IGORs

jueves, 28 de enero de 2010

NUEVOS INQUILINOS "El Caballero Teutón" (Quinta entrada)


Lo que vimos ante nosotros nos dejó sin aliento. El túnel desembocaba en una enorme bóveda de dimensiones ciclópeas, las paredes estaban talladas con mil ojos de distintos tamaños y formas. En mitad de aquella titánica sala se abría un pozo que ocupaba casi todo el lugar, frente a éste había una hoguera y ante ésta, una figura, una doncella de larga melena azabache, con una túnica ligera, un cuerpo de formas suaves, hermosas y proporcionadas, un cuerpo tentador, el cuerpo del Diablo sin duda. Detrás de ella había dos figuras arrodilladas que apenas podía distinguir. La mujer llevaba un tocado con un ojo dorado y en su diestra portaba un largo bastón de madera oscura coronado por un pomo de metal. Se giró hacía nosotros, su rostro era hermoso y joven, pero sus ojos eran grises y profundos, los de una anciana. Se rió con una carcajada hermosa, hipnótica. Empezó a mover sus labios pero nada se oyó, un leve movimiento hizo que volviese mi mirada para ver como Rickard asentía en silencio, una sonrisa de calma afloró en su rostro.

-Lo que mandes, amada mía- dijo.

Sin casi darme tiempo a reaccionar se abalanzó sobre mí blandiendo su martillo, su golpe me alcanzó en el yelmo con una fuerza tremenda, derrumbándome. Saltó hacía mí, poniendo un pie a cada lado de mi pecho y alzó su arma con ambas manos, dispuesto a acabar con mi vida sin duda cuando el enorme cuerpo de Olaf chocó contra él, arrojándole contra el suelo de manera brutal. Me levanté, débil, me quite el yelmo abollado y lo dejé caer al suelo, noté como un hilillo de sangre manaba de mi sien izquierda, no lograba centrarme, oía ruido de lucha pero parecía lejana. Al fin la refriega se detuvo y fui poco a poco capaz de focalizar, miré a mis hermanos, sólo para ser testigo de una visión dolorosamente terrible, a los pies de Olaf yacía el cuerpo decapitado de Rickard. La bruja rió nuevamente.

-Los teutones sois divertidos- su voz era hermosa- lucháis con fervor por vuestro dios ficticio, pero yo sé la verdad, yo he mirado a los ojos de los dioses verdaderos-. Pronunció unas palabras que no pude distinguir en la distancia y las dos figuras que había tras ella se alzaron.

Eran los lituanos más inmensos que había visto en mi larga vida, sacaban una cabeza a Olaf y sus espaldas eran anchas como las de un oso, únicamente vestían unos pantalones de pieles, sus cuerpos estaba completamente tatuados con pinturas y cicatrices y su boca estaba sellada, cosida. Ambos comenzaron a correr hacía nosotros a la vez, con largas zancadas, afiancé los pies al suelo, recuperado ya del golpe de Rickard cuando uno de aquellos monstruos saltó sobre mí, adelanté la punta de mi espada con una estocada fuerte y certera, años de entrenamiento me permitieron alcanzar el corazón del primer golpe y la hoja se hundió hasta la mitad del largo filo. Mientras mi rival caía de rodillas volví mi mirada hacía el otro gigante que había saltado sobre Sven, haciéndole caer al suelo y con sus inmensos puños había empezado a golpear la cabeza de mi soldado. Cuando me disponía a sacar mi espada para ir en ayuda de mi hermano algo lo impidió, me giré y para mi horror vi la enorme manaza del salvaje sujetando mi brazo, la otra mano se lanzó contra mi cuello a la velocidad de un relámpago sin que yo pudiese hacer nada y comenzó a apretar. Enseguida noté la falta de aire, sujeté con fuerza el martillo y golpeé su codo que se quebró con un ruido seco, liberando mi garganta, alcé de nuevo el martillo, cuando el lituano repentinamente estiró su brazo izquierdo, alejándome de él y sacando mi espada, aun sujeta por mi diestra, de su pecho. Con un rápido movimiento describió un círculo sobre sí mismo sin soltarme, la inercia me hizo tropezar y en ese momento abrió su mano haciéndome caer de manera aparatosa de cara al suelo. Antes de que mi cuerpo respondiese, noté un tremendo peso en mi espalda, una mano enorme me sujeto de la cabeza y empezó a golpearla contra el suelo. Intente levantarme o apartar a aquel bárbaro de encima pero pesaba más que un caballo y poseía una fuerza inhumana, todo empezó a volverse borroso. Noté que la bruja había comenzado a entonar un cántico, parecido a lo que gritaban los lituanos que nos emboscaron. Percibí como mi consciencia empezaba a abandonar mi cuerpo y la enorme mole que me aprisionaba se levantó, pero aun así era incapaz de controlar mi cuerpo y oí aquel cántico como si todo lo demás careciese de importancia.

