IGORs

sábado, 9 de enero de 2010

NUEVOS INQUILINOS "El pueblo" (Primera entrada)


Bueno, aquí dejo mi primer aporte a la saga "Nuevos inquilinos". Espero os guste:




Nuevos inquilinos: El pueblo

Todo se fue a la mierda, desde que ella se fue todo se fue a la mierda. Antes, cuando ella estaba, odiaba realizar estos largos viajes nocturnos en coche, las carreteras vacías y el silencio inundandolo todo, pero ahora son los únicos momentos de paz que tengo, en los que puedo pensar abiertamente en mi dolor. Al principio la gente me dio ánimos, pero no eran conscientes de que repitiéndome el pésame una y mil malditas veces lo único que lograban era reabrir esa sensación de dolor, aquella herida. Ahora, meses después, se han dividido, la mitad sigue con la misma inútil estrategia y la otra mitad intenta que levante cabeza, que la olvide y siga adelante. Si pudiese olvidarla todo sería tan jodidamente sencillo... pero como olvidas a la persona que te sacó de la depresión, la persona que te quitó la soga del cuello y la sustituyó por un sincero abrazo.

Horas de viaje, sin más luz que los faros de mi coche.

Si me esfuerzo, aún puedo recordar cuando la conocí, una joven muchacha nueva en la cafetería de enfrente del bufete. Mis compañeros comían en la cafetería de la empresa, pero yo necesitaba airearme, alejarme de ese agobiante mundo de reglas donde a veces lo que menos importa es la justicia. Y allí estaba ella todos los días, con una amplia sonrisa dispuesta a servirme lo que yo quisiese, ni me di cuenta de que, en el momento que yo entraba, iba directa a tomar nota de lo que yo deseaba tomar, obviando a los demás clientes por un instante. Mes tras mes, se fue convirtiendo en el mejor momento del día, de todos modos tampoco tenía muchas más cosas agradables en mi vida, un piso solitario, un trabajo desesperante y un dinero de sobra que me esforzaba por conseguir y después no me proporcionaba ninguna felicidad.

La carretera continúa, recta y oscura, comienza a formarse niebla.

Un día unos amigos me lograron convencer, a duras penas, de salir de fiesta, de intentar conocer a alguien y lo intenté, más por ellos que por mí, pero no sirvió para nada. El mundo de los ligues de una noche en bares nunca fue lo mío, siempre tímido y estúpidamente romántico. Hacia las dos, aburrido de ese exasperante ambiente volví a casa, a pie. Por el camino vi que la cafetería estaba abierta y decidí entrar a tomar un café. Abrí la puerta lentamente y nada más entrar fui consciente de la agradable y a la par incomoda situación que se mostraba ante mí, el lugar estaba vacío y solo había una persona trabajando a esas horas, ella. Pedí mi habitual café, me lo sirvió, y de manera imprevista se presentó como Alicia y empezó a hablarme, al principio respondí con respuestas cortas y tímidas, pero poco a poco fui cobrando confianza, dejé se ser el Mateo de calle y me convertí en Mateo el abogado, el que puede convencer a una liebre de que los zorros son buena gente. El tiempo pasó y cuando quisimos darnos cuenta era de día. La acompañé a casa y al final pasé el día allí, jamás había sido tan impulsivo con una mujer, pero fue así, ni siquiera llegué a plantearme la situación.

Soy incapaz de recordar cual fue la última señal que vi.

A la semana de vernos empezamos a salir juntos de manera formal, poco a poco fue convirtiendo mi mundo gris en un lugar colorido. Conocí a sus padres, tan distintos de mis difuntos progenitores, la madre pintora y el padre cantautor, ambos con un éxito modesto pero suficiente como para mantenerse y lo que es más importante, ser felices. Alicia logró, con cariño y paciencia, que mi trabajo dejase de ser mi vida y se convirtiese en lo que tenía que ser, un trabajo. A los cuatro meses de conocerla se mudó a vivir conmigo y mi vida al fin consiguió tomar un sentido completo. El trabajo era duro, pero al volver a casa siempre estaba ella, esperándome con una amplia sonrisa. Y apenas dos meses después de empezar a vivir juntos organizamos la boda y nos casamos. Y ciertamente descubrí a mis treinta y tres años lo que era la felicidad... hasta aquel día.

