IGORs

lunes, 24 de agosto de 2009

NUEVOS INQUILINOS "Pequeños inconvenientes" (Décima entrada)


Avanzamos por el pasillo hasta llegar a las puertas de los ascensores, Antón llamo al de la izquierda y yo al de en medio. Llegó primero el suyo, montó y nos dijo que nos vería en la sala de máquinas, no se le veía muy convencido, al rato llegó el nuestro. “Ding, primera planta, vestíbulo”.

La puerta se abrió y casi no me da tiempo a echarme a un lado antes de que un soldado me noqueara de un golpe, por suerte, más que apartarme, me resbalé y caí al suelo antes de que me tocara. Sus movimientos eran bastante rápidos, algo ralentizados por la infección, pero apenas se notaba. Klaus lo golpeó con un tablón y lo derribó a un lado del ascensor, descargó seis clavos en la cabeza del soldado y luego lo clavó al suelo con dos clavos en cada muñeca y tobillo.

Del cuerpo no salió ni una gota de sangre, la infección estaba siendo muy diferente, tanto calor había alterado en exceso a esos hijos de puta. Inspeccionamos el interior del ascensor y tras comprobar que estaba vacío, entramos y marcamos la décima planta.

Durante todo el descenso no parábamos de mirar los números encenderse, apagarse y luego el siguiente, dentro de esa caja estábamos a su merced.

El ascensor nos advirtió de la llegada, “Ding, décima planta, generador y red de suministros”, la puerta se abrió y dos soldados entraron avasallándose el uno al otro, para acabar chocando contra el fondo del ascensor. Estuvieron un rato revisando el interior, sabían que había alguien, pero no les quedaban neuronas suficientes como para mirar en el techo, lo que nos permitió seguir limpios.

Nos sirvió para comprobar la vigilancia que tenían en la planta a la que íbamos, una vez salieron y se cerró la puerta, descendimos dentro del ascensor y subimos. Cuando llegamos a la novena planta, ambos nos escondimos a los lados de la puerta del ascensor, al abrirse un hombre con una bata ensangrentada entró tambaleándose, parecía bastante afectado por la plaga.

Aproveché su propio impulso para empotrarle contra el fondo del ascensor con el tablón, grito y se giró violentamente hacia mí con los ojos perdidos. Antes de que se me echara encima Klaus le atravesó la garganta con un par de clavos, lo que lo ancló al fondo del ascensor. Luego le descargó no menos de cuatro clavos en la cabeza y dejó de moverse.

Salimos del ascensor y tuve una intuición, el frío acababa con ellos, miré a ambos lados y lo encontré, un extintor, dejé la pesada madera y me lo agencié, lo probé y… ¡¡bingo!!, extintores de hielo líquido. Después de años experimentando con estos bichos era lógico que reforzaran las medidas de seguridad con equipos que congelaran a estos pequeños cabroncetes. Como era de esperar, había escaleras a ambos lados del ascensor, bajamos el primer tramo de escaleras escuchando atentamente los ruidos que nos llegaban de abajo, no parecía que hubiera nadie en el rellano, así que bajamos y abrimos ligeramente la puerta de la décima planta.

Antes de que pudiera ver nada me incrustaron la puerta en la cara y salí volando contra la pared. El soldado que me esperaba tras la puerta intentó entrar, de hecho su brazo izquierdo entró, pero Klaus cerró la puerta antes de que entrara del todo partiéndole el brazo por el codo al cerrar la puerta, esta vez tampoco salió sangre.

Me preparé tras la puerta y mientras mi compañero la abría yo rocié parte del extintor sobre el soldado. Gritó, saltó atrás y cayó al suelo comatoso. Antes de que pudiéramos reaccionar el otro soldado que custodiaba el ascensor intentó entrar por la puerta, Klaus, que parecía más despierto que yo le clavo el tablón en el pecho y lo placó contra una esquina del descansillo, chillaba y se retorcía como si en ello le fuera la vida, y así era. Le rocié hasta que el extintor se quedó vacío, luego Klaus se apartó y el soldado cayó al suelo haciéndose añicos.

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