaban del tejadillo.

El novato se tapó bien y cerró la puerta, si Omar andaba metido en algún lío, más le valía solucionarlo antes de que Teodosio se despertara. Salió del tejadillo y comenzó a seguir las borrosas huellas bajo la nieve.

Mientras tanto, Omar y Rosa se hallaban ya en la iglesia resguardados y la joven caminaba entre los bancos cabizbaja, ocultando una siniestra sonrisa de los avariciosos ojos que iban tras ella. Al llegar al altar, Rosa se paró y retiró la alfombra de esparto que había ante ellos mostrando una trampilla de poco más de un metro cuadrado. Cogió una vela y la encendió, mientras, Omar, sin perderla de vista, levantaba la sólida puerta de madera.

Bajó tras ella, sin casi ver los escalones que tenía a sus pies, sólo la seguía tanteando el suelo con la puntas de los pies. Descendieron en completo silencio más de veinte metros hasta que, al fin, llegaron al último escalón, habían llegado a un pequeño rellano en el que apenas cabrían tres personas más.

-Espero que esto no sea un truco, aquí no veo ningún tesoro- dijo Omar bastante ansioso.

-Está tras esta puerta- dijo Rosa acercando la luz a la pared de la derecha e iluminando una sólida puerta con un grueso tablón atravesado.

La joven dejó la vela en el suelo y retiró la madera con ambas manos. Omar, que no cabía en sí de la ilusión, abrió la puerta y dio tres pasos hacia la oscuridad de la sala que se abría ante él, convencido de que en cuanto entrara la joven con la vela vería montones de joyas y monedas.

La puerta se cerró violentamente tras él, sumiéndole en las tinieblas y el sonido del tablón contra el metal le sacó del trance.

De repente, un miedo intrínseco en el ser humano a la oscuridad absoluta comenzó a aflorar en él. Se giró por puro instinto de supervivencia y cargó contra la puerta, armando un gran estruendo y dislocándose el brazo.

-¡¡¡Aaarggg!!!- gritó de dolor e impotencia. –¡¡¡Ábreme zorra traidora!!!, ¡¡¡bruja!!!, ¡¡¡cuando salga de aquí, te partiré en dos!!!, ¡¡¡a ti y a todo tu pueblo!!!

-Jamás saldrás de aquí- le contestó la joven con tono burlón –los hombres como tú son tan previsibles.

-¡¡¡Sácame ahora mismo!!!- gritaba mientras seguía golpeando la puerta con el brazo sano.

-Yo que tú ahorraría energías- respondió la voz alejándose escaleras arriba, -no sé si te has dado cuenta, pero no estás solo.

Al hombretón se le encogió el corazón y se giró de espaldas a la puerta. Unos segundos le bastaron para distinguir varias respiraciones distintas, aparte de la suya, ninguna parecía humana.

Bajo la nieve, Nuño se repetía que tenía que traer a Omar de vuelta antes de que se levantasen sus compañeros, apunto estaba de girar la esquina de la casa y ver cómo salía una pelirroja figura de la iglesia. De repente una gélida corriente le entró por el cuello recorriéndole todo el cuerpo y el aullido cercano de un lobo terminó de convencerlo, su obligación era vigilar desde la casa y evitar cualquier huida. Omar era mayorcito para asumir sus propias responsabilidades, así que volvió a la cabaña y se sentó frente a la ventana a esperar. Con un poco de suerte, su compañero volvería antes de que los gallos despertaran a todos.

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Sexta entrada)


Poco antes del alba, en el establo, tuvo lugar el último suceso de la noche. La gotera predicha por Rosa estuvo chorreando sobre la rienda medio suelta del caballo, humedeciéndola y provocando que se terminara de soltar del poste. El caballo notó un leve picor y agitó la cola, mosqueando a un tábano que no dudó en picarle. Acto seguido un inmenso dolor sacudió al caballo, soltó tres coces al aire tratando de aliviarse, al no surtir efecto optó por salir al galope del establo, que había quedado abierto tras la visita de Omar y la campesina.

Mientras, en la vieja casa de Adela, el tejadito de piedra que protegía la chimenea de la lluvia y la nieve cedía. Erosionado por el paso del tiempo, se desplomaba contra las ascuas, esparciendo éstas por todo el salón. Nuño, atento toda la noche frente a la ventana, saltó de la silla y las recogió rápidamente con unas pinzas oxidadas que colgaban de la pared junto a la chimenea. El caballo tuvo el tiempo suficiente para atravesar desbocado la pequeña llanura que le separaba del bosque antes de que el vigía volviera a su puesto frente a la ventana. Unos minutos después el gallo anunciaba el nuevo día, aunque fuera seguía pareciendo noche cerrada.

