
Abro la puerta de la nevera y observo su interior, a parte de un brick de leche cuajada y algo de fiambre mal empacado y en dudosas condiciones, está completamente vacía. Una nevera tan desolada y tanto tiquet y envoltura de comida de encargo indican que algo no fue bien desde que volvió.
Durante los días que pasamos juntos preparó comidas y cenas disfrutando del hecho de cocinar, el tipo de personas que sabe darle el punto justo a los guisos porque disfruta preparándolos. Parecen dos personas completamente opuestas, pero las fotos del salón y del dormitorio coinciden con la mujer que conocí.
Decido tomarme un descanso y bajo al bar de enfrente a comer y tomar un buen par de vasos de vino, a ver si despejo la cabeza y encuentro algún enfoque para solucionar el misterio.
Al salir del piso, me doy cuenta de la ausencia de ruido, ya sabéis, como cuando apagas un electrodoméstico antiguo y desaparece un ruido que se había hecho tan común que no lo percibías. Vuelvo a abrir la puerta y entro en el piso, ya lo oigo de nuevo, un quejido o lloro leve pero continuo, lo sigo hasta el dormitorio y se va haciendo algo más intenso.
El ruido resulta ser el llanto de un bebé, seguramente del piso de abajo o del de al lado. Respiro aliviado mientras me pregunto qué era lo que esperaba encontrar.
A la vuelta de comer, paso por el supermercado y compro comida y bebida para varios días, tengo la impresión de que encontrar a Darla me llevará más de un par de días. Al entrar en el piso, el aroma de mujer vuelve a envolverme, junto con el leve llanto del anónimo niño.
Paso la tarde ordenando el salón. Al terminar, sin mucho éxito, decido sacar una cerveza a medio enfriar de la nevera y me siento en el sofá. Por lo menos, encontré el mando de la tele bajo el radiador, enciendo la caja tonta e intento relajarme un rato. El llanto del niño sigue de fondo, pero consigo perderle el rastro al alzar el volumen de las noticias.
Tras cinco minutos de desastres naturales y otras malas noticias, comienzo a cambiar de canal, nada interesante para variar. Apago la tele y el niño vuelve a mi cabeza, voy a la cocina, cojo una cerveza y algo de fiambre. Vuelvo al salón y me engancho a una película de persecuciones policíacas. Ceno y me recuesto con el cigarro encendido, apagarlo y ver unos veinte minutos más de película, me quedo dormido
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