IGORs

lunes, 24 de agosto de 2009

NUEVOS INQUILINOS "Pequeños inconvenientes" (Cuarta entrada)


-¡Túuuu!- dijo Antón dejando de golpearse la cabeza y girándose hacia mí- tú la sentenciaste a muerte. Tú eres el que debería estar pudriéndose vivo en una esquina, tú nos hiciste bajar, tú te bloqueaste y ella tomó tu lugar y se infectó. ¡¡Te mataré!!.

Dicho esto, se lanzó a manos descubiertas sobre mí, tuve la bastante agilidad como para reaccionar a tiempo e interponer un tablón entre nosotros y Klaus aprovechó una tela enorme para lanzársela encima y placarle en el suelo antes de que se zafara de la madera que se interponía entre los dos.

Dejé el tablón en el suelo y me acerqué para destaparle la cabeza a Antón para que pudiera respirar y poder pedirle perdón a la cara. Tenía toda la razón, yo tendría que estar en el lugar de su hermana, y si tras calmarse todavía seguía queriendo darme una paliza, le dejaría. Antes de que tocara siquiera la tela el preso volvió a hablar.

-¡¡Suéltame Klaus!!. Tú deberías estar ayudándome en lugar de sujetarme, no deberías estar aquí, deberías estar seguro en la base y Marta aquí, él sabía algo.

Por un momento, pensé que le iba a soltar, pero Klaus me miró fijamente a los ojos y debió ver la gran culpa que me comía por dentro, porque agarró a Antón con más fuerza .

-No busques culpables de lo ocurrido entre nosotros- dijo mientras forcejeaba sobre la tela. -Todos nos pusimos las máscaras por el riesgo a contagiarnos, no debió quitarse los guantes en ningún momento. Sé que es frustrante, pero ni siquiera tú eres culpable de lo que le ha ocurrido.

El bulto bajo la manta paró de revolverse y Klaus se apartó quitándole la tela de encima. Antón estaba completamente hundido, las lágrimas fluían por su cara a raudales.

-Era mi hermana, es mi hermana, la pequeña, mi madre me encargó que cuidara de ella, tenía toda una vida por delante, un novio que jamás aprobé y que ella defendía a ultranza, una casa a medio pagar de la que estaba muy orgullosa. - Se secó las lágrimas como pudo y nos miró a los dos con los ojos completamente llorosos- no tuvo tiempo de tener hijos… era su mayor sueño, tener muchos críos correteando por su maravillosa casa, ¿como podré volver a mirarme a la cara?, la estoy dejando morir en una choza de mala muerte, sin siquiera poder abrazarla, ésta no es manera de morir, ella se merece más-. Klaus sacó un paquete de tabaco del bolsillo de su camisa y le ofreció uno -dejé de fumar hace mucho tiempo, pero creo que es el mejor momento para volver. Como la última cena de un preso del corredor de la muerte, ¿no?

-No vamos a morir- aseguró Klaus- tendrás una larga vida por ella y si tienes una hija la llamarás Juana y te recordará a la gran hermana que tuviste, te protegió para que siguieras viviendo estando ella a las puertas de la muerte. Es para sentirse orgulloso.

Después apenas hablamos, todos estuvimos cabizbajos mirando de refilón a Juana, el sacrificio por nuestra supervivencia. A las siete horas se desato la ventisca y a las ocho horas de estar encerrados en la caseta la puerta se abrió.

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