Poco a poco los asaltantes fueron despertando, cuando Diego y Adela llegaron fueron golpeados y arrojados a una esquina.

-¡Bien, confesad antes de que os arranque algo más que una mano!- rugió Teodosio con la espada desenvainada frente a ellos.

Los campesinos le miraron asustados y sorprendidos, frenó su espada y replanteó la pregunta intuyendo que ellos no tenían la respuesta.

-¿Dónde está Omar?, ¿qué habéis hecho con él?

-Lamento no poder responderle- contestó Adela.

-Les dejamos a todos aquí y nos fuimos a dormir a casa de nuestro hijo Gonzalo, debe creernos- explicó el campesino mientras se sujetaba el dolorido estómago.

-¿Les pincho un poco a ver si nos dicen la verdad?- preguntó el novato, que lucía un moratón en el ojo.

-Ya has metido la pata lo suficiente- dijo mirándole al ojo sano. –No creo que sepan nada.

Teodosio envainó la espada y se dirigió a la despensa, abrió la puerta exterior y observó el suelo, ya no quedaba rastro de ninguna huella. Llamó al novato y a Elvira y después de unos minutos, salió al exterior de la casa seguido de Nuño, la mujer cerró la puerta y volvió al salón.

-¿Qué sucede?- preguntó Juan.

-El jefe ha ido a comprobar una cosa, mientras, tú y Gilberto volved a registrar las casa y traed a toda esa escoria de nuevo aquí.

-Ese novato no hace nada a derechas- dijo Gilberto bastante molesto por tener que volver a empaparse.

-Más os vale que no tengáis nada que ver en esto o no quedará nadie vivo- sentenció Elvira mirando con desprecio a los dueños de la casa.

En menos de media hora estaban todos los campesinos en la casa, empapados y a medio vestir, pero no faltaba nadie, y ninguno parecía saber nada.

-¿Por cuál quieres que empiece?- preguntó Marcus mientras desplegaba un hatillo con tenazas, ganchos y otros utensilios igual de aptos para la tortura. –Irá más rápido si revivís el fuego de la chimenea.

-No vamos a hacer nada hasta que vuelva Teodosio- contestó la segunda al mando.

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Séptima entrada)


Al cabo de unos minutos, llegaron los dos solos, Nuño volvía con el otro ojo amoratado, Elvira se apresuró hacia la despensa algo preocupada.

-¿Qué ha sucedido?

-Lo que nos imaginábamos- contestó el líder bastante contrariado.

-¿Y ese ojo?

-Tiene suerte de que no le raje las tripas- respondió girando y desenvainando la espada.

Nuño cayó de espaldas y retrocedió hasta chocar con la pared bastante asustado, mientras Elvira sujetaba el brazo de la espada.

-¡Suelta mujer!- exclamó zafándose y envainando el arma. –He dicho que tiene suerte, ahora no puedo permitirme perder más hombres. Entre los que perdimos en el castillo y Omar, quedamos muy pocos para preparar el cobro de los niños. Si no habría vuelto solo- dijo dedicándole una mirada de las que hielan la sangre.

-¿Y con los campesinos qué hacemos?

-Mándalos a sus casas, tenemos cosas que hacer- contestó girándose y señalando a Diego –coge lo que necesites y arregla este destrozo- dijo señalando las ascuas cubiertas de nieve.

-Necesitaré a alguien que me ayude a reparar el tejado de la chimenea- respondió éste mirando los restos de piedra.

-Llévate al inútil de Nuño, a ver si es capaz de hacer algo bien.

Diego fue a la despensa a recoger al maltrecho Nuño y salieron por la puerta de la despensa camino del establo a recoger el material que necesitaban, por su parte el resto de campesinos volvieron a sus casas llevándose a Adela con ellos.

Una vez salieron todos, Marcus escupió al suelo y se acercó al líder.

-No entiendo por qué no hemos empezado a interrogarles a todos, a este paso no encontraremos a Omar.

-Sé que tienes ganas de jugar con tus herramientas, pero no les sacarías nada, ese mulo sin cerebro ha resultado ser más listo de lo que esperaba.

-¿Omar listo?- preguntó burlonamente Gilberto y todos menos el jefe y Elvira se echaron a reír descargando un poco la tensión del suceso.

-¡¿Tanta gracia os hace que ese mostrenco cogiera la mitad del botín, su caballo y huyera en mitad de la noche?!- rugió Teodosio.

-¿Qué Omar ha hecho qué?- preguntó Juan frotándose su único ojo completamente perplejo.

-Lo que has oído- contestó Elvira -ese bastardo ha cogido un cofre y se ha marchado con su caballo en mitad de la noche.

-Eso es imposible- Gilberto no salía de su asombro -su zamarra está en la habitación.

