De repente, algo me golpea la pierna, resulta ser un policía indicándome que no es el mejor sitio para descansar. Como si fuera tan fácil, llevo toda la tarde soñando con un niño llorón al que no logro encontrar. Habré conseguido dormirme, pero lo de descansar es otra cosa.
Le doy las gracias y vuelvo al piso, al entrar, el llanto me recibe, esta vez lo oía desde las escaleras, así que en la casa es más intenso.
Ceno algo y me tomo un somnífero, me estiro en el sofá y pienso “a dormir”, ingenuo, a la hora me tomo otro somnífero, cuando han pasado dos más, aún a riesgo de sobredosis, me tomo otros tres. Imposible, estas pastillas son una mierda, enciendo la tele con intención de sacarme el llanto de la cabeza, pero ni las porno me distraen del ruido. Me saco los tapones y me pongo otros más acolchados, tampoco.
A ratos, el ruido parece demasiado gutural como para ser de un niño, además si lo fuera, debería haberse quedado afónico hace mucho, definitivamente no es normal.
Por fin llega el amanecer, pero el llanto continúa. Me preparo un tanque de café, me doy una ducha para despejarme y meterme con el dormitorio, si no encuentro ninguna pista volveré al hotel y seguiré desde allí. Dejaré una nota con la dirección del hotel y mi teléfono, eso debería bastar si llega alguien buscándola.
Lo primero saco la ropa y las bolsas, envoltorios y papeles, la cocina está medio llena sólo con la ropa sucia, tendré que llamar a algún servicio de tintorería.
El llanto es insoportable, a veces es tan hipnótico que me quedo absorto oyéndolo, quieto, como tratando de identificar su origen. Siento la imperiosa necesidad de descubrir su causante y a la par, cuando salgo del trance y vuelve el cansancio sobre mí, deseo salir corriendo y no volver nunca más. A pesar de todo, cuando me imagino alejándome del edificio, la angustia se apodera de mí.
Intento dejar el tema a un lado y reviso todos los cajones, sin encontrar nada relevante, algo de dinero bajo la ropa interior, además de su diu. Toda una ristra de medicamentos aflora al abrir el último cajón de la mesilla.
Cuando todos los cajones y armarios me han decepcionado, poso la vista en una caja sobre el armario, subo a una silla y la bajo. Es una caja de zapatos, contiene otras dos cajas, una está vacía y por la forma recortada de la gomaespuma, falta una pistola de pequeño calibre. En la otra caja, más pequeña, faltan por lo menos seis balas. ¿Para qué se compraría una pistola?, sólo espero que no haya cometido una locura.
No parece que vaya a encontrar ninguna pista de su paradero, cierro las cajas y vuelvo a dejarlas sobre el armario, pero esta vez se queda coja, hay algo debajo. Subo de nuevo a la silla y registro bajo la caja, mucho polvo y… bingo. Una libreta que, al abrirla, compruebo satisfactoriamente que es un diario, por fin algo sólido con lo que empezar. Al bajar al suelo, el llanto se convierte en gemido agónico, si no me voy pronto de aquí, me volveré loco.
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