<<...iä iä shub-niggurath la cabra negra del millar de retoños tikliak nhahali phungial, dame poder, oh madre, a mí, tu hija amante, para despertar al ojo que mora en la oscuridad iä iä y destruir a los creyentes del falso dios, iä iä madre, amante y soberana...>>

Un horror indescriptible empezó a adueñarse de mi cuerpo, algo dentro de mí sabía que si la permitía continuar, algo terrible sucedería, tanteé con mi mano hasta alcanzar la empuñadura de mi espada la sujeté con fuerza y me levanté a duras penas. Uno de aquellos gigantes estaba estrangulando a Olaf, Conrad yacía en el suelo, intentaba incorporarse pero parecía incapaz de hacerlo, el cuerpo de Sven estaba sobre las negras losas de piedra que cubrían toda la sala, con la cabeza convertida en un amasijo sanguinolento de hueso, sangre y carne. El otro gigante estaba inerte en el suelo con la cabeza cercenada. Sujeté mi espada con ambas manos, me aproximé y lancé un tajo al cuello de aquel monstruo con las pocas fuerzas que me quedaban separándole la cabeza del resto del cuerpo, la figura decapitada se giró hacia mí dándome un manotazo que me hizo volver al suelo, pero, para mi alivio, inmediatamente después trastabilló y se derrumbó inmóvil. Olaf tosió sonoramente y se levantó, se aproximó y me ayudó a incorporarme, después hizo lo mismo con Conrad. La impía sacerdotisa parecía ignorarnos.

Sin mediar palabra nos aproximamos con nuestras armas prestas, y cargamos contra ella. Conrad fue el primero en atacar pero la bruja nos estaba esperando, se giró sobre sí misma y, trazando un amplio arco, golpeó con el pomo del cayado en el yelmo de Conrad que dio con su cuerpo en el suelo de nuevo. Olaf y yo atacamos a la mujer a la par, pensé que la abatiríamos sin problemas pero aquella sacerdotisa de Satán era rápida y fuerte, detenía nuestros golpes con la madera de su bastón con una velocidad y precisión incomprensibles, sus movimientos asemejaban algún tipo de frenética danza, resultaba narcótico, sus sinuosos movimientos nos desconcentraban volviéndonos lentos, torpes… Verla en movimiento había comenzado a abstraerme, cuando la base del bastón me golpeó en el estómago haciéndome caer de espaldas y rompiendo el encantamiento. Consciente nuevamente oí con claridad un fuerte alarido, miré en dirección a Conrad y vi horrorizado como su yelmo, al rojo, se derretía sobre su rostro desollándole la piel y la carne del cráneo, sus ojos explotaron ante mí, era una visión digna del más diabólico de los avernos, su alarido cesó. Me levanté furioso y cargué contra la diabólica mujer de nuevo, cuando está intentaba acorralar a Olaf contra el pozo. Sus movimientos seguían aturdiéndome pero en menor medida que antes, el recuerdo del rostro destrozado de Conrad lo impedía, entre Olaf y yo comenzamos a ponerla a la defensiva, pequeños cortes comenzaron a aparecer en su piel, la batalla parecía ganada cuando Olaf lanzó un grito, entretenido en la lucha solo llegue a ver como caía al pozo, arrastrado por algo. La desaparición de Olaf me sorprendió, la bruja aprovechó el hueco que dejé, atacó intentando golpearme en el pecho con el pomo del callado pero logré interponer mi martillo. Inmediatamente la madera del martillo comenzó a ennegrecerse y la cabeza a derretirse, lo deje caer, en ese momento un fuerte golpe del bastón en la pierna me hincó de rodillas. La bruja alzó su arma apuntando el pomo hacia mi rostro con una amplia sonrisa de satisfacción. El pomo bajó, pero me anticipé, mi espada golpeó el pomo desviándolo, haciéndole chocar contra las losas de piedra azabache y de un rápido movimiento di un tajo con la hoja al rojo de abajo a arriba, abriendo las entrañas de la sacerdotisa pagana. Su rostro se puso lívido y cayó de rodillas poniéndose a mi altura, de su interior no surgieron tripas sino extraños órganos oscuros, su piel dejo de ser tan hermosa y se volvió negra y corrupta, enfermiza.