-Tampoco se iría antes de cubrirse de oro, ese conde nos hará de oro- Juan había hecho bastante amistad con el oriental y se resistía a creer que los había traicionado de esa manera.

-No hace falta recordar que el único equipaje de ese malnacido era un saco lleno de comida, con lo que se ha llevado no pasará nada de hambre el resto de su vida-. A Teodosio le hervía la sangre cada vez que se acordaba del cofre perdido- además, todos sabéis que puso muchas trabas al plan del secuestro.

-¿Y cómo pudo hacer eso sin que el novato se diera cuenta?- preguntó Juan que seguía sin estar muy convencido.

-Esa rata de alcantarilla seguro que se quedó dormida. Pero ya basta de hablar, ahora mismo Omar y nuestro cofre se alejan de nosotros. Marcus y Elvira vendrán conmigo, a ver si conseguimos encontrar algún rastro de ese gusano. El resto os quedareis aquí custodiando el otro cofre y a los niños.

-Pero será difícil encontrar algún rastro ahí fuera- argumentó Marcus -no tiene sentido perdernos por los bosques, nos lleva por lo menos media mañana de adelanto, ya estará camino de cualquier ciudad.

-En esta zona hemos asaltado varias aldeas y el castillo del conde, no creo que cabalgue por los caminos principales o se adentre en pueblos y castillos cercanos. Si encontramos un rastro en los alrededores, sólo habrá que seguirlo, su caballo va cargado con un cofre muy pesado, no aguantará mucho sin dejarle descansar.

-Deberíamos centrarnos en el conde- insistió el viejo soldado –si todo sale bien, ese cofre no será ni la parte que le correspondía.

-Si en unas horas no encontramos ningún rastro, volveremos, pero no pienso dejar escapar vivo a ese perro si tengo la ocasión.

Dicho esto, los tres bandidos salieron de la casa, cogieron sus caballos y partieron hacia el bosque en busca de Omar. Al poco rato de la partida llegaron el novato y el silencioso Diego, el primero llevaba una caja con diversas herramientas y varios tablones, el campesino acarreaba una gran escalera de madera que apoyó sobre el tejado nada más llegar. Resopló varias veces antes de subir por ella, Nuño trepó tras él haciendo equilibrios para que no se le cayera nada.

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Octava entrada)


Juan y Gilberto estaban en el salón de la casa, entrando en calor gracias a una perola de caldo recién preparado que había traído su anfitriona.

-Los niños necesitarán entrar un poco en calor también, con su permiso les llevaré un par de tazones y algo de pan.

-Juan, acompáñala y asegúrate de que están bien atados cuando terminen de comer- dijo Gilberto dando un largo sorbo.

-No creo que nadie te haya nombrado jefe en su ausencia.

-No, pero alguien tiene que encargarse de eso y Nuño está ocupado, además, a mí no se me da bien eso de atar nudos- dijo mostrando su muñón izquierdo.

Cuando llegaron a la habitación se sorprendieron bastante al encontrar al niño empapado en sudor y discutiendo con su ausente tío, cuando Adela se acercó pudo comprobar que estaba ardiendo, la niña miraba a su hermano bastante asustada.

-¿Lleva mucho tiempo así?- preguntó Adela.

-Ha estado muy caliente toda la noche, pero desde que se despertó hace unos minutos está hablando solo, ni siquiera me ve- contestó la niña muy preocupada.

-¿Le pasa algo?- preguntó el bandido preocupado ante más contratiempos.

-No, le pondré un paño de agua fría y pronto estará recuperado- mintió la mujer.

Desataron a los niños y mientras Amelia sorbía la sopa, Adela se la dio a Sancho. Una vez terminaron, la mujer le puso un paño de agua fría en la frente al niño y Gilberto los volvió a atar. Antes de irse y sin que el bandido la viera, Adela desatrancó la ventana, los niños no durarían mucho, así que tenía que darse prisa.

Volvieron frente a la fría chimenea y Adela se marchó a prepararles más caldo, volteó la casa y entró en silencio por la ventana. Antes de que la niña se asustara le tapó la boca y le habló al oído.

-Tenéis que venir conmigo, no tendréis un momento mejor para escapar.

-Tú no vienes por nosotros- se atrevió a decir la niña que se fiaba cada vez menos de los campesinos -tú vienes a por el cofre.

-Ya tendré tiempo más tarde de recogerlo, aunque no te lo creas la salud de tu hermano me preocupa bastante, así que si no quieres que muera en esta habitación, envuélvete en la manta y sígueme sin hacer ruido, yo llevaré a tu hermano.

Amelia no tenía otra opción, así que siguió a la mujer al otro lado de la ventana. El ruido de los truenos y las reparaciones del tejado amortiguaron los pequeños ruidos que hicieron al salir, una vez fuera bordearon los edificios en dirección a la iglesia. El único que pudo haberlos visto fue Nuño desde el tejado, pero Diego lo tenía bastante ocupado y sus amoratados ojos apenas le permitían ver lo que tenía delante.

