IGORs

miércoles, 18 de noviembre de 2009

NUEVOS INQUILINOS "Lo de dentro" (Octava entrada)


MARTES

Estados Unidos, Las Vegas, Mark & David, 29 y 27 años.

Mark ha pasado toda la mañana eligiendo un vestido y ropa interior de entre el vestuario de sus “novias”, probando todo tipo de combinaciones, al final la vistió de colegiala, con una peluca negra y larga, lucía igualita a “Mariko”, su primer amor platónico.

Al mediodía llega David, trae un par de pizzas, cervezas, un par de prótesis de silicona y una vagina postiza con efecto succión y vibración. Mark coge su pizza sin apenas gruñirle un saludo y la devora mientras inspecciona los artículos del sex shop. A David no le desagrada que le trate así, con que le necesite de vez en cuando es suficiente.

A la par que termina de investigar el material se engulle el último trozo, está ansioso de acoplar las piezas al puzle, pronto tendrá su propia mujer perfecta.

-David, termina la comida y ven a ayudarme con esto- se dio la vuelta y se dirigió hacia el “Thanos III”, su sirviente. Éste, por su parte, cerró la tapa de la pizza y le siguió de cerca, comer podía hacerlo en cualquier momento.


Australia, Melbourne, Agnes, 80 años.

Son las ocho de la tarde y Agnes lleva todo el día en su mecedora, frente al televisor, junto a su revistero especializado en prensa del corazón, su pequeño hobby.

El robot la ayudó a levantarse, vestirse y le preparó el desayuno, luego se dedicó a hacer las labores que ella hacia durante todo el día en apenas tres horas, preparó la comida y se quedó estático a su lado.

-Te voy a llamar Rupert- pensó en alto la dulce y aburrida abuelita. El robot no contestó.

Agnes se puso las gafas de leer, se acercó al pecho del robot y leyó:

-UD cinco, cuatro, siete, cero, cuatro

-¿Sí?, señora Smith- contestó una voz fría y metálica.

-A partir de ahora te llamarás Rupert y deja de llamarme señora Smith, llámame Agnes.

-Entendido señora Smith.

Agnes comprendió que sólo era un electrodoméstico más, un aparato que le quitaba el único sentido a sus días, mantener su casa perfecta para cualquier posible visita. Mañana sin falta lo devolvería.


España, Madrid, Jacobo, 13 años.

Cuando Jacobo llegó a casa, Hervi, así había bautizado al robot que compró su madre, ya tenía preparada la comida, estaba realmente deliciosa, sobre todo la mousse de chocolate.

Su madre lo había programado para que le obedeciera también a él ya que pasaba todo el día trabajando, de esa manera si Jacobo necesitaba algo, el robot podría ayudarlo. Aprovechándose de eso, el niño lo tuvo jugando con el toda la tarde. Cuando a las nueve llegó su madre, se encontró la casa más revuelta que nunca y la cena sin hacer, llegaba molida y tenía el doble de trabajo por delante.

-¡Jacobo!, ¿qué has estado haciendo?

-Sólo jugaba- contestó el niño con un leve hilo de voz, se sentía realmente mal.

-Que sea la última vez que usas al robot para jugar, ya eres lo suficientemente mayor para saber lo que haces. Vendrás derecho a casa toda la semana y te quedarás estudiando hasta que llegue, y este fin de semana no iras al río con tus amigos. Estás castigado.

Su madre y Hervi se pasaron varias horas recogiendo y haciendo la cena, por más que el niño quiso ayudar a su madre, cansada como estaba, le indicó que se quedara quietecito en el salón y estudiara. Cuando estuvo la cena preparada, cenaron y la madre lo mandó directo a la cama, todavía tenía muchas cosas por recoger y mañana se levantaba muy temprano.

Jacobo pasó la noche angustiado por el enfado de su madre, no paraba de pensar que tenía que hacer algo para que su madre volviera a quererlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario