IGORs

lunes, 24 de agosto de 2009

NUEVOS INQUILINOS "Pequeños inconvenientes" (Quinta entrada)


-Salir de uno en uno y no hagáis locuras, parece que habéis tenido suerte-. No podía haber elegido peor las palabras.

Antón cogió un tablón y salió por la puerta corriendo hacia el supuesto doctor. Nos pilló tan desprevenidos que ninguno reaccionamos, para cuando quisimos salir a cogerle ya había atravesado el estomago de nuestro captor y le estaba ahogando sobre la nieve teñida de sangre -¡¡¡Muereeeee…..!!

-¡Antón no!- grité mientras salíamos de la caseta tras él, Klaus lo cogió por detrás mientras que yo trataba de aflojarle los dedos, pensé que lo estrangulaba antes de que pudiéramos soltarle. -Sólo él sabe lo que ocurre aquí, le necesitamos para sobrevivir, se lo debemos a tu hermana.

Antón acabó aflojando su presa antes de partirle el cuello, pero aun así se desangraba por el abdomen como si fuera una cascada. No le quedaba mucho tiempo.

-Dinos que ha ocurrido aquí, seguro que podemos parar los síntomas y a lo mejor salvar la vida de los infectados.

-No podéis, no lo entendéis, no es un virus, es el mal en estado puro. Tenéis que congelar a todos los infectados, sólo así morirá lo que llevan dentro, ni el fuego puede con ellos.

-¿Ellos?, está loco, yo no he visto nada, hemos hecho caso a un loco y mi hermana ha muerto, definitivamente te mato-. Klaus le agarró con más fuerza.

-Sólo sé que esto no debía haber ocurrido, fueran lo que fueran la raza que encontramos bajo estas montañas, se habían encargado de encerrarlas con ellos bajo toneladas de piedras-. Tosió expulsando algo de sangre, se humedeció los labios, paladeó el sabor metálico de la sangre y prosiguió -pero no contaban con el ser humano y su costumbre de amoldar todo a su alrededor, los dos primeros casos fueron trabajadores de un proyecto que había para hacer un túnel que atravesara las montañas. Cuando encontraron los primeros rastros de una civilización desconocida, el gobierno entró en juego, ese mismo día varios helicópteros del ejército aterrizaron en la explanada de las obras y descendimos a las cuevas, varios doctores, entre los que estaba yo, una veintena de soldados y un alto cargo con ganas de ascender más todavía.

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