Una vez entraron al resguardo de la iglesia Amelia se paró delante de Adela.

-¿No se suponía que íbamos a llevar a mi hermano al curandero?

-No podemos salir con todos esos bandidos por ahí, tendremos que esperar a la noche, cuando estén dormidos.

-¿Cómo hicisteis con el hombre que ha desaparecido?- la pregunta sorprendió bastante a Adela, pero estaban a punto de dejar de ser un problema, así que no se preocupó.

-Todo lo que tenéis que hacer es esconderos y no salir hasta que yo vuelva, sígueme- se recolocó al tembloroso niño y bordeó a Amelia camino del altar. -Ahora si me haces el favor de quitar la tela y abrir la trampilla, os enseñaré vuestro refugio.

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Novena entrada)


La niña siguió todas las instrucciones mientras Adela cogía una vela, luego se hizo a un lado y la mujer inició el descenso con mucha calma, la seguía mirando entre sus brazos tratando de descubrir dónde iban.

Una vez llegaron abajo le pidió que abriera la puerta y entrara, nada más adentrarse en la oscuridad de la sala notó el enrarecido aire típico de las catacumbas, cierto olor a humedad y abandono, pero no era sólo eso, olía a sangre y podredumbre, como el día de matanza en las despensas del castillo.

La poca luz que se filtraba hacia dentro sólo le dejaba ver la forma difusa de unas columnas con altos arcos que las unían, tras éstas parecía haber algo vivo moviéndose al amparo de la oscuridad.

Un violento empujón la lanzó bajo el arco que tenía delante y la luz que portaba Adela entró iluminando la amplia sala. Amelia contempló la sala por un segundo y cayó de rodillas, completamente horrorizada tapándose los ojos, como si de esa manera fueran a desaparecer.

-Esto es una pesadilla pronto despertaré, esto es una pesadilla pronto despertaré…- y así siguió, en estado de shock balanceándose de adelante a atrás sin separar las manos de la carta.

Sancho pudo ver como entre sueños lo que su hermana jamás olvidaría. Rodeados de columnas unidas por arcos, se hallaban tres seres sacados del más horrendo infierno. El del centro parecía estar formado de un humo verde condensado, casi gelatinoso, de torso para arriba sólo difería de un humano en sus alargados dedos. De cintura para abajo, dos apéndices bajaban entrelazados apoyándolo sobre el suelo y volvían luego a subir alrededor del ser hasta sobrepasar su cabeza tres metros más arriba. Ahí se separaban, terminando cada en un ojo.

Los otros dos seres parecían diferentes al primero, ambos tenían gruesas piernas cubiertas de un pelaje marrón oscuro. El que estaba a la derecha tenía dos piernas, mientras que el de la izquierda se apoyaba sobre cuatro. Del centro de éstas, salía un tronco envuelto de tentáculos, que al llegar a la parte superior se separaban y flotaban a su alrededor terminando en lo que parecían unos aguijones del tamaño de un puño. De entre los tentáculos surgía una especie de masa oscura y gelatinosa coronada por unos diminutos labios rodeados de ojos.

El de las dos piernas tenía un torso con cuatro pechos y la misma cantidad de brazos, las grandes manos lucían tan sólo tres dedos, acabados en unas garras tan largas como el antebrazo del niño. La cabeza, carente de boca, albergaba gran cantidad de tentáculos, cada uno con un ojo al final, todos ellos le miraban.

La mujer depositó a Sancho a un lado de la niña que seguía recitando las mismas palabras, apoyó la espalda del muchacho en la columna y se irguió ante los extraños seres como si nada.

-Todo va según lo previsto, pronto el resto estarán también aquí- hizo una sencilla reverencia y cerró el portón al salir.

Antes de que la última ráfaga de luz se marchara con la mujer, Sancho pudo entrever como el ser de cuatro brazos avanzaba hacia él con las palmas extendidas, en cada una de ellas se abrían unos oscuros labios recubiertos de sangre reciente. La oscuridad les envolvió y el goteo sobre el suelo fue aproximándose hasta que en su delirio el niño pudo sentir el aliento cálido y pútrido en su propia cara.

-“¡Detente!”

Sancho oyó esas palabras en su propia cabeza, parecía una voz masculina y ronca. Amelia gritó horrorizada y salió corriendo hacia la salida, chocó con la puerta y comenzó a arañarla y golpearlas con fuerza, perdiendo varias uñas en el vano intento de abrirla.

-¡Sal de mi cabeza, despierta, despierta….!- la niña se acurrucó contra la puerta y comenzó a sollozar.

-“Luz”

Siete antorchas, una en cada columna, ardieron iluminando la gran sala. Una de las manos le giró la cara y todos los ojos pudieron ver los oscuros bultos que tenía en el cuello, al momento los otros dos brazos dejaron al descubierto el torso del niño, las axilas resultaron tener los mismos signos.

-“No hay duda, ha vuelto a encontrarnos”- esta vez fue una dulce voz femenina la que habló, el ser retrocedió sin volver a tocarle. –“¿Tiene solución?”

El horror envuelto en tentáculos comenzó a extenderlos hacia el ser vaporoso del centro, mientras este último comenzaba a abrir los parpados mostrando unos rojizos ojos sin pupilas, unas sanguinolentas lágrimas comenzaron a gotear de los enormes ojos.

-“He encontrado una fisura, puede que esta vez pase de largo”- aventuró la suave voz.

Los tentáculos retrocedieron y los párpados se cerraron. Sancho perdió la consciencia y su cuerpo se escurrió hasta quedar tumbado en el suelo.

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Décima entrada)


Fuera, Adela volvía rauda sobre la nieve, para recoger el cofre antes de que notaran la ausencia de los niños, cuando vio venir a David. Para la mujer era un resentido cascarrabias del que no se podían fiar, jamás superó la trágica muerte de su mujer.

-Vengo de tu casa y los niños no están, ¿no se los habrán llevado con esta nieve?- preguntó algo intranquilo.

-No te preocupes por los niños- sentención Adela. Él la miró a los ojos y se dio cuenta de todo.

-Se los has llevado, a pesar de que juramos no volver a sacrificar gente inocente- el hombrecillo la apartó a un lado mirándola con desprecio. -Tarde o temprano pagareis por todo lo que habéis hecho.

-Tú no fuiste el único que perdiste a alguien, sabes que fue necesario.

-Tú jamás amaste a tus padres, para ti fue como quitarte un peso de encima- respondió David alejándose.

-Fue el azar quien los eligió.

-Miéntete si quieres, pero nosotros pudimos negarnos. Por dios, eran sangre de nuestra sangre.

Apresuró el paso y entró a la carrera en la iglesia, a punto estuvo dos veces de resbalar bajando las escaleras, pero algo pareció frenarlo en los momentos peligrosos.

Una vez ante la puerta la abrió y la niña cayó entre gimoteos sobre su regazo, de un rápido vistazo localizó al niño y se sintió aliviado al ver que todavía respiraba. Se situó rápidamente entre Sancho y los seres y les plantó cara.

-¡No dejaré que toquéis a estos niños!, ¡tomadme a mí como sacrificio si queréis!- una gran melancolía se adueñó de él. -Debí morir junto a mi mujer cuando la sacrificaron, tuve miedo a la muerte, pero ya no lo tengo.
-“No tienes de qué preocuparte”- lo calmó la voz femenina, ya que aunque decidido a dar su vida por los niños, le temblaba todo el cuerpo.-”Si quieres salvarlos sólo tienes que llevártelos lejos de aquí, coge el bote del acantilado y vete”

-¿Así de simple, sin ningún pero o condición?- preguntó atónito el hombre.

-“Sólo una condición, no te cruces ni te despidas de nadie, si quieres salvarlos deberás partir ahora mismo”

David recogió al muchacho y salió raudo de la sala, antes de que cruzaran el arco de la puerta, Sancho volvió a sentirse observado, alzó la mirada y pudo ver los rojos ojos del ser vaporoso abiertos y una leve sonrisa en su rostro. Un leve susurro distinto de las dos voces anteriores sonó en su cabeza.

-“Gracias a ti descansaré por un tiempo, ve en paz y vive una larga vida.”

Tras estas palabras comenzó a notar un calor acogedor brotando en su interior, el dolor y la fiebre, al igual que la enfermedad terminaron de desaparecer en el momento que la barca se alejó de esas tierras.

-“¿Crees que la hemos dado esquinazo?”- preguntó la ronca voz.

-“Pronto lo sabremos”

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Undécima entrada)


La partida de David y los niños pasó completamente desapercibida para todos, menos para Diego, que desde lo alto del tejado, se despidió en silencio de su hermano, esperando que fuera feliz allí donde fuera.

El fornido aldeano siguió arreglando el tejado, frente al tejadillo, Gilberto y Juan habían decidido cortar algo de leña para poder entrar en calor cuando los del tejado terminaran. Gilberto colocaba con su única mano los fríos troncos, mientras el viejo soldado descargaba el hacha con todas sus fuerzas contra la congelada madera.

-Bueno, ya hemos terminado, espero que no se vuelva a caer- comentó Diego mientras clavaba la última pieza del improvisado tejadillo -puedes ir bajando, yo recogeré y ahora te sigo.