Me levanté, decapité a la hereje y dejé caer mi espada mientras se derretía. Con movimientos lentos, casi automáticos, me encamine hacía Conrad e ignorando el horror desfigurado que antes había sido su cara cogí su espada, recorrí los pocos metros que me separaban del pozo preparado para afrontar la última parte de nuestra misión y observe hacía su interior. Oscuridad, una oscuridad más densa y profunda que el mismo tiempo, una oscuridad que bullía y se movía. Empecé a entonar una plegaría a Dios cuando en mitad de aquella negrura se abrió un ojo, un oscuro ojo de verde iris que abarcaba prácticamente la totalidad de la fosa, apenas se entornó, pero fue suficiente para ser consciente de su magnitud, era inmenso.

-Cristo dame fuerza-

Tras decir aquello levanté la espada de Conrad, dispuesto a arrojarme contra aquella monstruosidad, cuando un dolor atroz recorrió todo mi cuerpo. Bajé la mirada y vi como un tentáculo más negro que la noche me había atravesado el estómago, lo golpeé con la espada pero no sirvió de nada, acto seguido un segundo tentáculo me atravesó al lado del anterior. Notaba como las fuerzas me abandonaban.

-Cristo dame fuerza- repetí mientras escupía sangre.

Volví a alzar mi espada cuando ambos tentáculos de estiraron en direcciones contrarias, no hubo dolor, solo un crujido y un desgarro, caí hacia el pozo viendo cómo, unos metros por encima de mí, caía la mitad inferior de mi cuerpo... y en ese momento morí.


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La sala se quedó en silencio. El sacerdote saco las manos de sus mangas y dejó caer una estatuilla de cerámica que sujetaba, al caer se hizo añicos y Elrick desapareció del mismo modo que un montón de arena desaparece esparcida por el viento.

-¿Nos ha dicho la verdad?- preguntó la potente voz de Ludolf.

-Así es, el conjuro así lo decretaba, nos ha dicho lo que sucedió tal y como él lo recuerda- respondió el monje con su voz rasposa.

-¿Crees que Cyaegha habrá despertado?-. Mientras hacía esa pregunta Ludolf se levantó y comenzó a caminar hacia la puerta acompañado del monje.

-Lo dudo, de haber despertado a estas alturas tendríamos alguna noticia de ello, no obstante deberíamos enviar a algunos hombres a que terminen de limpiar esos bosques, sin la guía de la sacerdotisa no deberían ser un peligro, pero no hay que dejar nada al azar-.

-Responde a una cosa viejo amigo- Köning se encaró al monje y continuó- si ambos son hermanos ¿por qué nuestro Señor y la Cabra Negra del Millar de Retoños se enfrentan?, ¿por qué no aúnan fuerzas?, es un desperdicio de aliados-.

-¿Aliados?- el monje soltó una risotada insana- para los dioses no somos más que meros juguetes, simplemente recuerda viejo amigo, que uno de tus cometidos en estas tierras es que el ojo que mora en la oscuridad no despierte hasta que nuestro señor así lo requiera, no conviene desobedecer al Caos Reptante del Millar de Máscaras-.

-Sigo sin comprenderlo del todo, ¿para él esta guerra sólo es un juego, o realmente le importa lo que aquí se decida?- el Gran Maestre parecía dolido.

-Quién sabe, los caminos de Nyarlathotep son inescrutables- sentenció el sacerdote.

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