IGORs

miércoles, 18 de noviembre de 2009

NUEVOS INQUILINOS "Lo de dentro" (Séptima entrada)


LUNES

África, desierto del Sahara, instalaciones Thanos, Denis, 35 años.

Me despierto a las siete de la tarde, completamente fresca para el turno de noche. Desayuno, como digo yo, y me dirijo a mi taquilla, cojo las herramientas y comienzo con mi rutina lo más rápido que puedo, a la una de la noche aproximadamente me dirijo nuevamente a la cocina.

Cuando salí el domingo contacté con Lázaro, por lo visto hay unos muelles de entrada de mercancías en la zona norte, no paran de llegar camiones frigoríficos todos los días y está muy lejos de las cocinas. Menos mal que me oriento bastante bien, sino jamás llegaría.

Paso más de media hora recorriendo los túneles medio a oscuras con una linterna, por suerte no vuelvo a encontrarme ninguna puerta de seguridad. Al final acabo llegando al almacén anexo a los muelles, el reparto solía hacerse por la mañana, con lo que la zona está completamente abandonada. Hay cuatro cámaras, dos controlando las puertas de acceso al exterior y las otras dos, cada una enfocando a las dos únicas salidas. Me decanto por la que va hacia el este y continúo en esa dirección por los conductos, al poco encuentro una rejilla y me asomo enfocando con la linterna.

Es una sala de por lo menos quince metros de largo y unos diez de ancho, con todas las paredes recubiertas de pequeñas puertas de poco más de un metro cuadrado. Por la habitación habrá unas veinte camillas de esas de morgue, con grandes bolsas negras sobre ellas, una justo debajo de mí. Mi mente racional me dice que no, pero parecen contener cuerpos en su interior.

Tengo que asegurarme, compruebo la estancia y parece no tener ningún otro acceso, además de no haber ninguna cámara de seguridad, es mi noche de suerte.

Retiro la rejilla, la sala parece estar a unos diez grados, guardo la linterna en el bolsillo y me descuelgo sobre la camilla con cuidado. Bajo al suelo, saco la linterna y busco la cremallera, la agarro fuertemente con la mano derecha mientras ilumino la bolsa.

Abro lentamente, levanto la parte superior y desde el interior me miran unos ojos sin vida. No puedo evitar dar un paso brusco hacia atrás, chocando con algo a media altura en mi espalda, salto de lado y resbalo, caigo bruscamente al suelo y pierdo la linterna.

Me quedo quieta en el suelo con una luz a unos cinco metros apuntando a una pared, mis instintos me dicen que la recoja y que salga corriendo de ahí, el miedo me impide mover un solo músculo.

Contengo la respiración unos segundos y después, tras comprobar que nada parece moverse, comienzo a respirar lentamente y en silencio. Me calmo convenciéndome de que debió ser otra camilla. Entonces caigo en la cuenta, no es la bolsa, no son la veintena de camillas con bolsas, son las pequeñas puertas. ¿Cuántos muertos puede haber en esta habitación?

Recojo la linterna lo más rápido que puedo, localizo la rejilla y sin mirar a mi alrededor subo como una exhalación. Coloco la rejilla y la atornillo con un pulso más que dudoso, ¿de dónde han salido tantos cadáveres?, qué ingenua, la cláusula 13021.

La curiosidad me puede y al volver continúo hacia la sala opuesta del almacén, lo mismo, una habitación de idénticas medidas, con camillas y compuertas en las paredes.

Demasiadas emociones para un día, mañana intentaré descubrir qué hacen con ellos, pero por hoy regreso a las cocinas y termino mi jornada.

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