Nuño se acercó despacio a la escalera, pero con sus amoratados ojos no pudo ver la placa de hielo que se había formado al borde del tejado. Su pie derecho fue el primero en resbalar, trató de mantener el equilibrio sobre la pierna izquierda, pero su otro pie también cedió, y cayó del tejado.

Gilberto, que se hallaba justo bajo él, recibió el golpe cayendo hacia delante, sustituyendo el madero que había sobre el tocón por su mano. Juan, incapaz de ver lo sucedido por la ausencia de su ojo izquierdo lanzó el hacha con todas sus fuerzas contra el helado tronco, el filo seccionó la mano a la altura de la muñeca, rodando ésta hasta los pies del veterano. Gilberto cayó entre alaridos de dolor y furia sobre la nieve, tiñéndola de sangre, mientras el novato rodaba unos metros más lejos.

Antes de que él tuerto pudiera asimilar lo que había ocurrido, el joven y magullado Nuño salió corriendo en dirección a los establos, temiendo por su vida si sus compañeros le ponían la mano encima.

El soldado, con experiencia en estos casos reaccionó con rapidez. Saltó sobre la nieve y tras quitarle rápidamente el cinturón a su compañero, se lo ató en el brazo derecho, cerca del muñón sangrante.

-Así no te desangrarás- dijo más para sí que para su compañero, que debido al shock se había desmayado. -Aguanta, no tardaré en traer a esa comadreja de vuelta.

Dicho esto salió a toda velocidad furioso como un toro desbocado, antes de que el debilucho novato hubiera podido desatar un caballo para huir, Juan entró tirando la puerta del establo al suelo.

-Ven aquí rata podrida.

Gritó saltando sobre él y derribándolo al suelo, una vez allí se ensañó como nunca, lo molió a patadas y no satisfecho con esto agarró un tronco cercano y apaleó al muchacho hasta que lo redujo a un saco sanguinolento de músculos y huesos rotos. Cuando por fin se cansó de aporrearlo comprobó que el desdichado aún respiraba, así que decidió mantenerlo con vida para que Gilberto pudiera rematarlo.

Cogió los restos vivos de Nuño y los arrastró todo el camino hasta la casa, haría un fuego para cicatrizar el muñón de su compañero y con suerte sobreviviría para vengarse. Pero no pudo ser así, al llegar comprobó que en la nieve frente al tejadillo sólo estaba la mano de su compañero.

Soltó el bulto y se acercó al lugar donde debería estar Gilberto, pero sólo pudo ver un surco manchado de sangre en la nieve, alguien se lo había llevado en dirección al barranco. Cogió el hacha y a Nuño y siguió los rastros que lo llevaron hasta la puerta de la iglesia, fuera quien fuera el que se llevó a su compañero debía estar dentro todavía. Así que agarró firmemente al novato y se lo colgó del hombro por si tenía que usarlo de escudo, luego caminó hasta el altar y bajó las escaleras a oscuras, guiado por una débil luz que venía de abajo.

Tras llegar al final de las escaleras pudo ver una vela en el suelo y una puerta abierta en el lado derecho. Una extraña corriente surgida de la nada apagó la llama que los mantenía en la luz, el soldado se quedó callado y quieto, tratando de sentir los movimientos del bastardo o bastardos que se habían llevado el cuerpo. Durante unos segundos no notó nada, pero cuando oyó varias pisadas fuertes desde el interior de la sala, atravesó el umbral y se adentró blandiendo el hacha de un lado a otro. Antes de que pudiera sentir el acero golpeando contra algo, su brazo quedó atrapado por algo que lo envolvió desde la muñeca hasta el hombro, para luego arrancarle la extremidad de cuajo.

Los gritos de Juan le impidieron oír unos pasos escabulléndose tras él y el chirriar de la puerta cerrando su única salida.

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Duodécima entrada)


Tres horas después comenzó a nevar con fuerza y Teodosio, Elvira y Marcus, cansados y congelados decidieron emprender el camino de regreso sin hallar ningún rastro de Omar o el cofre.

Poco después de comenzar la vuelta un estruendo ensordecedor les congeló la sangre y el enorme fogonazo de un relámpago sacudió la tierra ante ellos. Los caballos se encabritaron y Elvira, aplastada entre su montura y un tronco cercano, escupió una gran cantidad de sangre por la boca, para luego escurrirse a un lado del caballo camino de la acolchada nieve, pero en su descenso su pierna izquierda quedó atrapada en el arnés de su montura, acabando colgada con el torso apoyado sobre la nieve. El caballo se desbocó y sin un amo que lo tranquilizara comenzó una alocada huida perdiéndose entre los árboles, dejando un reguero de sangre a su paso.

