IGORs

miércoles, 18 de noviembre de 2009

NUEVOS INQUILINOS "Lo de dentro" (Décima entrada)


MIÉRCOLES

Estados Unidos, Las Vegas, Mark & David, 29 y 27.

La noche ha sido realmente agotadora para ellos, sólo a las 7 de la mañana pudieron dar por terminadas las labores de tuneo de la “señorita Mariko”. Añadiendo relleno aquí y allí consiguieron acolcharla lo suficiente como para que no pareciera una tostadora, soldaron los implantes y remataron los bordes con masilla para suavizarlos. Cuando terminaron el montaje, David cogió el aerógrafo y tras dos horas quedó realmente decente. Mark la vistió y le colocó la peluca.

-Te ves radiante Mariko- comentó David para integrarse en el momento.

-Qué sabrás tú- le cortó Mark-, todavía es una como las demás de mi colección, todavía no me desea.

-Pero es un robot, no puede sentir lo que yo… lo que un ser humano puede sentir por otro.

-Como robot que es sólo necesito acceder a los controles de comportamiento y después comerá de mi mano movida por su deseo de agradarme.

- ¿Y cómo lo harás?

-El panel central debería estar en la cabeza- retiró la peluca y observó que el casco constaba de dos piezas a los lados y de una placa que, soldada a las anteriores, cubría la parte frontal. -Tú ve a por mi portátil, lo tengo en la habitación.

-¿Tú que vas a hacer?

-Simple, usaré una palanca para arrancar la placa frontal, luego volveré a soldarla.


Australia, Melbourne, Agnes, 80 años.

A primera hora del día le ha ordenado a Rupert que se quede quieto en el salón, tenía muchas esperanzas en que le hiciera compañía, pero es un robot, verle únicamente le recuerda lo sola que está. Ha llamado a la compañía y ha pedido la retirada del robot, se han negado rotundamente, no se admiten devoluciones. Mañana lo llevará a un orfanato que conoce, seguro que allí es más útil.

Pasa el día disfrutando de sus labores cotidianas, que le hacen olvidar su vacía vida, parando sólo para comer y a media tarde para pedir cita en el médico, necesita hablar con alguien y siempre hay gente dispuesta a una buena charla en la sala de espera. Además, así le pide recetas que en unos días le harán falta.

Dan las nueve y se sienta a cenar ante el televisor, cansada pero realizada. La cena le sabe a gloria sabiendo que ha sido un día muy provechoso, cuando llaman a la puerta.

Agnes se siente pletórica, encima tiene visita, el corazón le late raudo, se para, respira profundamente y se coloca un chal. Luego va a la puerta y la abre de par en par.

Tres veinteañeros, de vete tú a saber qué banda, la empujan al suelo mientras entran y cierran la puerta. Uno la lleva a empujones al salón y la ata a la mecedora, mientras otro comienza a desconectar todos los aparatos electrónicos y comienza a apilarlos en el recibidor. El tercero se sitúa ante ella y la mira tratando de aparentar más agallas de las que tiene.

-Dinos… donde están las joyas… y el dinero, vieja senil.

Eso es lo último que le faltaba, no iba a permitir que tres adolescentes malcriados le destrozaran la casa, qué diría la gente.

-Rupert, echa a estos chavales.

El robot se activa automáticamente, coge por la espalda al que estaba de pie frente a Agnes y lo lanza por la ventana, haciéndola añicos. El que había atado a la anciana coge el bate que llevaba y se lanza sobre el robot, éste detiene el bate al aire, tira de él y coge al chaval por el cuello, comenzando a apretar mientras lo arrastra hacia la salida, no llegará vivo.

-¡Para! – grita Agnes desesperada, el robot se queda completamente quieto.

En ese momento llega el del recibidor acompañado del que salió por la ventana, tumban al robot de empujón de los dos, luego entre los tres se lían a batazos con él, sobre todo en la cabeza, el casco sale rodando por el suelo.


España, Madrid, Jacobo, 13 años.

Jacobo llega a mediodía, les ha dicho a sus amigos que esa semana estaría muy ocupado en casa, esta avergonzado por enfadar a su madre y ha preferido mentirles.

Entra en casa llamando a Hervi, pero éste no contesta, en el salón no hay rastro del robot, ni de la comida, se dirige a la cocina y encuentra al robot quieto ante el frigorífico abierto.

-Hervi, no deberías tener el frigorífico abierto- le sermonea mientras cierra la puerta.

-¿Hervi?- el robot sigue sin moverse y una luz roja brilla en la cabeza, sobre la visera, bajo una serie de letras y números sin sentido para él.

El niño registra al robot de arriba abajo buscando el botón de encendido sin ningún existo, luego revisa la casa observando que la mayoría de las tareas están sin hacer, por lo visto el robot llevaba horas parado, debía estar roto, su mamá se iba a enfadar mucho.

¿O no?, era la ocasión perfecta para recuperar la confianza de su madre, si lo reparaba seguro que su madre volvía a quererle, sólo tenía que abrir la visera bajo la luz roja y seguro que allí estaba el cable suelto.

Recordó haber visto un soldador en el trastero, y si eso no servía, ya se le ocurriría algo, tenía por lo menos cuatro horas antes de que volviera su madre. Seguro que cuando llegue y vea el robot arreglado le perdona.

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