Hace horas que no diviso ningún cruce.

Por mi trabajo muchas veces tenía que viajar de una costa a otra del país, siempre usaba el avión. Un día ella quiso darme una sorpresa, pero había problemas en el aeropuerto así que cogió el coche, un viaje largo... y sencillamente desapareció. Las labores de búsqueda duraron meses hasta que finalmente se la dio por muerta. Quien sabe, quizás llevo a cabo estos viajes no para poder pensar y alejarme de los conocidos que solo dicen tópicos y no comprenden la situación, quizás realice estos viajes por si la encuentro, por si aparece. Dios, daría lo que fuese por volverla a ver.

Poco a poco salí de mis ensoñaciones y vi que solo me rodeaba oscuridad y árboles, de manera repentina fui consciente de que hacía horas que no veía una señal y aun más que no aparecía ningún coche. Paulatinamente, casi sin darme cuenta, una niebla había empezado a imperar sobre el entorno, difuminando las ya oscuras formas del bosque en la noche. Continué mi trayecto pero todo seguía igual de monótono por mucho que avanzase. Temiendo haberme perdido decidí pararme a mirar el mapa. Aparqué en el arcén y abrí la guantera. Por un instante noté una sensación extraña, como si me observasen, tenso por el entorno me erguí y miré por las ventanillas, pero no había nada, solo las retorcidas formas de los árboles en penumbra. Nuevamente, abrí la guantera pero el mapa no estaba, me lo debía haber dejado en casa, cabreado golpeé el volante justo para ver una figura delante de mi coche, a unos metros. Todos los pelos de mi cuerpo se erizaron, era un hombre parado en el arcén, con esmoquin, pero lo extraño, lo inquietante era que su cabeza era de un conejo, un conejo gris sonriente, pero no una sonrisa agradable como la de mí amada Alicia sino una sonrisa macabra, insidiosa, acompañada de unos ojos exageradamente abiertos y fijos. Parpadeé asustado, al borde del terror y la figura desapareció. Era consciente de que todo mi cuerpo temblaba, en un vano intento de serenarme saqué con cuidado un cigarrillo, cuando prendí el mechero la luz alumbró una cara al lado de mi ventanilla, di un fuerte respingo tirando el cigarro y el mechero, ahí estaba, asomado a la ventanilla, un hombre con esmoquin, pero con cara humana, salvo su sonrisa, esa maldita y macabra sonrisa seguía allí.

-Disculpe- el extraño hombre apenas movía la mueca para hablar, resultaba inquietante.

-¿Sh...Si?- Logré preguntar a duras penas.

-Oh vaya, siento haberle asustado- Torció el gesto como lo haría un perro intrigado. -¿ Cuánto tiempo lleva aquí?-.

-¿Aquí?- Dudé por unos instantes- ¿A que se refiere con aquí?-.

-Oh, vaya- Me miró con una mezcla de sorpresa y diversión, pero al igual que la sonrisa, esa mueca de diversión no resultaba en absoluto agradable- Si no sabe a que me refiero con aquí sin duda lleva poco tiempo por estos lares, le animo a que continúe su trayecto y llegue al pueblo-.

-¿Qué pueblo?- Pregunté cada vez más intrigado y molesto por la presencia del extraño personaje.

-El pueblo- Por un momento pareció desorientado pero al instante volvió a sonreír y añadió- El pueblo, sin más, se llama así porque es el único.- Hice gesto de volver a preguntar pero se me anticipó- Ahora he de irme, confío en que su estancia aquí resulte agradable, parece una persona poco risueña- Y tras decir esto se alejó caminando por mitad de la carretera, sin casi balanceo, con un avance hierático y con toda la parsimonia del mundo.

-Y usted es demasiado risueño- Dije para mis adentros, aún asustado.