Sus compañeros, incapaces de evitar el desastre siguieron al trote los destellos rojos sobre el blanco suelo, con la esperanza de evitar lo inevitable. Teodosio, al frente, con el corazón encogido, Marcus, detrás, tratando de seguir a su jefe como buenamente podía, confiando en no acabar como su compañera.

Tras unos veinte minutos de persecución, salieron del bosque para encontrarse en la llanura previa al pueblo que abandonaran horas antes, el rastro parecía dirigirse al establo. Ambos azuzaron a los caballos para llegar lo antes posible.

Al llegar desmontaron rápidamente y pasaron extrañados sobre la caída puerta para ver al caballo sin Elvira y atado a un poste. Teodosio se acercó lentamente al caballo mientras desenvainaba la espada y en un sólo movimiento separó la cabeza del cuerpo.

-Deben haberla recogido y llevado a la casa, no perdamos más tiempo- ordenó limpiando su espada con las pieles de su abrigo.

Marcus bajó del caballo y ambos atravesaron el temporal camino de la casa que habían ocupado. Al poco de abandonar el establo dos figuras emergían de entre la paja arrastrando una tercera.

-¿Aún respira?

-Sí, démonos prisa o no nos servirá para nada.

Teodosio preocupado por el estado de su alma gemela se dirigió raudo hacia la entrada de su nueva guarida, para ver como el enorme Diego salía de espaldas de la casa arrastrando algo.

-¿Se puede saber qué haces?- rugió pensando que se trataba de Elvira, pero al girarse el increpado pudo observar que lo que sacaba de la casa era el cofre restante del botín- ¿Cómo?

Algo no iba bien, sus hombres jamás le habrían permitido acercarse si quiera al pesado cofre, cuanto menos llevárselo. El enorme hombre se quedó blanco al ver como una ira incontenible crecía en los oscuros ojos del bandido, sus piernas empezaron a temblar y cayó hacia delante balbuceando entre dientes.

-No he hecho nada… señor no me castiguéis- el campesino se tapó la cabeza temiendo lo peor. -Sus compañeros se marcharon sin decir nada, sólo pretendía guardároslo en lugar seguro.

-¡Bastardo!- rugió Teodosio dándose cuenta de que habían estado jugando con él desde un principio- escupe toda la verdad, ¿dónde están los demás? ¿Qué habéis hecho con ellos?

-Vaya, parece que no sois tan ingenuo como pensábamos- contestó Diego con un tono de voz completamente sereno, a la par que se levantaba completamente recuperado - no tiene sentido seguir con esta farsa.

-Entonces contesta o muere- dijo el líder completamente dominado por la ira. Dio unos pasos hasta el campesino desenvainando la espada.

-No pretendo hacer ninguna de las dos cosas, me limitaré a esperar- respondió el campesino sentándose sobre el baúl.

-¡Muere!- rugió comenzando a descargar la espada, pero antes de que recorriera unos centímetros Marcus le detuvo sujetándole con los dos brazos.

-No sabemos a qué nos enfrentamos, si le matamos no sabremos que trampas nos tienen preparadas sus alegres vecinos- Teodosio le miró henchido de odio. -Se las han apañado para reducir a todos los demás, dejádmelo un rato y nos dirá todo lo que sepa, aunque no se acuerde todavía de ello.

La ira fue cediendo paso al instinto de supervivencia y en lugar de partirle en dos, le propinó tal golpe con la empuñadura de su espada que el campesino cayó inconsciente al suelo.

-Llevémosle dentro- dijo Teodosio algo más tranquilo -pero quiero que sufra hasta que no pueda mas.

-Para cuando muera no sólo le habré despellejado entero, sino que además tendrá todos sus malditos huesos rotos, uno por uno- contestó Marcus esbozando una sádica sonrisa.

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Decimotercera entrada)


Ambos entraron en la casa arrastrando al pesado cuerpo, lo tumbaron sobre la mesa del comedor frente a la chimenea y mientras el torturador preparaba el fuego y desenvolvía sus utensilios, Teodosio le ataba fuertemente las manos y los pies a las patas de la mesa.

Una vez preparado el fuego fueron puestos a calentar varios clavos y diversas herramientas puntiagudas y afiladas. Hasta ese momento la desaparición de Elvira y el resto de compañeros le había llevado a olvidarse de su gran tesoro.

-¡Los niños!

-¿Qué pasa con los niños?- preguntó Marcus.

Ambos salieron disparados hacia la habitación donde debían permanecer atados, pero, como ya esperaban, el dormitorio estaba completamente vacío. Todos habían desaparecido. El líder giró sobre sus talones y volvió raudo a la improvisada mesa de torturas, cogió una silla por el respaldo y la rompió violentamente contra las costillas del adormilado campesino, Diego despertó profiriendo un enorme alarido de dolor.

