IGORs

jueves, 14 de enero de 2010

NUEVOS INQUILINOS "Gemelos: primer acto" (Primera entrada)


"Esta es nuestra historia, la mía, la de mi hermana y la de la sombra que siempre trajo nuestro declive…"


Muchas historias cuentan sucesos tan extraños que con el paso del tiempo la gente acaba tomándolas por cuentos, éste se sitúa en el noreste de la Península Ibérica, lindando con Francia, el sitio concreto nunca se encontró.

Corría el año 700 después de Cristo, la llamada peste de Justiniano daba sus últimos coletazos. Un invierno frío como pocos se había instalado en toda la región, la nieve decidía por donde se podía pasar y el calor del hogar era el mejor sitio donde estar.

Todo comenzó como un cúmulo de pequeñas dosis de mala suerte. Un cartel en un cruce de caminos que cede ante el viento, dejando de marcar que el viejo sendero está abandonado. Un rayo que cae y derriba un árbol sobre el camino principal. Un grupo de nueve personas en un carromato y ocho caballos que llegan al poco tiempo y toman el camino que queda abierto, un camino que nadie ha pisado en muchos años.

Luego, tras su paso, un leve alud tapa el sendero empujando el tronco fuera del camino. Al poco, un abultado grupo de soldados a caballo pasan de largo el sendero sin siquiera verlo, jamás encontrarán a los hijos del conde.

Tras varias horas de sendero estrecho y sinuoso, salen del bosque a una llanura nevada que asciende hasta un pequeño pueblecito, con siglos de antigüedad, pequeño, de no más de diez casas. Al otro lado del pueblo, el suelo desaparece abriéndose en un gran cortado hasta las encrespadas olas.

-Al fin un tejado donde guarecerse de los dioses- comentó Teodosio, jefe de los asaltantes –un lugar perfecto y retirado donde escondernos y esperar a que el conde reúna nuestro dinero.

-Siempre que el conde acceda a pagar- puntualizó Elvira.

-Pagará, si hace falta le mandaremos a la niña muerta para que valore más el pago por su primogénito- dijo el líder mirando a los dos niños que había en el carro temblando bajo dos gruesas pieles. –Tú sólo preocúpate de que no se escapen y de mantener mi cama caliente-. Los compinches rompieron en carcajadas y todos continuaron la marcha.

Según se aproximaban al pueblo, los caballos comenzaron a reducir el paso y a resoplar, hasta que se detuvieron a unos cincuenta metros de la primera casa. Los bandidos estaban muy ocupados tirando de los caballos y los bueyes, cuando a Sancho, que así se llamaba el niño, le subió un escalofrío por la espalda y tembló al sentir una sensación extraña y familiar, como si alguien lo observara fijamente. Al seguir la sensación, le pareció ver dos pequeños puntos rojos en la oscuridad del campanario de la iglesia. Al segundo desaparecieron como si nunca hubieran estado, como siempre ha pasado.

Desde que alcanza a recordar, ha tenido un sueño, en parte pesadilla, estaba todavía dentro de su madre, era la hora de salir al cruel mundo, frío y desapacible. Pero al acercarse a la luz, el cordón que le alimentaba se cierra sobre su cuello estrangulándole, entonces aparecen esos ojos en la oscuridad del útero de su madre, el cordón se rasga y puede salir a conocer el mundo.

No sabe si fue así realmente, pero no fue la única vez que vio esos ojos, siempre que la muerte rondó su vida, aparecieron presagiando un cambio de la fortuna que evitara los terribles desenlaces.

-¡¡Dolón!!- sonó una vez la campana extendiendo su tañido más allá de la linde del bosque. Todos se pararon en seco y buscaron el campanario, pero nada se movió y no volvió a sonar.

-¿A qué esperáis para continuar?- bramó el líder –sepan o no que llegamos, este pueblo ya es nuestro.

Continuaron luchando contra el temporal y la tozudez de los animales hasta que por fin llegaron a la primera casa- Antes de que golpearan la puerta, ésta se abrió liberando una cálida ráfaga de aire que les rozó levemente. Teodosio comenzó a desenvainar la espada a la par que sus compañeros, Elvira levantó su arco desde lo alto del carromato.

Una robusta mujer de melena larga y negra asomó a la entrada.

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