Recogí el mechero y el cigarro, los encendí con manos temblorosas y retomé el camino, no pude evitar observar por el retrovisor como el extraño hombre iba desapareciendo en la niebla, aparté la mirada para fijarme en la carretera, tan solo un instante, y cuando volví a dirigir mi vista al espejo no estaba, lo único que se veía era un conejo, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo haciendo que el coche torciese un poco su dirección, pero enseguida me repuse "simplemente ya no se le ve por la niebla" me dije a mi mismo y continué el trayecto.

El camino se me antojó largo, pero al fin vi un cartel que rezaba así "El pueblo 10.512 habitantes". Me quedé asombrado, era extraño que tras revisar las rutas no me sonase un pueblo con tanta población. La niebla, cada vez más espesa, hizo que no fuese consciente de la presencia de las casas hasta que estuve a apenas unos metros de la primera fachada. Aminoré la velocidad y reduje la marcha, me aparté con cuidado a un lado de la calzada y dejé el coche. Sí, estaba de los nervios y sí, la situación era realmente tétrica, pero justamente por eso necesitaba hacer un breve alto, tomar algo para serenarme, hacer una llamada... mientras pensaba todo esto vi algo entre la neblina, una cabellera doblando una esquina... una cabellera morena, ligeramente ondulada, como la de ella... . Casi sin darme cuenta empecé a ir en esa dirección, diciéndome a mi mismo que solo la seguía para preguntarle por un bar y una gasolinera. Pero no podía evitar tener un atisbo de esperanza., casi sin percatarme comencé a acelerar el paso, al doblar la esquina vi de nuevo aquella silueta de pelo azabache girar en otro cruce de calles, aceleré, comencé a correr, a la mierda el mentirme a mi mismo, era imposible, pero tenía que asegurarme de que no era ella. Por un aterrador instante, al pasar corriendo por delante de un callejón me pareció volver a ver al horrible hombre conejo, con su macabra sonrisa, aterrado paré en seco y mire allí, pero no estaba, allí únicamente había un callejón vacío con algo de basura acumulada, mi mente comenzaba a jugarme malas pasadas, el psiquiatra me avisó de que podía suceder... Habiéndome demorado por aquella quimera de mi mente retomé el camino, más tranquilo, era obvio que soñaba despierto, ni ella podía estar allí ni ese horrible ser podía siquiera existir, aunque eso no impidió que me dirigiese al lugar donde giró la muchacha. Doble la esquina y ante mi encontré una calle, vacía, como todas las anteriores "con esta niebla tu también estarías en tu casa" pensé para mí, intentando relajarme. Avancé unos metros y me encontré a un anciano enjuto sentado en un banco en la acera, con la tez pálida, arrugada y casi sin expresión en sus cansados ojos, ataviado de manera algo anticuada, con bastón y bombin, me miró intrigado.

-Disculpe, ¿hay un bar por aquí?- le pregunté harto de callejear por ese agobiante lugar.

Como única respuesta el hombre alzó su mano y señalo hacia una puerta, atisbe entre la niebla y vi que encima había un cartel de bar. Me aproximé a la puerta y la abrí, tembloroso sin saber siquiera porque. Algo chocó contra mí, casi derribándome, me erguí tenso y algo asustado pero ante mí solo había un hombre, con traje, algo bajito y rechoncho, vestía normal, tenía una cara anodina, pero su expresión... pocas veces había visto semejante expresión de terror, me miró y por un momento pareció algo aliviado.

-Usted no sonríe como ellos- Miró en dirección al anciano del banco y sus ojos casi se salieron de sus órbitas de puro terror, acto seguido echo a correr, como si huyese del mismísimo diablo. Sin la más mínima brusquedad, con lentitud y un escalofrío me giré hacia el anciano, temeroso de lo que pudiese ver, pero ahí seguía, exactamente igual que antes. Me giré de nuevo hacia el bar, asumí que aquel hombre era un loco o un borracho y entré.

El olor de leña ardiendo y el reconfortante calor de una chimenea me inundaron al entrar. Había un olor más pero no habría sabido describirlo. La sala constaba de una barra con una joven camarera y muchas mesas, todas ellas con gente, bebiendo y hablando con suavidad. El ambiente me relajó por unos instantes, pero había algo que no cuadraba.

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