-¡Me has hecho mucho daño!- gritó a su agresor con una mirada que mostraba una gran incredulidad.

-Y más que te va a doler- dijo cogiéndole por el gaznate y apretando con fuerza - si quieres ahorrarte un dolor indecible, dinos dónde están los niños y tu muerte será rápida.

-Sal fuera y si tu amado cofre no está, solo tendrás que seguir su rastro hasta el resto de tus compinches- contestó Diego tras escupir sangre por la boca.

Ambos asaltantes se precipitaron a abrir la puerta exterior al recordar el olvidado cofre. Al abrir no sólo el gélido frío les heló la sangre, el cofre ya no estaba.

-Si fuera mío, lo seguiría lo antes posible, la ventisca no tardará en sepultar el rastro.

Teodosio se giró y a punto estuvo de saltar sobre el humilde campesino para estrangularlo con sus propias manos, todo lo que le importaba se lo habían robado de las manos y no se había dado cuenta de nada.

-Quiero que te ensañes como nunca la has hecho, yo seguiré ese cofre y lo traeré de vuelta antes de que termines, si me ha mentido, quiero que lo haya confesado todo para cuando vuelva.

-Dalo por hecho- contestó volviendo a la mesa, sacó un estilete bastante afilado y se giró hacia su jefe -¿seguro que no quieres presenciarlo?

-Nada me haría más feliz, pero Elvira está desangrándose en algún lugar cercano, no puedo perder el tiempo.

Teodosio salió cerrando violentamente la puerta, lo que retumbó en la pared y provocó el desprendimiento de un trozo del improvisado tejadillo de la chimenea, golpeando contra las ascuas del fuego y sacando fuera de la chimenea un trozo de carbón que fue a parar justo detrás del torturador.

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Decimocuarta entrada)


El iracundo líder apenas pudo escuchar los primeros alaridos de Diego, amortiguados por el rugido de la de la nevada que envolvía al pueblo, siguió el rastro hasta la entrada de la iglesia. Al entrar, un escalofrío recorrió toda su espalda. En el suelo varios rastros de sangre se dirigían hacia el altar, aferró fuertemente la espada y se acercó hasta la trampilla abierta.

Se asomó a la oscura profundidad y apenas pudo ver los primeros escalones, se giró, cogió un cirio encendido y comenzó a bajar. Casi había descendido una decena de escalones cuando un grito desgarrador y familiar llegó desde abajo.

-Elvira- comenzó a bajar rápidamente las escaleras dispuesto a destruir cualquier horda que encontrase en las profundidades, pero las prisas nunca fueron buenas, dejó de prestar atención a los escalones y el primer charco de sangre que pisó provocó un funesto resbalón.

La bajada fue rápida, chocando contra las paredes y los escalones, rompiéndose un brazo aquí y la rodilla allí. Al llegar al suelo estaba tan apaleado que apenas pudo ponerse de rodillas y sólo le sirvió para contemplar una oscura y ensangrentada sala en la que unas amorfas sombras desmembraban a la que otrora fue su gran amor. Abandonó toda esperanza y se desplomó en el suelo.

Llevaba más de media hora tendido en el frío suelo, volviéndose loco mientras escuchaba a unas bestias devorar los restos de sus compañeros, incapaz de moverse, cuando comenzó a oír unos pasos descendiendo la escalera, abrió los ojos y pudo ver una luz acercándose hacia él.

-Marcus huye- consiguió decir antes de que un ataque de tos lo obligara a vomitar parte de la sangre que se acumulaba en su estómago.

-Creo que ninguno de ustedes irá ya a ningún sitio- sentenció Adela, que bajaba sujetando un cirio en la mano. -Tranquilo, ahora mismo nos ocupamos de ti- dijo la mujer echándose a un lado y dejando paso a su gran marido que llevaba un bulto colgado de los hombros -deja al delgaducho dentro y vuelve a por éste.

Así lo hizo y una vez dentro, la mujer se dirigió al ser de los cuatro brazos.

-Ya están todos.

-“Gracias, podéis iros.”

-Señor, algo no va bien, a mi marido lo golpearon, eso nunca había pasado- reprochó la mujer preocupada.

-“Era la única manera de que no escapara ninguno, no hubo elección, a veces no la hay.”

-Pero eso no es todo, algunos vecinos están postrados en la cama presa de altos calores y desvaríos.

-“No te preocupes, vuelve a tu casa y descansa, han sido unos días difíciles, mañana todo será distinto.”

La mujer y su esposo subieron las escaleras y abandonaron el edificio.

-“Espero que esta vez no tarden tantos siglos en encontrarnos.”

Al salir Diego varios relámpagos brotaron de los cielos, colisionando todos contra el sagrado recinto que habían abandonado, derrumbándolo completamente. Días después toda la población de la zona había sido arrasada por la peste.